Tras la experiencia en Centro Europa, mi segundo verano independiente,
como no podía ser de otra manera, fue ir a las Islas Británicas.
Viajar de Madrid a Londres en 1973 con poco dinero era sencillamente un
palizón. Salida de Chamartin por la mañana, llegada a Hendaya a medianoche,
cambiar de tren, llegar la estación de Austerlitz de Paris, coger el metro a la
estación Saint Lazare, coger el tren a Calais, ir andando hasta el puerto de
los ferrys, coger uno hasta Dover, allí el tren a la estación Victoria, otro
metro hasta el Youth Hostel. Prácticamente dos días, sin dormir y casi sin
comer. En el Albergue, con mi flamante no-ingles, encontré a un grupo de
chavales españoles, que llevaban ya unos días a los que me pegue como una lapa.
Fuimos a cenar una hamburguesa con una salsa agridulce deliciosa. Después me
propusieron ir a una disco que ellos ya conocían en el barrio de Hammersmith,
que no estaba muy lejos.
Cuando entré en la discoteca creí morir. Unas luces alucinantes. Sonido
a tope de fuerte. Gente guapísima y modernísima, el 95% negros. Nada que ver
con las discos españolas de aquel entonces. Y a los pocos minutos empezó a
sonar “Masterpiece” de The Tempations. Todos bailaban de cine. De golpe y
porrazo desapareció el cansancio de más de 36 horas de viaje y me sumergí en
aquella música hipnótica.
The Temptations, el gran grupo de Detroit, que tras la decadencia de
The Supremes, habían asumido el protagonismo de la discográfica Tamla Motown, y
que tras unos primeros discos en el mas puro y tradicional rhythm and blues habían
ido evolucionando hacia un sonido mucho mas innovador, en el que se mezclaban
la psycodelia, el funk, el rock, y por supuesto el rhythm and blues, con discos
formidables como “Cloud Nine”, “Psychedelic Shack”, “All directions” habían alcanzado en ese año 1973 su cenit creativo con “Masterpiece.
Este lp, con solo seis canciones compuestas y arregladas todas ellas
por Norman Whitfield, uno de los grandes genios de la música negra de finales
de los 60 y principios de los 70, tenía su momento culminante en la canción del
mismo nombre, “Masterpiece”. Con una duración de casi 14 minutos, un inicio de
bajo tono al que se van incorporando sucesivos instrumentos que van elevando la
fuerza rítmica, casi como si fuera una danza circular de los derviches, con las
voces entrelazadas de agudo falsete y grave barítono. Y la letra que describe
la vida en los barrios dormitorio de las grandes ciudades, (Inner City), con
drogas, violencia, sin trabajo, donde el
desafío es mantenerse con vida porque
“solo los más fuertes sobreviven”. En resumen, formidable.
Esta canción oída repetidas veces en la disco londinense, porque no hacían
mas que pincharla una y otra vez, rodeado de aquel publico que parecía salido de
cualquier ghetto norteamericano, me dejó en estado de shock. Nunca he vuelto a
estar en una disco igual. No sé ni cómo, ni cuando, ni con quien regresé al Youth Hostel. Pero mi llegada a
Londres no podía haber sido mejor.
A los pocos días fui a escuchar a Johnny Cash en el estadio de Wimbledon,
que aunque me encanto, que voy a decir, estaba demasiado lejos y no le pude
disfrutar todo lo que hubiera querido y tras un viaje por Irlanda, Escocia y
Gales, en autostop, comiendo casi exclusivamente latas de guisantes, botes de un
exquisito arroz con leche y mucho fish & chips, me fui dos días al Festival
de Reading. Allí lo de menos fue la música, aunque no estuvo mal, Lindisfarne,
Status Quo, The Faces, Tim Hardin, Genesis…lo mejor fue participar en el
ambiente de un festival de rock de esas características. Lo peor, la lluvia, el
patinaje en toneladas de barro y el intentar dormir en el saco en esas
condiciones, por no hablar de cómo se solucionaban otras necesidades. Eso sí,
todo el mundo te ofrecía maría y el olor te envolvía, quisieras o no.
A la vuelta a Londres solo me quedaba dinero para el tren y desde la estación
hasta la casa donde estaba “acogido”, casi en las afueras, tuve que hacérmelo andando varias horas de madrugada. Al llegar al piso de mi
antiguo profesor, amigo y camarada, José María Elizalde, me miró horrorizado
preguntando de donde venia. Me metió en la bañera y allí me tuvo no se cuanto
tiempo hasta que se me despegó el barro, la mugre y el mal olor.
Volví a España feliz de aquel viaje en muchos aspectos iniciático. Y en
el tren iba escuchando en mi cabeza una y otra vez “Masterpiece” de The
Temptations.
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