Durante tres años estuve escuchando al antiguo presidente de RTVE, Luis Fernández, que “necesitábamos un gran televisión pública, pero con mucho publico” ya que de lo contrario no servía para nada. Y tenía toda la razón. Lo mismo se puede decir de la izquierda: necesita tener un fuerte respaldo social y electoral para poder llegar al poder y después utilizar ese apoyo para cambiar las cosas. Y para conseguir ese respaldo la izquierda debe tener, al menos, dos cualidades: saber analizar e interpretar con rigor la realidad en la que se desenvuelve y conectar de manera clara y directa con sus potenciales seguidores.
De eso va el post de hoy.
La izquierda de raíz o influencia comunista arrastra serias dificultades para analizar el mundo tal y como es. Han sido demasiados años de represión, de ser un partido minoritario y de lucha, que para sobrevivir mediante una dura militancia necesitaba fuertes dosis de voluntarismo, de fe ciega en sus principios y en sus dirigentes, muchos de ellos forjados primero en la guerra civil y después en el aislamiento de la guerra fría. Unos militantes muy imbuidos de su razón histórica, que confirmaba día a día la pobreza, la falta de libertad, la explotación que les rodeaba, y a la vez inmersos en una sociedad que se apartaba de ellos, en unos casos por hostilidad ideológica y en otros por razones mas primarias de evitar “meterse en líos”. Un partido tan contradictorio que unía una apertura política tan acertada y clarividente como la Reconciliación Nacional o el Pacto por la Libertad, con fuertes dosis de subjetivismo como los sucesivos llamamientos a Huelgas Nacionales o Generales.
De una u otra manera en el PCE han convivido - a veces juntos y mezclados, a veces diferenciados y enfrentados - el alma radical, sectaria, y las posiciones moderadas, como fue el eurocomunismo. A menudo se puede tener la sensación de que se había roto con el marxismo-leninismo en lo político pero no en el pensamiento económico. Cuando cayó el Muro, cayó una sociedad sin libertad y un sistema agotado y fracasado, y esto último no se si lo hemos asimilado bien.
Aunque ahora nos hayamos transmutado en IU y bastantes de sus dirigentes y militantes no hayan sido nunca comunistas, sin embargo esas señas de identidad del PCE siguen influyendo intensamente en IU, en sus análisis y en sus formas de hacer política. Así, tenemos serias dificultades para superar posiciones de anticapitalismo primario, de valorar los cambios en la clase obrera y en las clases medias, en conocer el funcionamiento de los estados modernos de gran complejidad, en analizar las relaciones políticas y económicas en el mundo globalizado, de dejar atrás el prejuicio de que por sí lo público siempre funciona mejor que lo privado o que una empresa nacionalizada es garantía de una mejor gestión, y de que todas las personas que votan a la derecha lo hacen movidas por intereses mezquinos, egoístas o para lograr beneficios personales, y que son gente inculta o insolidaria.
En otras palabras, en nuestros análisis a menudo prima la brocha gorda, el simplismo, los lugares comunes de la izquierda del siglo XX y en general no solemos hacernos preguntas engorrosas y solemos tener respuesta “correcta” para todo.
Si no conseguimos comprender el mundo en que vivimos difícilmente podremos ofrecer propuestas que interesen a la mayoría de la sociedad.
Debemos huir de debates abstractos o quiméricos y centrarnos en conocer con rigor la sociedad en la que vivimos, sus problemas, sus demandas, y eso requiere, entre otras cosas, leer no solo a los que piensan en todo como nosotros, sino también estudiar, conocer otros países y realidades, escuchar a gente diversa, intentar recuperar una masa critica capacitada y unos cuadros y militantes que nos ayuden con sus conocimientos y experiencias, etc...
Los socialistas no se han visto afectados por esa problemática. En el pasado han sido mucho más ágiles para captar los cambios políticos, económicos y sociales. Su talón de Aquiles no ha sido el análisis y el conocimiento, sino su renuncia a cambiar la realidad en profundidad, su espejismo de que con llegar a los gobiernos del ámbito que fuera y mantenerse en ellos ya era suficiente. Que por ser del PSOE ya estaba garantizado que iban hacer las cosas bien y como ellos eran muy distintos de la derecha, las clases trabajadoras y las clases medias urbanas les darían siempre su confianza para gobernar, un cheque en blanco permanente, cumplieran o no el programa o las expectativas de sus votantes. No se han dado cuenta de que bastantes de sus dirigentes y cargos públicos en sus actitudes e incluso opiniones son intercambiables con los de la derecha avanzada.
El pragmatismo ha sido su seña de identidad, renunciando a conseguir la hegemonía de las ideas progresistas en nuestra sociedad. No han comprendido el profundo error estratégico que ha supuesto dejar a la derecha, a sus medios de comunicación, a la Conferencia Episcopal y a sus colegios e iglesias, la reproducción de unos valores conservadores y reaccionarios. No han dado la batalla por las ideas y la derecha se ha hecho con todo el poder y posiblemente por mucho tiempo. A diferencia de lo sucedido en otros países europeos con largos o frecuentes gobiernos socialistas, aquí no hay un “poso socialdemócrata” en los sectores populares sino un autentico vacío ideológico, y el recuerdo de los alineamientos familiares con la izquierda en la guerra civil o de la identificación de la derecha con la dictadura - que tan importante papel jugó en la transición y todavía en los años 80 y 90, - ha tocado su fin, lo que en buena media explica el voto de los cinturones obreros al PP, o de territorios con sólida tradición progresista como la Comunidad Valenciana o Madrid.
Ante una dejación ideológica tan irresponsable del PSOE, puede parecer que las clases populares españolas se han hecho de derechas: es que, como el PSOE, también se han vuelto pragmáticas, han asumido ese proverbio que descubrió Felipe González en China de que “gato negro o gato blanco da lo mismo, lo importante es que cace ratones”. La derecha ha asumido buena parte del discurso tradicional progresista en materia de igualdad o de derechos sociales y el PSOE por el contrario ha asumido un discurso con fuertes tonos neoliberales. En ese desplazamiento al centro de unos y otros, al final el que prevalece es que tiene más medios de convencimiento, más seguridad y menos contradicciones en su discurso, es decir: la derecha estatal o nacionalista. Y ahora, desalojados de todos los ámbitos, buena parte de ellos y desde luego su cúpula dirigente, se niegan a una reflexión critica sobre su pasado, que no es solo la ultima legislatura de Rodríguez Zapatero.
Si la poca capacidad de comprensión de la realidad y propuesta transformadora afecta a la izquierda en su conjunto, sus dificultades de comunicación no son menores. Los comunistas siempre fuimos expertos en mítines y asambleas, pero la sociedad de la informática y de lo audiovisual tiene otras formas de comunicación. Cada 1º de mayo o en otras movilizaciones, la mayoría de los que seguimos acudiendo salimos escopetados en cuanto empiezan los discursos y eso que somos de los convencidos a priori. Un lenguaje que se mueve entre el panfleto y el cartón piedra, con dirigentes que parecen que solo saben reñir o predicar o amenazar con males terribles si no les hacemos caso o que parecen profetas investidos de la razón suprema… ¡Si no nos gustan ni a nosotros cómo van a gustar a los demás!
Por su parte la mayoría de los dirigentes socialistas parecen burócratas fabricados en serie, inspectores de hacienda o Técnicos de la Administración Civil (TAC), desde lo que dicen a cómo viven y visten. ¿Quién puede ver grandes diferencias entre Montoro y Luis de Guindos y Miguel Sebastian y Elena Salgado? Han perdido toda la frescura que pudieron tener Felipe González y su equipo en 1977 o en 1982. También, salvo excepciones, aburren a las ovejas, resultan poco creíbles e incluso algunos totalmente descreídos y, lo que es peor, muchas dirigentes socialistas están cortadas con el mismo patrón Así es imposible conectar con los jóvenes, con las nuevas clases medias urbanas, con las mujeres.
En definitiva, solo renovando nuestras propuestas y nuestras formas de comunicarlas, las izquierdas podremos disputar con éxito la hegemonía social a la derecha y como consecuencia lograr el triunfo electoral.
¿Es ello posible? En el próximo post intentare dar mi opinión.
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