viernes, 19 de julio de 2013

THE TEMPTATIONS: "MASTERPIECE"


Tras la experiencia en Centro Europa, mi segundo verano independiente, como no podía ser de otra manera, fue ir a las Islas Británicas.

Viajar de Madrid a Londres en 1973 con poco dinero era sencillamente un palizón. Salida de Chamartin por la mañana, llegada a Hendaya a medianoche, cambiar de tren, llegar la estación de Austerlitz de Paris, coger el metro a la estación Saint Lazare, coger el tren a Calais, ir andando hasta el puerto de los ferrys, coger uno hasta Dover, allí el tren a la estación Victoria, otro metro hasta el Youth Hostel. Prácticamente dos días, sin dormir y casi sin comer. En el Albergue, con mi flamante no-ingles, encontré a un grupo de chavales españoles, que llevaban ya unos días a los que me pegue como una lapa. Fuimos a cenar una hamburguesa con una salsa agridulce deliciosa. Después me propusieron ir a una disco que ellos ya conocían en el barrio de Hammersmith, que no estaba muy lejos.

Cuando entré en la discoteca creí morir. Unas luces alucinantes. Sonido a tope de fuerte. Gente guapísima y modernísima, el 95% negros. Nada que ver con las discos españolas de aquel entonces. Y a los pocos minutos empezó a sonar “Masterpiece” de The Tempations. Todos bailaban de cine. De golpe y porrazo desapareció el cansancio de más de 36 horas de viaje y me sumergí en aquella música hipnótica.

The Temptations, el gran grupo de Detroit, que tras la decadencia de The Supremes, habían asumido el protagonismo de la discográfica Tamla Motown, y que tras unos primeros discos en el mas puro y tradicional rhythm and blues habían ido evolucionando hacia un sonido mucho mas innovador, en el que se mezclaban la psycodelia, el funk, el rock, y por supuesto el rhythm and blues, con discos formidables como “Cloud Nine”, “Psychedelic Shack”, “All directions”  habían alcanzado  en ese año 1973 su cenit creativo con  “Masterpiece.

Este lp, con solo seis canciones compuestas y arregladas todas ellas por Norman Whitfield, uno de los grandes genios de la música negra de finales de los 60 y principios de los 70, tenía su momento culminante en la canción del mismo nombre, “Masterpiece”. Con una duración de casi 14 minutos, un inicio de bajo tono al que se van incorporando sucesivos instrumentos que van elevando la fuerza rítmica, casi como si fuera una danza circular de los derviches, con las voces entrelazadas de agudo falsete y grave barítono. Y la letra que describe la vida en los barrios dormitorio de las grandes ciudades, (Inner City), con drogas, violencia, sin trabajo,  donde el desafío es mantenerse con vida porque  “solo los más fuertes sobreviven”. En resumen, formidable.

Esta canción oída repetidas veces en la disco londinense, porque no hacían mas que pincharla una y otra vez,  rodeado de aquel publico que parecía salido de cualquier ghetto norteamericano, me dejó en estado de shock. Nunca he vuelto a estar en una disco igual. No sé ni cómo, ni cuando, ni con quien  regresé al Youth Hostel. Pero mi llegada a Londres no podía haber sido mejor.

A los pocos días fui a escuchar a Johnny Cash en el estadio de Wimbledon, que aunque me encanto, que voy a decir, estaba demasiado lejos y no le pude disfrutar todo lo que hubiera querido y tras un viaje por Irlanda, Escocia y Gales, en autostop, comiendo casi exclusivamente latas de guisantes, botes de un exquisito arroz con leche y mucho fish & chips, me fui dos días al Festival de Reading. Allí lo de menos fue la música, aunque no estuvo mal, Lindisfarne, Status Quo, The Faces, Tim Hardin, Genesis…lo mejor fue participar en el ambiente de un festival de rock de esas características. Lo peor, la lluvia, el patinaje en toneladas de barro y el intentar dormir en el saco en esas condiciones, por no hablar de cómo se solucionaban otras necesidades. Eso sí, todo el mundo te ofrecía maría y el olor te envolvía, quisieras o no.

A la vuelta a Londres solo me quedaba dinero para el tren y desde la estación hasta la casa donde estaba “acogido”, casi en las afueras,  tuve que hacérmelo andando varias  horas de madrugada. Al llegar al piso de mi antiguo profesor, amigo y camarada, José María Elizalde, me miró horrorizado preguntando de donde venia. Me metió en la bañera y allí me tuvo no se cuanto tiempo hasta que se me despegó el barro, la mugre y el mal olor.

Volví a España feliz de aquel viaje en muchos aspectos iniciático. Y en el tren iba escuchando en mi cabeza una y otra vez “Masterpiece” de The Temptations.

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