Treinta y cinco años después de la matanza de los abogados laboralistas en el despacho de Atocha 55, poco nuevo se puede decir, del asesinato de unos amigos y camaradas. Quizás alguna reflexión desde otro ángulo.
Les odiaban mucho, nos odiaban mucho. La abogacía era una profesión patrimonio de las clases dirigentes. De ella salían los políticos del franquismo, los empresarios, los jueces y fiscales, los diplomáticos, los inspectores de trabajo, los abogados del estado, los notarios y los registradores. En definitiva el armazón del poder del régimen. Esa situación empezó poco a poco a cambiar en algunas facultades de derecho en los años 60. Aparecieron los rojos. Algunos hijos de la burguesía se pasaron al otro lado y se pusieron en el bando de los perdedores.
Peor aun. Algunos de esos abogados pusieron sus conocimientos al servicio de la clase obrera, de las emergentes Comisiones Obreras. Retorcieron el derecho (`por llamarlo de una forma convencional) laboral para dar cobertura a las reivindicaciones de los trabajadores y para frenar los atropellos continuos que sufrían. Peor aun. Cedían sus despachos para reuniones, para contactos entre militantes políticos y sindicalistas y trabajadores con conciencia de clase, para preparar huelgas o para actuaciones de solidaridad. Peor aun. Esos abogados defendían a militantes y dirigentes clandestinos ante el Tribunal de Orden Publico o la Jurisdicción Militar, iban a las cárceles y hacían de intermediarios con las direcciones políticas que permanecían en libertad, pasaban avisos y mensajes, denunciaban, con escaso éxito, pero denunciaban ante el Juzgado de Guardia las torturas y malos tratos. Peor aun. En sus despachos se reunían con frecuencia las células del Partido Comunista de España (o de otras organizaciones izquierdistas). Peor aun. Aquellos abogados habían hecho saltar por los aires la concepción tradicional y clasista del ejercicio de la abogacía: todos cobraban lo mismo, incluido el personal administrativo, funcionaban democráticamente, las decisiones se tomaban en común, no habían maestros y pasantes.
Demasiadas cosas. Y por eso cuando la Brigada Política Social se ponía en las puertas de nuestros despachos a pedir carnets para intimidarnos a nosotros y a nuestros clientes, sentíamos su infinito odio. Y por eso cuando los guerrilleros de Cristo Rey aparecían en los pasillos de las Salesas ante juicios significativos del TOP y nos amenazaban, sabíamos que lo que realmente les gustaría seria acabar a tiros con nosotros. Y por eso en las Asambleas y Juntas del Colegio de Abogados los colegas de extrema derecha se liaban a puñetazos con nosotros para evitar que les ganáramos votaciones. Y por eso cuando aparecíamos por los locales del sindicato vertical los abogados verticalistas nos miraban con desprecio.
Por todo eso y porque querían romper la transición democrática los mataron. El único consuelo que nos queda es que su muerte no fue en balde.
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