Hoy hay bastante gente que ignora,
desprecia o critica duramente a los sindicatos de clase. Lo peor es que esa
actitud ha alcanzado a sectores progresistas. Y peor aún, hay quien lo hace desde
la precariedad, el paro o las condiciones inhumanas de trabajo.
He tenido la inmensa suerte de estar
vinculado, de una u otra forma, a CCOO desde septiembre de 1971, cuando recién terminada
la carrera de derecho, empecé a trabajar en el despacho laboralista de Javier
Sauquillo y Lola González Ruiz. Allí día a día y hasta el 1 de julio de 1977, atendí
a miles de trabajadores que acudían a los abogados de CCOO, porque así éramos
considerados, con el más amplio abanico de abusos e injusticias sociales que uno
se pueda imaginar. Había trabajadores, que incluso después de haber firmado la
demanda o la denuncia, no volvían por miedo al despido o la sanción o porque no
lograban que otros compañeros testificaran o aportaran pruebas. Muchos trabajadores
eran empujados por sus mujeres, que más decididas, les animaban a reclamar.
Según se resquebrajaba la dictadura,
en buena medida gracias a las luchas impulsadas por CCOO, las demandas y
reclamaciones se multiplicaron, como se multiplicaron los despachos, el número
de laboralistas y nuestro trabajo. No exagero al decir que la mayoría de las
mañanas tenía cinco, seis o siete juicios y que la mayoría de las tardes
terminaba pasadas las diez de la noche con 25, 30 o 35 consultas. Y todo ello
era movido, impulsado por los hombres y mujeres de CCOO en los centros de
trabajo. En aquellos años de la transición muchos trabajadores lograron mejorar
sustancialmente las condiciones de trabajo y salario gracias como nunca hasta
entonces, gracias sobre todo a CCOO.
Conseguimos la libertad y CCOO (y también
UGT) tuvo que transformarse, con rapidez y escasísimos medios, en un sindicato
similar a los que existían en los demás países democráticos. Y desde el primer día
de la legalización tuvimos que seguir peleando por los derechos de los
trabajadores que la nueva democracia regateaba. Luchamos por una Constitución
avanzada, por unos Pactos de la Moncloa que no hicieran pagar a los
trabajadores el coste de la crisis y de la modernización de la economía española.
Peleamos por la universalización de las pensiones y de la sanidad pública, que
la derecha y la patronal no querían. Luchamos por unas prestaciones dignas de
desempleo y una cobertura general, cuando esa misma derecha y esa misma
patronal acusaban a los trabajadores de vagos y fraudulentos. Combatimos para
frenar las consecuencias de las reconversiones industriales. Nos movilizamos
para que el Estatuto de los Trabajadores recogiera unos derechos básicos
dignos. Negociamos miles y miles de convenios colectivos, que transformaron las
condiciones de trabajo de nuestro país. Exigimos la incorporación de las
mujeres al empleo y la igualdad de condiciones con los hombres. Denunciamos la
tremenda siniestrabilidad laboral existente, así como el fraude en las nominas
y cotizaciones….Y asi hemos seguido 40 años.
Podrán decirnos a los viejos sindicalistas
y a los viejos profesionales colaboradores de los sindicatos, que esas son las
batallas del “abuelo cebolleta” y que ahora las cosas son muy distintas. Efectivamente
son muy distintas y sobre todo en muchos casos han empezado a ser peores, de la mano del debilitamiento de los
sindicatos, de las constantes y poderosas ofensivas mediáticas contra el
sindicalismo de clase. Los derechos se han empezado a reducir gracias al
desguace de la negociación colectiva y a la perdida de competencias de los comités
de empresa, delegados de personal y secciones sindicales.
La precariedad laboral y la impunidad
patronal están siendo posibles tras largos años de ataque y cuestionamiento de
los sindicatos.
Los sindicatos y en concreto CCOO
hemos cometido errores, algunos de importancia. Quienes hayan seguido mi blog
en sus ya seis años de existencia habrá podido leer, sin adornos ni paños
calientes, críticas y autocriticas. Por ello he saludado con enorme satisfacción
los numerosos llamamientos a la profunda renovación sindical que viene haciendo
Ignacio Fernández Toxo y del que va a dar buena muestra en el próximo Congreso
Confederal, empezando con dar ejemplo con su retirada de la Secretaria General.
Pero nuestros errores y malas prácticas no cuestionan la ingente labor
realizada en estos 40 años.
Hoy una parte considerable de los
trabajadores y sobre todo trabajadoras de nuestro país sufren unas pésimas condiciones
de trabajo, de manera más intensa precisamente en muchas pequeñas y medianas empresas donde no están presentes
los sindicatos de clase. El cambio de su situación solo será posible si
consolidamos sindicatos fuertes y valorados socialmente. Que nadie se engañe,
buena parte de la patronal española quieren competir con el mundo globalizado
mediante bajos salarios, jornadas sin límite e inhumanas condiciones laborales.
Nos quieren devolver a los años 60 del siglo XX o a las actuales sociedades
desreguladas del tercer mundo. Los únicos que lo pueden impedir somos cada uno
de nosotros apoyando y apoyándonos en los sindicatos.
Se cumplen en estos días los 40 años
de la legalización de CCOO, a la que aporte mi pequeño grano de arena
trabajando en sus estatutos por encargo de Julián Ariza y Nicolás Sartorius.
Durante estos 40 años, aunque no siempre he compartido todo lo que se hacía, he
podido vivir el ímprobo trabajo de decenas y decenas de miles de sindicalistas
que se han dejado la piel, la salud, el dinero, la promoción profesional y el
disfrutar de una vida tranquila y cómoda, para que la clase trabajadora de
nuestro país y mas allá el conjunto de nuestra sociedad, trabajara y viviera
con mucha más dignidad.
Y personalmente, como pensionista,
tengo que decir que hoy o no tendría pensión o sería mucho peor, si mi
sindicato desde un lejano año 1977 no hubiera situado la lucha por las
pensiones como una de sus prioridades.