Estos días andamos tan entretenidos con nuestras miserias locales que pueden pasar desapercibidas algunas noticias terribles. Ni los trajes de Camps y Costa, ni los negocios de Urdangarin, ni la fobia contra los funcionarios publicos que aqueja a la patronal CEOE, ni las vergonzosas maniobras para robarle el grupo parlamentario a Amaiur (con la abstención del ¡PSOE y de CIU!) o el acoso judicial al juez Garzon o la barra libre para los grandes comercios que la ultraliberal Esperanza Aguirre proyecta para Madrid, valen una sola de los 25 millones de violaciones de mujeres norteamericanas.
Parece increíble pero no lo es: una de cada cinco mujeres norteamericanas han sido violadas. La mayor parte de ellas antes de los 25 años, muchas de ellas en su entorno familiar. ¡Y mandan los tanques y misiles a Irak o Afganistan, cuando los delincuentes los tienen en sus propias casas, centros educativos, empresas y locales de ocio! ¿Como pueden exigir respeto de los derechos humanos en Cuba o Venezuela cuando en sus propias ciudades se vulneran masivamente?.
No soy antiyankee. A los 15 años me vacunaron de ese prejuicio Pete Seeger, Bob Dylan y Woody Guthrie. Son innumerables las luchas por los derechos civiles o por la solidaridad internacionalista, incluida la causa de la República Española, que han realizado a lo largo de los años millones de hombres y mujeres norteamericanos. Pero una sociedad que convive con ese horror de violencia masiva contra las mujeres es una sociedad profundamente enferma, porque ya no es un problema de unos degenerados o de una minoría enloquecida, es desgraciadamente un fenómeno de masas muy arraigado y peor aun, consentido.
En estos mismos días se proyecta en los cines una película "La Conspiración" de Robert Redford, que narra con ojos de hoy la detención, procesamiento y condena de los asesinos del Presidente Abraham Lincoln. Y cualquiera puede percibir que los males de la política y de la sociedad norteamericana y muy en especial la violencia, vienen de muy lejos y que ya estaban muy presentes en el siglo XIX.
El pueblo norteamericano ha convivido hasta fechas muy tardías con el esclavismo, con la segregación racial, con las persecuciones a la izquierda política y sindical, las intervenciones imperialistas o el apoyo a feroces dictadores. Pero también ha protagonizado actuaciones ejemplares en la lucha contra el nazismo, fue un país de acogida de decenas de millones de inmigrantes y de refugiados políticos, sus elites culturales han tomado por lo general partido por los derechos humanos, por el progreso social, la libertad de expresión y la denuncia de la corrupción. Ha asumido la igualdad racial con la elección de un presidente afroamericano...etc.Por ello podemos pensar que igual que se ha producido una gran sensibilización social contra la pederastia de sectores eclesiásticos, también es posible que surja un revulsivo social contra la violación de las mujeres.
Pero como dice el refrán, "a Dios rogando y con el mazo dando". Tiene que producirse una amplia denuncia internacional contra esa lacra. La sociedad norteamericana tiene que conocer y sentir el profundo rechazo que esa horror produce en el resto del planeta. Las violaciones masivas no son un fenómeno de soldados descontrolados en guerras lejanas o de peleas tribales en África o en el Tercer Mundo. Hoy por hoy es una seña de identidad de Norteamerica. Y por ello hay que plantearlo en los organismos internacionales y lo deben proponer los movimientos sociales y ONGS y también los gobiernos. Se arrincono al Ku Klux Klan, a los linchamientos y ahorcamientos racistas en el Sur, o las palizas y asesinatos de homosexuales, ahora hay que hacer lo mismo con los millones de violadores. No va a ser fácil. Pero que al menos las mujeres norteamericanas sientan que no están solas en esa lucha.
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