viernes, 12 de julio de 2013

JOHNNY CASH: "A THING CALLED LOVE"





No llevaba ni dos minutos en la disco de la ciudad universitaria de Praga cuando empezó a sonar “A thing called love” de Johnny Cash; todos los que estaban en la pista empezaron a brincar, a dar palmas, a cantarla. No me lo podía creer. Allí estaba yo en agosto de 1973 rodeado de checos que compartían conmigo la pasión por la música de Johnny Cash y que se sabían de memoria una de sus mas recientes y mejores canciones. Es como si estuviera soñando, ayudado sin duda por la mucha cerveza que tenía encima.

Con lo que había ahorrado en mi primer año de trabajo como abogado laboralista decidí irme de vacaciones por el centro de Europa. Con la mochila, el saco, el carnet de albergues juveniles, el interail y un absoluto desconocimiento de idiomas, quise ir a conocer que era aquello del socialismo real, previo paso por  Suiza y Austria.

La verdad es que las pase canutas. En Innsbruck dormí en una iglesia, en el Lago Balaton al aire libre en un terraplén de la vía del tren. En Zagreb estuve horas y horas haciendo autostop sin resultados. En Venecia compartí cama con un japonés con más miedo que vergüenza. En Milán no convencí a una antigua novia para que me llevara con ella en coche a Barcelona. Pero en Viena compré algunos discos imposibles de encontrar en España de Paúl Butterfield Blues Band, Jackson Brown, P.F.Sloan, Miles Davis  y Mikis Theodorakis. 

Al llegar a Praga, primera parada en un país del socialismo real, el alma se me cayó al suelo. Claro que venia de Berna, Salzburgo y Viena, limpieza, variada oferta de consumo, todo pulcro, el capitalismo centroeuropeo y la belleza inmaculada del desaforado barroco que tanto me gusta. Me sobrepuse y tras dejar los trastos en el albergue, me fui a pasear por la vieja Praga. Nada que ver con la que reencontré 35 años después. Era una ciudad oscura. Los escaparates daban ganas de no entrar a comprar nada. Las fachadas de los edificios estaban deterioradas. Y para colmo la cerveza la servían con una especie de manguera de gasolina y a una temperatura templada; eso si, buenísima.

En un ejercicio de voluntarismo me fui a visitar el Museo de la Revolución. No había nadie, nadie. Lo recorrí de cabo a rabo, ante la sorpresa de la guía-vigilante, que entusiasmada por que fuera a visitarlo y porque encima fuera español, me dijo que era viuda de un voluntario de las Brigadas Internacionales. Me llenó de chapas, de pins, de fotos, de recuerdos varios, de Lenin, de Marx, de la revolución rusa, algunos de los cuales aun conservo.

Desde el albergue se divisaba toda la ciudad. Después de cenar y beber unas cuantas jarras de cerveza baratísima, localicé la especie de disco universitaria y allí me encontré a Johnny Cash. Aquel momento mágico con la música de uno de mis artistas preferidos, me abrió en canal una serie de reflexiones que aun hoy sigo haciéndome sobre el  poder de la música como instrumento de comunicación entre los jóvenes por encima de fronteras, ideologías y clases sociales.

Resulta que allí estaba yo, comunista español, perteneciente a una selecta minoría que en mi país gracias a Ángel Álvarez había accedido a la música country, quizás la mas tradicional de los Estados Unidos, bailando con jóvenes universitarios checos, hijos del socialismo real, seguramente muy criticos con el sistema y que al igual que yo se enardecían con la música “del enemigo imperialista”.

¿Y que decir de la canción? Es una de las muchas maravillosas interpretaciones de Johnny Cash, de su época de madurez, con una letra un tanto espesa y difícil de entender y traducir, sobre las diversas formas de expresarse el amor. Una balada a medio ritmo, con la inconmensurable voz de Johnny, quizás la mas hermosa del country norteamericano, con el acompañamiento habitual e inconfundible de las guitarras, una batería discreta pero sólida y un dialogo con un coro que repite los estribillos.

No recuerdo que más música pincharon esa noche. Sí que repitieron algunas veces “A thing called love”. Cuando cerraron me fui a dormir con un buen pedal tatareándola. Al día siguiente visité un excelente Museo de Pintura medieval y del renacimiento, la Catedral, el Castillo y el barrio judío. Vi Praga con otros ojos más positivos. En el tren que me llevaba a Bratislava iba imaginando que pensaría Johnny Cash si supiera el entusiasmo que despertaba a muchos miles de kilómetros de su país entre los jóvenes de Checoslovaquia, acompañados por un chaval español de 23 años que buscaba ansioso señales de aliento y esperanza en el socialismo real.  





No hay comentarios:

Publicar un comentario