martes, 13 de marzo de 2018

ASESINATO DE GABRIEL Y PRISION PERMANENTE REVISABLE



Cada cierto tiempo se producen crímenes atroces que provocan fuertes y emotivas reacciones en sectores de la opinión pública. Lo vimos hace unas semanas con el asesinato de Diana Queer y lo estamos viviendo ahora mismo con la muerte de Gabriel Cruz.
Los intentos de casi linchamiento de la presunta culpable han llenado las portadas y reportajes de los medios de comunicación, especialmente de algunos más propicios al sensacionalismo. Si la agresión a una presunta criminal nunca puede ser admisible ni justificarse como reacción lógica de dolor y condena, menos aún puede entenderse que se aproveche el clima emocional para hacer jugarretas electoralistas por parte de medios de comunicación, de dirigentes y grupos políticos.
Nadie debería agitar el malestar y fomentar incluso bajas pasiones, que sabemos dónde empiezan, pero nunca donde acaban.
Aunque seamos muchos los que nos quejamos de que las cárceles están muchísimo más llenas de condenados por delitos individuales de sangre o de tráfico de drogas, que por delincuentes de cuello blanco, en sus diversas modalidades, es evidente que nuestra legislación penal, reformada con cierta frecuencia y casi siempre con pretensiones de endurecimiento, así como nuestro sistema judicial, cuentan con suficientes y a veces excesivos instrumentos para perseguir los delitos y castigar con firmeza a los y las criminales.
Recuerdo cuando en los primeros años de la transición democrática, hubo varios indultos no estrictamente políticos y algunas reformas legales que actualizaron y moderaron las leyes autoritarias heredadas del franquismo o incluso del siglo XIX, se desataron campañas sobre el presumible aumento de la violencia y la delincuencia y a un supuesto “miedo a salir de casa” que nos había traído la democracia, algo que nunca se llegó a demostrar.
No son nuevos, por tanto, los intentos de aprovechar crímenes horrendos para endurecer la legislación penal, algo que igualmente surgía cada vez que ETA acometía alguno de sus muchos actos terroristas.
La petición de estos días de “la prisión permanente revisable”, o dicho en lenguaje de la calle, “la cadena perpetua”, por gente indignada ante el asesinato de un niño, que puede ser entendible aunque nunca justificable, no puede ser aprovechada políticamente para arañar más votos.
Hay que recordar que esa nueva figura legal, aprobada en la anterior legislatura con los únicos votos favorables del PP, ha sido fuertemente cuestionada por juristas y expertos, por jueces y fiscales, y por la mayoría de los partidos políticos, que recientemente pidieron su supresión, en este caso con el voto en contra del PP y la incomprensible abstención de “Ciudadanos” (olvidando sus pretensiones de ser un partido moderno, liberal, avanzado…).
Los políticos de la derecha y centro derecha, que compiten por ver quien es más duro con ese crimen, saben de sobra que con la actual legislación penal el castigo para la persona culpable va a ser tremendo, ya que se dan, en principio, muchas circunstancias agravantes para ello. Y por tanto lo que se pretende no es tanto castigo como venganza: “que se pudra y muera en la cárcel, que bien merecido lo tiene”.
Una sociedad democrática avanzada como la nuestra, no puede asumir esas posiciones. Al igual que en el pasado logramos erradicar la pena de muerte, tenemos que asumir que la cadena perpetua en la práctica destierra cualquier perspectiva de rehabilitación, de arrepentimiento, de recuperación para la vida social; un derecho que todas las personas, incluidos los y las criminales más horrendos, deben tener. Y no valen argumentos justificativos, de que la condena puede ser revisada, que lo puede ser, pero en un contexto de difícil aplicación. Como también hay que tener presente que esta reforma legal se produjo en un momento de ascenso del terrorismo yihadista, algo muy distinto a lo que pueden ser los crímenes de individuos particulares.
De ahí que resulte todavía más inaceptable que en las filas del PSOE, un partido que a lo largo de su historia ha tenido grandes juristas, grandes defensores y luchadores por los derechos humanos, surjan dudas ante esta cuestión y temor a perder votos si aparecen con una “imagen débil”.
La prisión permanente revisable debería desaparecer de nuestro Código Penal y desde luego bajo ninguna presión emocional ni interés electoral partidista, ampliar su campo de aplicación.
Ya estamos teniendo diversos retrocesos en materia de aplicación del Código Penal y de la legislación vigente, como acaba de poner de relieve el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, como para dar más y más contundentes pasos en esa dirección de limitación de derechos.

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lunes, 5 de marzo de 2018

VIVAS, LIBRES, UNIDAS POR LA IGUALDAD: 8 DE MARZO



El movimiento obrero, los sindicatos de clase y los partidos de izquierda vienen celebrando desde ya un lejano año 1911, el 8 de marzo como el día de la mujer trabajadora. Las organizaciones feministas que se fueron desarrollando a lo largo del siglo XX, se sumaron a este día de lucha y reivindicación.

Con el paso de los años hasta instituciones internacionales como la ONU han apoyado a esta conmemoración.

Todos los 8 de marzo quienes luchan por la igualdad de derechos, sin discriminación en el empleo y en el salario, han salido, hemos salido, a la calle con las banderas y lemas morados. Estas luchas han dado resultado. Hoy la situación de las mujeres en los países democráticos y socialmente avanzados, tienen ya poco que ver con la realidad de los primeros años del siglo XX. Aun y así la plena igualdad sigue siendo un objetivo no alcanzado plenamente, ni en lo laboral, ni en lo político, ni en lo cultural y educativo, ni en la convivencia familiar y en lo religioso.

Pero a la vez que se ha progresado en derechos, se han acentuado, o han emergido con mayor claridad, las diversas formas de violencia de genero.

Este año la lucha por la igualdad ha dado un importante salto cualitativo: un paro internacional de dos horas por turno. Y en nuestro país el lema unitario recoge la expresión “VIVAS, LIBRES, UNIDAS, POR LA IGUALDAD”, añadiendo, como no podía ser de otra manera, la lucha contra las diversas formas de violencia de genero.

Lamentablemente esta iniciativa no ha contado con un apoyo unánime en nuestra sociedad y peor aún, ha habido criticas infundadas, manipulaciones y burlas, incluso desde ámbitos gubernamentales.

La movilización va a ser un gran éxito en ese camino sin vuelta atrás por la igualdad. Y sin olvidar que aún hay cientos de millones de mujeres y niñas que en numerosos países sufren una brutal discriminación y violencia, que se inicia en la más tierna infancia y dura toda la vida.

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LA DIGNIDAD DE LOS POLITICOS



Hace unos días asistí a un acto de homenaje en memoria de Javier Martínez Lázaro (Tito), un gran juez progresista. En las numerosas intervenciones que se sucedieron, las dos frases más repetidas fueron “ojalá los políticos de hoy fueran como Tito” y “fue un hombre que siempre buscaba consensos y tendía puentes entre posiciones distantes”. Fue un líder estudiantil en los últimos años del franquismo, militante del PCE, periodista, abogado laboralista de CCOO, juez, miembro de Jueces para la Democracia, del Consejo del Poder Judicial… y siempre mantuvo una coherente lucha por mejorar las condiciones de vida de la gente.

Como Tito hay y ha habido muchos hombres y mujeres en la lucha política, dignos, responsables, honestos, rigurosos, coherentes con sus ideas, trabajando por la gente, especialmente por las clases populares.

Sin embargo, la imagen que recibimos todos los días a todas horas es corrupción, ineficacia, lejanía, ir a lo suyo, en definitiva, aquello que resumió muy bien el 15-M cuando hacía referencia a “la casta”. He terminado por ver solo un programa de televisión, “El intermedio” y es soportable por la inteligente e intensa dosis de humor con que trata el cumulo de noticias tremendas y es entonces cuando recuerdo aquella vieja canción de Peret, “Es preferible reír que llorar”. Otras veces viendo “El intermedio”, pienso que García Berlanga se quedó bien corto en sus geniales películas retratando las clases dominantes de nuestro país.

Es normal preguntarse cómo se ha llegado a esta situación de desfachatez, de sensación de impunidad, de avaricia sin límites, en muchos casos por parte de personas que ya estaban muy bien situadas económicamente y que son capaces hasta de timar a sus consuegros como uno de los implicados en el caso Palau de Barcelona.

¿Cómo es posible la red tan amplia de complicidades, de silencios, de permisividad, que en algunas zonas de nuestro país alcanzó a numerosas personas, que en muchos casos se beneficiaron en mayor o menor medida de las anchas pirámides de corrupción?. Y lo más increíble de todo ¿como esas arraigadas, sistemáticas, duraderas conductas, apenas han pasado factura a quienes las han practicado o tolerado?

La desideologización, la falta de cultura política, de conocimiento de la historia, de comprensión de los retos de un mundo globalizado y complejo, que caracteriza a buena parte de la sociedad española y a buena parte de sus elites gobernantes, puede ser una explicación. Las ideas, los modelos de sociedad, las propuestas de transformación y por supuesto los principios morales y religiosos, se han desdibujado tanto en la izquierda como en la derecha.

No me gusta ser “abuelo cebolleta” y añorar melancólicamente el pasado, pero lo cierto es que la transición y los primeros años de la construcción de la democracia la protagonizaron en la izquierda, en el centro y en la derecha, gente que tenía ideología y luchaba por sus ideas. Y repito en la izquierda, en la derecha y en el centro. Tuve la suerte de conocer y tratar a muchos de ellos y la inmensísima mayoría estaban en la política no por ganar dinero sino por defender sus principios. Para no hablar de mis amigos comunistas, citare tres ejemplos para mi inolvidables: Jerónimo Saavedra, Fernando Abril Martorell y Antonio Garrigues Walker. Socialista y ugetista el primero de ellos, bien alejados de mis ideas los otros dos (Garrigues había sido nada menos que miembro de la Comisión Trilateral), y sin embargo lucidos y conscientes luchadores políticos para hacer de España un estado moderno, democrático y mas justo y solidario.

También conocí a muchos y excelentes altos funcionarios y cargos públicos, que yo resumiría en la persona de Adolfo Jiménez, largos y decisivos años Secretario de la Seguridad Social, con el que discutía, a veces con mucha dureza, pero del que sabía sin genero de duda que luchaba como yo por un Sistema de Seguridad Social solidario y sostenible. Adolfo, que era independiente, pero no apolítico, se afilió al PSOE el mismo día en que este partido en el año 1996 perdió las elecciones generales, algo que hoy parecería inconcebible.

Era una clase política que en absoluto participaba de esa desgraciada frase que se atribuye a Felipe González de que “gato blanco o gato negro, lo importante es que cace ratones”, ni tampoco de lo que dijo Alfonso Guerra “el que se mueva no sale en la foto”. Dos terribles opiniones que estoy seguro hicieron temblar a socialistas tan valiosos y honrados como José María Maravall, Matilde Fernández o Gregorio Peces Barba.

Insisto que ha habido y hay muchos políticos dignos, pero la dignidad no viene del aire, se construye y se garantiza día a día, año a año. Requiere formación cultural, sustento ideológico, principios morales, talante dialogante y voluntad de negociación, trabajar en su profesión antes y después de ser cargo público, salir y escuchar a la gente normal y corriente, ir al cine, al mercado, al centro de salud, de tapas, a pasear por un parque, poner la lavadora y el friegaplatos, hacer la cama, llevar a los niños al cole, hacer los deberes y jugar con ellos…



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