lunes, 28 de agosto de 2017

DE MOCHILERO POR CENTRO EUROPA: Y 5) ITALIA


El cruce de la frontera entre Yugoslavia e Italia fue más lento de lo que yo había pensado; llegue a la estación de tren de Venecia ya de noche. No sabía muy bien que transporte tomar hasta la isla de la Giudecca,  donde estaba el Albergue de la Juventud, así que me dirigí a preguntar a una oficina de Información en la misma estación.

Rápidamente pude entender que el Albergue estaba completo y que era muy difícil encontrar cualquier tipo de alojamiento: estábamos en pleno “ferragosto” y además en el apogeo de la Biennale de Arte. Primera noticia de lo que era el “ferragosto” y desconocía que la Biennale (de la que había leído un reportaje de Moreno Galván en la revista Triunfo) tuviera tanto tirón. Al ver mi cara de absoluta desolación, la chica de la oficina se brindó a rebuscar algún sitio para pasar al menos la primera noche. Estuve esperando un rato, junto a más chicos que iban llegando en busca de lo mismo.

Por fin me indicó que había encontrado una habitación en una pensión bastante céntrica y cercana, pero…tenía que compartirla con un chico japonés que estaba también a la espera. No me hacía ninguna gracia, pero no tenía otro remedio. Allí que nos fuimos los dos y como era previsible el japonés solo hablaba inglés, así que nuestra comunicación fue nula. Lo que no nos habían dicho en la oficina de información es que teníamos que compartir una cama de matrimonio muy bien avenido. No es que me importara mucho, pero me dio la paranoia un tanto xenófoba por si me robaba mientras yo dormía y se largaba. Apenas descansé y cuando desperté, él estaba delante de mi vestido y preparado para marcharse. Mi cartera estaba en el bolsillo de mi pantalón aparentemente intacta. Nos despedimos escuetamente.

Era bastante temprano. Cogí un vaporetto rumbo a la Giudecca. Tuve suerte. Había plaza para esa noche y la siguiente. Ya tranquilo, aunque asfixiado de calor, volví al centro de la ciudad. Lo primero fue visitar San Marcos, la plaza y la basílica. Aunque la había visto decenas de veces en fotografías o películas, quedé deslumbrado por su armoniosa belleza. Recorrí las calles y canales, las iglesias y palacios. Había turismo, pero nada que ver con el que Elena y yo encontraríamos 35 años después. Visité la exposición de la Biennale, en la misma plaza de San Marcos. Disfruté con un arte de vanguardia del que no había posibilidad alguna de acceder en mi país, aunque tuve la doble satisfacción de ver obras de algunos artistas españoles y que además eran de izquierdas y solidarios con la lucha antifranquista.

Me senté a comer pasta en la trattoria más barata de la plaza. Era un lujazo que merecía la pena darse. De pronto apoyada en una columna próxima vi a una chica y pensé, “como se parece a mi hermana Elisa”, aunque rápidamente deseché la idea, porque sabía que ese verano se había ido a Inglaterra a trabajar. Se le acercaron dos chicas y un chico más y todos me resultaron familiares. Efectivamente era Elisa. Sorprendido e ilusionado la llamé en voz alta. Su sorpresa fue también enorme. Resultaba que se habían venido a pasar el fin de semana a Venecia, en un vuelo barato desde Londres.

Allí estaba con la simpática y divertida Pilar del Castillo (entonces militante de Bandera Roja en la Facultad de Derecho y años más tarde Ministra de Educación con José María Aznar), con Elena Sandoval y Eduardo Elizalde, una cariñosa pareja, con la que me había relacionado en Valencia cuando estuve deportado en el estado de excepción de 1971, (ella hija del entrañable dirigente del PCE José Sandoval y él hermano pequeño de José María Elizalde, uno de los máximos dirigentes universitarios del PCE y en cuya casa, ya siendo profesor, nos reuníamos los escasos estudiantes comunistas de la facultad).

Después de las risas y los abrazos, se empezaron a meter conmigo por el sitio donde estaba comiendo macarrones; ellos que habían dormido en un parque y comido solo un bocata con mucho pan y poca sustancia. Me acompañaron al Albergue. Eduardo cogió plaza y ellas tres decidieron colarse en las habitaciones buscando cama libre a partir de medianoche. El calor extremo vino en su auxilio. Cuando después de pasear por la Giudecca regresamos los cinco al Albergue, nos encontramos con que todo el paseo entre el edificio del Albergue y el borde del Canal estaba con colchones y la gente durmiendo al aire libre. La organización (al fin y al cabo estábamos en Italia) había permitido esa medida dado el calor que hacía dentro del edificio. Por segunda noche consecutiva dormí poco y mal. Por la mañana Elisa y compañía se fueron y yo seguí recorriendo Venecia, incluida la visita a la decepcionante playa del Lido.

Un día después la llegada a Milán fue igualmente con mucho calor. No recuerdo nada del Albergue, salvo que estaba céntrico. Lo que si recuerdo es que todas las paredes de la ciudad estaban empapeladas con carteles convocando "sciopero", palabra que no conocía pero que enseguida deduje que se refería a una huelga. Había convocatorias de todo tipo y de numerosas ramas y empresas y la inmensa mayoría convocadas por la CGIL, el sindicato de referencia de CCOO. Había también numerosas pintadas y carteles políticos de la izquierda italiana y en especial del PCI. Aquella efervescencia política y sindical, me levanto muchisimo la moral, tras la penosa sensación recibida en los tres países del "socialismo real" que había visitado.

En mis planes iniciales estaba volver a España con Maye, mi antigua novia de Facultad y su amiga Nines, que estaban viajando por Italia en un Seat 600. Así que después de conocer el Duomo, incluido un paseo por el maravilloso tejado, las Galerías Vittorio Emanuele y el centro de Milán, decidí gastarme casi todo el dinero que me quedaba en comprar en la tienda mitica de Feltrinelli algunos de esos discos inencontrables en España: Jackson Browne, Paul Butterfield Blues Band, P.F.Sloan, Judy Collins, Tom Rush y “The Hostage” de Miki Theodorakis.

Tal y como habíamos acordado, nos encontramos Maye, Nines y yo en el Albergue. Me dijeron que no podía ir con ellas a Madrid. Llevaban el coche repleto y yo no cabía de ninguna manera, ni siquiera podían llevarse mi mochila. La verdad es que podían haber hecho un esfuerzo, pero comprendo que hubiera sido un viaje incómodo para los tres. Aunque también es cierto que su amiga, que era la dueña del coche y la que conducía, no me tenía especial simpatía.

No me quedó más remedio que regresar en tren y sin dinero. El trayecto Milán-Barcelona fue largo, asfixiante y tan solo comí un bocadillo a medio camino y otro al llegar a Barcelona. Desde allí trasbordo a Madrid donde amanecí desfallecido, pero contento del viaje realizado.

Habían sido casi 30 días maravillosos, divertidos, a ratos angustiosos, un poco solitarios, siempre muy instructivos. En aquel viaje empecé a comprender poco a poco lo que era Europa y la imperiosa necesidad de aprender inglés.





martes, 22 de agosto de 2017

DE MOCHILERO POR CENTRO EUROPA: 4) HUNGRIA Y YUGOSLAVIA


La llegada a Budapest fue parecida a la de Praha, aunque los húngaros me resultaron menos comunicativos que los checoeslovacos. El Albergue de la Juventud era un chalet grande, con un bonito jardín. Si en los albergues anteriores de Praha y Bratislava entender las instrucciones de comportamiento era bien difícil para mí, el idioma magyar me resultó aún más inaccesible. Menos mal que la comida estaba a la vista y podías elegir sin excesivos riesgos.

Budapest me impresionó por la cantidad de grandes palacios y edificios magníficos, pero en un estado de oscuridad y deterioro aun mayor que en Praha. Incluso en algunos de ellos eran perceptibles los agujeros de metralla, no supe si de la liberación soviética de la dominación nazi o si del levantamiento y posterior invasión soviética de 1956.

Recorrí en un día muy caluroso la monumental zona de Buda y visité la Galería Nacional Húngara, descubriendo, al igual que en Praha, una trayectoria pictórica muy interesante y totalmente desconocida, en aquellos años, en nuestro país. A diferencia de Praha no había esa abundancia de cervecerías, o al menos no las encontré. Tampoco encontré y la verdad es que tampoco busqué, un museo o similar de la revolución, lo que me resulto especialmente sorprendente en un país de tradición revolucionaria y que ya en 1919 tuvo una Republica de los Soviets, un gobierno de socialdemócratas y comunistas capitaneado por Bela Kun, aunque de efímera vida y dramático final con el regreso al poder de la aristocracia financiera y terrateniente.

Al día siguiente paseé por los bulevares y avenidas de Pest, sorprendiéndome la enorme presencia de edificios del siglo XIX y principios del XX, que de alguna manera reflejaban un poderío económico y un indudable gusto artístico de las clases burguesas húngaras de aquel tiempo. Desgraciadamente para mí la imposibilidad de comunicación con la gente y de entender la información pública, me privó de disfrutar en debidas condiciones de una ciudad tan monumental, de la que en España no teníamos conocimiento alguno, salvo las imágenes de las luchas de 1956. (No sabemos bien lo que tenemos con la llegada de internet y las facilidades que nos brinda para conocer un país y una ciudad. Por ejemplo, en aquel viaje desconocía absolutamente los afamados baños turcos de Budapest).

Esa visita con tantas limitaciones que hice en 1972, la pude compensar afortunadamente, con un nuevo viaje el pasado mes de junio, donde sí que disfrutamos a fondo de esta formidable ciudad.

Mi viaje continuaba hacia YugoSlavia pasando por el lago Balatón, considerado uno de los lugares más hermosos de Hungría. Ya no recuerdo porque razones no cogí el tren y decidí hacer autostop, supongo que por un intento de conocer algo más la realidad húngara. Tampoco recuerdo el tiempo que tardé hasta que me cogieron, pero sí que era una pareja joven que al menos sabían inglés. La verdad es que pudimos hablar poco dado mi escasísimo conocimiento de ese idioma; debieron pensar lo incultos que éramos los jóvenes españoles. Me dejaron en una de las entradas turísticas del Balatón, con camping y casitas, playa y embarcadero y algún chiringuito.

El inmenso lago me gustó, pero el paisaje estaba lejos de la belleza de los lagos suizos. Metí los pies en el agua (no llevaba traje de baño en mi exiguo equipaje), comí algo en un bar y decidí no quedarme a dormir en el camping a pesar de que había cabañas con camas. Tampoco recuerdo por qué razón, ya que en Hungría también todo era muy barato. Hacía un atardecer muy agradable, después del calor de Budapest y encontré una pradera bonita y un terraplén perfecto para dormir con el saco. A medianoche sentí como un terrible terremoto que se me venía encima; me desperté asustadísimo hasta que comprobé que el terraplén donde me había acostado era el talud de la vía del tren. Afortunadamente solo pasaron dos trenes hasta la mañana.

Encontré la estación y cogí el tren hasta Zagreb, aunque tuve que hacer transbordo y esperar unas horas, de nuevo con mucho calor, en la estación fronteriza de Gyekenyes. El Albergue de Zagreb estaba en un feísimo edificio que desde fuera parecía una mezcla de oficinas y hotel sin gracia. Enseguida me llamó la atención un enorme retrato de Tito en la recepción. Hasta entonces en ningún país había encontrado el menor rastro político en los albergues. Fue el primer encuentro con Tito, porque su fotografía, en las más diversas poses, estaba omnipresente en la ciudad, por todas partes. También había algún monumento y alguna referencia a la lucha contra el nazismo y a los prohombres del socialismo.

Zagreb me pareció una ciudad más anodina. El centro y la Catedral y sus alrededores estaban bien y poco más. Quizás mi opinión estaba muy condicionada por las visitas a Viena, Praha y Budapest y hoy podría recorrerla con otros ojos. La mayor ventaja es que había gente que conocía el italiano y me resultaba algo más fácil la comunicación.

Mi paso por Yugoslavia fue excesivamente breve para darme cuenta si el socialismo impulsado por Tito y fuera de la órbita soviética, era sustancialmente distinto a Hungría y Checoeslovaquia. En cualquier caso, el nivel de vida y los síntomas de modernización, en términos del capitalismo europeo, eran muy similares a los otros dos estados socialistas.

Tomé el tren para Venecia, en un viaje especialmente largo y caluroso y mientras reencontraba el paisaje mediterráneo y las preciosas costas croata y triestina, intentaba asimilar los días pasados en los tres países del socialismo real; experiencia que iría madurando en mi cabeza en los siguientes años y que me ayudaría a asumir el eurocomunismo de manera menos traumática.









viernes, 18 de agosto de 2017

MASACRE EN BARCELONA: PERSEGUIR A LOS TERRORISTAS, COMBATIR LAS CAUSAS


Los asesinos terroristas son asesinos terroristas, sin atenuantes ni justificaciones de ningún tipo. Poco tendría que añadir ante la masacre de Barcelona y Cambrils a los diversos post que he escrito en mi muro de Facebook, quizás lo más terrible es que el presunto conductor es un chico de 17 años. Por eso me voy a limitar a reproducir casi textualmente a lo que escribí en noviembre del 2015.

“Para desgracia de las sociedades democráticas, la lucha contra el terrorismo islamista es un camino largo y complejo, que no se resuelve ni con nuevas intervenciones militares a sumar a las ya realizadas, ni con cierre de fronteras y menos aun atizando la xenofobia.  

El problema de la violencia islamista es que esta mucho más cerca de una guerra “liquida” o “difusa” que de un activismo terrorista clásico (de raíces ultranacionalistas o de extremismo político) y sobre todo que sus integrantes están distribuidos y camuflados por todo el mundo, gozan de amplios y variados apoyos, unos mas explícitos que otros, no tienen un ámbito territorial definido y responden a causas muy profundas y de largo recorrido.

Para empezar, no podemos olvidar las hondas raíces que la violencia tiene en la lectura y aplicación más fanática del islam, en la carencia de una evolución democrática del mismo, que no ha tenido, o al menos no han prevalecido o no les han dejado, los procesos de modernización que tuvo la civilización europea con la Ilustración del siglo XVIII, las revoluciones burguesas en el XIX o los cambios socioeconómicos propiciados por el comunismo y la   socialdemocracia en el siglo XX. Esas transformaciones han ido incidiendo en las raíces católicas y protestantes occidentales, que al igual que el islam también arrastra una historia de oscurantismo, fanatismo y violencia, de forma que hoy el extremismo político y las prácticas violentas con fundamentos religiosos que se auto reclamen del cristianismo sean afortunadamente muy minoritarios en nuestras sociedades.

Esa carencia, salvo excepciones, de democratización del islam, es solo una parte del problema, aunque en absoluto menor. Pero a ello se suman una larga acumulación de decisiones militares, políticas y económicas de los estados de Occidente, empezando por la arbitraria desmembración del imperio otomano después de la primera guerra mundial, creando estados artificiales, sosteniendo dictaduras que facilitaban la presencia y explotación de los recursos petrolíferos por parte de poderosas multinacionales y a la vez reprimían los movimientos de liberación de carácter progresista.  A ello se añadió el apoyo incondicional a la creación del Estado de Israel y la absoluta permisividad con su política agresiva, en especial a partir de la Guerra de los Seis Días y la anexión violenta de territorios palestinos.

En paralelo se han sucedido todo tipo de actuaciones para barrer los intentos de modernización política protagonizados desde los años 50 del siglo XX por gobiernos de corte nacionalista, moderadamente neutralistas (en los años de guerra fría), con objetivos de progreso social  y de tintes laicos. Occidente y muy en especial Estados Unidos, Francia e Inglaterra desestabilizaron o contribuyeron a derrocar gobiernos modernizadores y laicos en Egipto, Irán, Siria, Irak, Afganistán, Libia, Líbano, Argelia o Indonesia, que, aunque no fueran un modelo de democracia, sí estaban a años luz del oscurantismo feudal de las dictaduras árabes “aliadas” de Occidente, facilitadoras del negocio del petróleo.

Son más de 60 años generando caos político, miseria económica, humillación social, ausencia de futuro. Un perfecto caldo de cultivo para el terrorismo.

No se trata, de ninguna forma, de exculpar o “comprender” las dinámicas del terrorismo islamista, pero sí de conocer donde hunden sus raíces, porque esa será la única forma de a medio plazo ir reduciendo su extensión y su fuerza de atracción.

Democracia política, progreso económico, cohesión social, fin de las practicas neocoloniales y de las intervenciones militares y reconocimiento del Estado Palestino con la vuelta a las fronteras de 1967, son las vías para ir poco a poco superando los odios acumulados, la falta de perspectivas de progreso y dignidad. Por supuesto en ese camino sería absolutamente imprescindible que el islam conociera procesos de profunda renovación similares a lo que vivió el catolicismo con Juan XXIII y el Concilio Vaticano II.

No hay otra vía realista y esta llevara su tiempo, esperemos que pocas décadas.

Todo lo cual no es incompatible, todo lo contario, con una eficaz persecución policial, con extremar las medidas de seguridad, con un eficiente trabajo de investigación y una contundente aplicación de la ley.


Las perspectivas no son halagüeñas, porque la manipulación del terrible dolor causado por el terrorismo o en el mejor de los casos los argumentos simplistas, generan reacciones xenófobas, cierre de fronteras y de mentalidades, gobiernos más a la derecha, rechazo de la inmigración y desconfianza hacia las minorías étnicas o religiosas ya presentes en nuestros países.”

Hasta aqui lo escrito hace casi dos años.  


En todo caso, toda la solidaridad y apoyo a las víctimas de los atentados y a sus familias y a la ciudadanía de Barcelona, ciudad abierta y acogedora como pocas y a Cambrils. 

lunes, 14 de agosto de 2017

DE MOCHILERO POR CENTRO EUROPA: 3) CHECOSLOVAQUIA


En el vagón casi vacío de pasajeros, entraron los policías fronterizos checos. Me saludaron con aspecto cordial, revisaron mi pasaporte con el visado, le pusieron un sello y continuaron.

Por fin había cruzado “el telón de acero”, sin aparentes cambios a la vista. El paisaje era igual y los pueblos que atravesábamos no se diferenciaban de forma apreciable de los austriacos. Pronto nos fuimos acercando a Praha. Barrios dormitorio con bloques de edificios de 6 u 8 pisos, no especialmente bonitos, pero dignos. La estación de Praha era antigua, estaba bien conservada y decorada con estrellas rojas.

Salí a la calle y rápidamente aprecié las diferencias en la ropa de los peatones y en los modelos de los coches. Era como retroceder a la España de finales de los años 50 o principios de los 60. No tuve más remedio que dirigirme a una pareja joven de aspecto simpático con un papel en el que figuraba escrito en checo el “albergue de la juventud” y la dirección. Se desvivieron por explicármelo en checo y no les entendía nada, lo intentaron en alemán y tampoco, por fin ellos comprendieron que era español y chapurreando italiano deduje que estaba lejos de allí, que debería coger un tranvía y el número y parada.

Subí al tranvía y de nuevo el problema a la hora de pagar el billete. Hasta que le di al cobrador dinero para que el mismo lo cobrara. Le enseñé también el papel con la dirección, me soltó una parrafada y me indicó que me sentara. Los pasajeros me miraron con cara entre curiosa y agradable. Al cabo de un rato, después de haber cruzado el rio e ir subiendo hacia el Castillo (Prazsky hrad), tanto el cobrador como algunos pasajeros me indicaron que me bajara y me señalaron hacia donde tenía que ir. Y llegue al Albergue de la Juventud, situado en un lugar con estupendas vistas de Praha y en medio de lo que parecía un Campus Universitario. No era tan moderno y tan bien equipado como los que había conocido en Suiza y Austria, pero no estaba mal y la información estaba en checo, alemán, inglés y ruso.

Cuando me instalé en mi litera, sentí una enorme satisfacción: mis primeros pasos en Checoslovaquia habían ido bien, no me podía quejar.

Cogí de nuevo el tranvía y bajé hasta el centro de la ciudad. Praha era imponente pero muy oscura. Los edificios tenían el color gris o negruzco del paso de los muchos años sin haber recibido ni una restauración ni siquiera una mano de pintura. Las iglesias, los palacios, los edificios públicos eran tan hermosos como los de Viena, aunque con un estilo propio con más influencia eslava, pero su belleza estaba oscurecida. Recorrí las calles comerciales y las diferencias, no ya con lo que había conocido en Austria y Suiza sino también con España, eran notabilísimas. Tiendas de muebles, ropa y electrodomésticos con escaparates sin ninguna gracia ni atractivo, ni un anuncio luminoso, los maniquís absolutamente kitsch, como de hacía 50 años. A diferencia de Viena, no apetecía entrar en ninguna tienda y desde luego comprar ninguna ropa, a pesar de que todo era muchisimo más barato. Era evidente que allí no había llegado la sociedad de consumo, ni siquiera la limitada que teníamos todavía en España.

Entré en una cervecería en la Plaza de Wenceslao. Me sirvieron una imponente jarra de cerveza, de un litro, con una manguera parecida a las de las gasolineras. La segunda sorpresa es que en pleno verano la cerveza estaba del tiempo. ¡Pero que cerveza más rica! No había tomado nunca una igual. Pedí una inmensa salchicha con chucrut, también excelente. Y cayó una segunda jarra. Era tan, tan barata y además no se subía nada a la cabeza. Salí de la cervecería ya anochecido y las calles tenían una baja iluminación, como muchos años después encontré en la mayoría de las ciudades iberoamericanas.

Volví al Albergue y en recepción vi un cartel de anuncio de una discoteca en las cercanías. Y allí que me fui, aprovechando el buen cuerpo que me había quedado con la cerveza. La discoteca sí que era igual que las que yo conocía en España, todo era igual, la actitud de la gente, la barra, la iluminación, hasta la música. De pronto empezó a sonar “A thing called love” una fantástica canción de Johnny Cash, que me encantaba y que era muy actual. Mi sorpresa fue inmensa; ¡todos se pusieron a brincar mientras la cantaban a coro en inglés, se la sabían entera! Se me puso el vello de punta y sentí una enorme emoción. Allí en Praha, en otro mundo, en otra sociedad, había algo común para quienes éramos jóvenes: la música. Aprovechando la coyuntura intente ligar, pero hasta ahí no llegaba la comunidad de gustos y sentimientos.

Esa noche dormí fatal en el Albergue. Tenía la cabeza y el corazón revueltos con mi primer día en Praha.

Al día siguiente fui al Museo Nacional de Pintura, cercano al Castillo. Me impresiono conocer una inmensa colección de pintura románica, gótica, renacentista, absolutamente desconocida para mí. Entré en la imponente Catedral de San Vito, anduve por los alrededores del Castillo, bajé de nuevo al centro cruzando el Puente Carlos, me senté un rato en la preciosa Plaza Vieja, callejeé por el magnifico barrio judío con edificios de estilo modernista... En una calle de segundo orden me encontré el “Museo de la Revolución” y claro decidí visitarlo.

Parecía cerrado, pero salió  una señora viejecita, bajita, con el pelo blanco y recogido en un moño. Con una cara feliz me animó a entrar. Me preguntó en ingles de dónde era, al saber que era español su alegría fue enorme y me contó en un español cubanizado que su marido había sido voluntario en las Brigadas Internacionales y que hasta su muerte, hacia unos años siempre había recordado aquella experiencia. Puestos a hacernos confidencias le dije que yo era militante del Partido Comunista de España. Recorrí el museo, siendo el único visitante. Estaba dedicado a las luchas políticas y sociales en el país durante el siglo XIX y primera mitad del XX; la historia se detenía en 1948 cuando se instauró por las bravas la democracia popular. Me sorprendió las muchas y duras luchas y la represión sufrida durante muchos años por la clase obrera y la izquierda checa. La abuelita me dijo con pena que tenían muy pocas visitas. Antes de irme me regaló numerosos pins, postales, medallas, etc. con motivos revolucionarios, que después escondi en mi mochila (para poder entrarlas en España), algunos de los cuales aún conservo.

Salí a la calle con una visible depresión por una revolución encerrada en un museo y sin nadie que la fuera a visitar. La ciudad era suficientemente bella como para distraer mis lúgubres sensaciones. Esa noche tampoco dormí bien.

Al día siguiente marché a Bratislava. Tengo ya pocos recuerdos. Su centro histórico, con sus torres, su castillo y sobre todo el inmenso cauce del Danubio con unos puentes tremendos y barcos de pasajeros en las orillas.

Cuando cogí el tren hacia Budapest, iba dándole vueltas a mi primera visita a un país socialista. No había visto pobreza, pero nada de lo que había conocido me resultaba atractivo para defenderlo en mi país y eso que iba preparado. Los comunistas españoles no nos identificábamos con el socialismo real; nuestro modelo de socialismo en libertad tenía poco que ver con aquello y habíamos sido profundamente críticos con la invasión de Checoslovaquia por el Pacto de Varsovia. Pero constatarlo en vivo y en directo me resultó muy duro.

Treinta y cinco años después volvimos a Praha. Era una ciudad deslumbrante. La mano de pintura y la rehabilitación resaltaban toda su belleza antes oscurecida. No quedaba ni rastro de la revolución y sí miles y miles de agobiantes turistas. Había mendigos y homeless. En el metro una panda de exmilitares kosovares, según me dijo la policía, me rodearon y robaron la cartera y la documentación. En la comisaria había bastantes más víctimas ante la pasividad de los funcionarios. Pura sociedad de consumo.









lunes, 7 de agosto de 2017

DE MOCHILERO POR CENTRO EUROPA: 2) AUSTRIA


Llovía a mares cuando salí de la estación de Innsbruck. No se me había ocurrido llevar un paraguas y tan solo tenía un fino impermeable. Llegué bastante empapado al Youth Hostel en cuya recepción había un grupo de chicos, esperando no sabía muy bien qué. Con dificultad logré enterarme que el Albergue estaba lleno; había salido demasiado tarde de Zúrich y no tuve en cuenta que Innsbruck, como me sucedería después en otras ciudades, era un destino turístico con mucha demanda de plazas, tan baratas y cómodas como los Albergues de Juventud.

Me quedé hundido ante la perspectiva de tener que buscar una pensión con la lluvia que estaba cayendo, en una ciudad que no conocía y con unos precios que seguramente me resultarían excesivos. La recepcionista viendo mi aspecto desolado, me habló y habló y yo no entendía prácticamente nada, tan solo repetía una palabra que sí conocía, “Church”, pero que me descolocaba aun más. Por fin, con la ayuda de algún otro chaval, llegué a la conclusión que nos podían alojar en una iglesia cercana, para al menos dormir bajo techo y además podíamos cenar en el Albergue.

Y así fue. Resultaba pintoresca la escena. Alrededor de 20 jóvenes durmiendo en una iglesia con unos imponentes altares barrocos. Cogí el saco de dormir, que hasta ese momento no había utilizado, y me tumbé en un banco. No conseguía dormir y aun no se me había secado la ropa. Durante varias horas estuve probando diversos lugares para acostarme, el suelo, las escaleras del altar mayor, hasta que terminé en el pasillo central que tenía una alfombra relativamente mullida. Me consolaba ver como a otros chicos les pasaba lo mismo que a mí. Al menos podíamos usar un wáter adosado a la sacristía. A las 7 y media de la mañana nos despertaron amablemente porque tenía que empezar el culto religioso.

Ya no llovía y aunque estaba molido, me puse a recorrer la ciudad, aun más bella que todo lo que había visto hasta entonces. Para no repetir la experiencia y no llegar tarde, cogí el tren a Salzburgo a la hora de comer. Estaba muerto de sueño y tentado de dormir un rato, pero el paisaje era tan precioso que no quise perdérmelo, ya dormiría por la noche. Descubrí que pasaban un carrito con comida por los vagones del tren, no pude resistir, me compré un riquísimo perrito caliente con una salchicha imponente y nada caro.

Estaba impaciente por conocer Salzburgo, con tantas connotaciones musicales. Una vez asegurada la plaza en el Albergue y ya sin el equipaje empecé a callejear. Apareció una tienda de jazz, impresionante, todos esos discos que posiblemente nunca encontraría en España y que representaban la historia del jazz, estaban allí. Resistí la tentación, me había propuesto no comprar nada de música hasta el final del viaje, si es que me sobraba dinero.

Pero los Santos protectores de los amantes de la música que no tienen dinero me compensaron rápidamente. En una plaza del casco antiguo, no recuerdo bien si donde estaba la casa donde vivió Mozart, se celebraba un  concierto de piano al aire libre y no me lo podía creer, se trataba nada menos que de Friedrich Gulda, uno de los mejores músicos de formación clásica, que en sus interpretaciones de grandes composiciones clásicas hacia incursiones en el jazz, que no siempre eran bien aceptadas por los puristas. Había gente, pero no excesiva, no creo que pasáramos mucho de cien personas; no me moví hasta que terminó, propinas incluidas.

Al día siguiente, ya repuesto del cansancio de Innsbruck, subí al castillo, por supuesto andando y pasando bastante calor. Mereció la pena, con las vistas panorámicas de los alrededores de Salzburgo. Por la tarde entré en la Catedral y en algunas Iglesias barrocas, paseé por los jardines y alrededor del rio. Disfruté de una maravillosa ciudad, que he vuelto a visitar este año, desde luego con más dinero y comodidad (subimos al Castillo en el funicular y comimos y cenamos en cervecerías típicas), pero con infinitamente más turistas.

Tras Salzburgo, el viaje a Viena. Me costó encontrar el Albergue. No estaba céntrico y no entendía muy bien el sistema de transporte público. Ya no recuerdo si cogí un tranvía o un trolebús, pero tuve que andar un buen rato. El albergue estaba bien, con un amplio jardín y en un barrio con muchas cervecerías. Nada más instalarme, me dediqué a lavar la ropa usada y sudada, aprovechando que iba a estar tres noches y habría tiempo para que se secara.

Pasear por Viena era delicioso, aunque constantemente había muestras de que estaba en una ciudad prohibitiva para un joven español. No pude entrar en ningún café ni en ninguna pastelería, con unos escaparates ante los que se me hacía la boca agua, pero con unos precios inasumibles. Lo mismo que me sucedía al pasar por las tiendas de discos del centro. Tenía que elegir entre el placer de comer o la oportunidad de visitar palacios y museos.

Me entusiasmó la Catedral de San Esteban y las vistas desde su torre. Fui al Palacio de Schonbrunn y al Belvedere, que mis padres me habían recomendado que no dejara de visitar. Recorrí el barrio de los Museos y el paseo “Ringstrasse”, el Ayuntamiento, el Parlamento y el Palacio Imperial de Hofburg. Fueron dos días y medio intensos y agotadores; regresaba al Albergue ya sin aliento, arrastrando los pies, me duchaba, cenaba ansiosamente y a la cama. La ventaja es que en aquellos tiempos, como apenas había turismo y desde luego no había invasiones del extremo oriente, todo se podía visitar tranquilamente y sin hacer colas. Cuando hemos estado el pasado mes de junio, hemos saboreado a fondo esta incomparable ciudad, disponiendo de más tiempo, más información y más dinero, eso sí siempre rodeados de chinos, japoneses, coreanos, rusos, polacos y por supuesto compatriotas, aunque todo tiene su lado bueno, el idioma castellano estaba más presente y era mucho más conocido por el personal austriaco.

Me marche de Viena con la sensación de haberme dejado muchas cosas por visitar, la gran noria del Prater, popularizada en la película “El tercer hombre”, “Karl Marx Hof”, edificios construidos para obreros por el Ayuntamiento rojo a finales de los años 20 o el mismísimo rio Danubio. Algo parecido nos ha sucedido en el viaje de 45 años después.

Al coger el tren hacia Praga, iba recordando los días pasados en Austria, las magníficas ciudades y formidables paisajes, un país tan desconocido para los españoles, a pesar de los fuertes lazos históricos que mantuvimos en el pasado. Crecía mi nerviosismo y expectación según me acercaba a Checoeslovaquia, iba a cruzar el “telón de acero” y conocer un país socialista. ¿Qué pasaría?