La primera vez que vez que fui a Bruselas a una reunión de la entonces Comunidad Europea, fue en el invierno de 1988, para participar en el Comité de Seguridad Social de los trabajadores emigrantes.Lo recuerdo como si hubiera sido ayer. De vuelta al hotel muy cerca del gran edificio Berlaymont en la Plaza Schuman, mi cabeza no paraba de dar vueltas a lo que estaba viviendo. Había palpado, respirado Europa. Estuve paseando durante horas, Rue de la Lois hasta la Grand Place, cene una gran cazuela de mejillones con apio y después en la cervecería A la Morte Subite me tome dos o tres cervezas afrutadas y ya medio achispado seguía pensando en lo mismo. Fue casi una semana, con un ritual muy parecido, reuniones, paseos, mejillones, cervezas, solo interrumpido por las varias visitas a la FNAC a comprar jazz, opera y country y a una tienda CASA a por maravillosos adornos navideños. De todo ello saque dos conclusiones que me han marcado a fondo en los años posteriores. Que la Unión Europea era el proyecto mas ambicioso, ilusionante y transformador que iba a vivir en lo que nos quedaba de siglo XX y del siglo XXI y que nada lo iba a parar. Y la segunda conclusión, en este caso mucho mas dolorosa, al menos para mi, era que en este nuevo mundo, los comunistas no teníamos nada que hacer, salvo que cambiáramos mucho y pronto. Un comunista en la plaza Schuman era lo mas parecido a un pulpo en un garaje. Curiosamente en uno de los siguientes viajes a Bruselas coincidió en el tiempo con la caída del Muro y estuve horas y horas tumbado en la cama del hotel viendo angustiado aquellas terribles imagenes que cerraban una época que se había abierto en octubre de 1917. Era eurocomunista, no tenia ninguna confianza en los países del llamado socialismo real y hacia muchos años que no me consideraba parte de aquella historia, mas aun después de haber visitado Praga, Budapest y Zagreb en agosto de 1972 y haber visto directamente lo que era aquello.Pero una cosa era la ruptura política e ideológica y otra muy diferente presenciar aquel derrumbe, que nos arrastraba, quisieramos o no, a todos los comunistas del mundo. De nuevo recorrí las calles de Bruselas acongojado.Lo que un día fue nuestro mundo estaba desapareciendo y no teníamos respuestas para lo que se estaba creando en la Plaza Schuman de Bruselas.
Todo este largo y algo melancólico prolegómeno, viene a cuenta de mi confianza ilimitada en la fuerza del proyecto de la Unión Europea. Tardaremos mas o menos, habrá crisis mayores o menores, pasaran sus actuales y grises dirigentes. Pero la idea no tiene vuelta atrás, porque es nuestra salvación. Frente a los imperialismos, nacionalismos y a las luchas religiosas, que nos han ensangrentado siglo tras siglo, por fin hay una posibilidad permanente de paz, democracia y derechos sociales. ¿Hay algo mas vital por lo que luchar? ¿Hay una herencia mejor que dar a las siguientes generaciones? ¿Hay un ejemplo mas positivo que ofrecer al resto del mundo?. Saldremos de esta No sera fácil, pero lo lograremos.¿O es que alguien pensaba seriamente hace 30 años que la mayoría de los europeos íbamos a tener una moneda única, uno de los símbolos mas visible de la identidad nacional?
Mis hijos ya son mucho mas europeos que yo. Mi nieta lo sera aun mas y si ella algún día pasa por delante del Berlaymont en la Plaza Schuman, es posible que recuerde que su abuelo perdió allí su esencia estrecha, paleta y localista y descubrió que mas allá de sus narices había el mas ilusionante horizonte que la civilización europea jamas se había planteado.
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