La huelga minera de Asturias de abril de 1962, de la que se ha cumplido 50 años, metió la política en mi casa y en mi vida y ya nunca salio. Casi todos los fines de semana se reunían mi padre, sus hermanos y las mujeres en la casa de alguno de ellos, con más frecuencia en la nuestra. Se pasaban la tarde hablando, merendando y fumando puros, de manera que a las 10 de la noche al marcharse, había una densa niebla en el cuarto de estar, cuando nos dejaban entrar a los niños a comernos las pocas sobras que quedaban.
Todos ellos hablaban muy alto y desde mi cuarto, pared con pared, les oía perfectamente. Un domingo empezaron a hablar de “lo mal que estaba la situación”. Y venga con “la situación”. Yo con doce años y medio me preguntaba que seria aquello de “la situación”. Pasadas algunas semanas las discusiones empezaron a ser mucho mas acaloradas de lo normal y hablaban “de las mujeres de los mineros y que no había derecho”. Así que empecé a entender algo más. Cuando en el mes de mayo iba al colegio me encontraba casi todos los días con jeeps de la policía armada en la calle Romero Robledo esquina Princesa, como preparados para intervenir. Lo comente en casa, sin muchas aclaraciones por parte de mi padre que se refirió a los estudiantes de la Universidad que estaban armando jaleo.
Mi tío José Antonio, comprometido desde hacia algunos años con los sectores mas liberales de la Universidad, firmo junto con varios cientos de intelectuales y artistas una o varias cartas de protesta por la represión contra los mineros y sus familias, que le supuso multas y problemas sobre los que mi padre tampoco entro en muchos detalles. Por mi parte cada vez intentaba escuchar con más atención las discusiones familiares de los domingos por la tarde. Era evidente que los tres hermanos no estaban de acuerdo entre ellos.
Mi padre, becado en la Alemania nazi, había sido simpatizante, no se si algo mas, de Falange, participo en la quinta columna franquista en Madrid, siendo detenido y pasando un tiempo en una checa comunista hasta la entrada de Franco. Después se vinculo al sector “social” del Régimen con Girón y compañía, hasta que viajo a finales de los años 50 a Estados Unidos a estudiar las relaciones laborales en ese país y volvió con otra mentalidad. Su estrecha relación con el Padre Llanos también le debió influir para soltar amarras con el franquismo. De todo ello me fui enterando poco a poco en años posteriores.
José Antonio, también procedente de la intelectualidad falangista, se fue desligando del régimen en los años 50 de la mano de Ortega y Gasset, Lain Entralgo y Ruiz-Jiménez. Y Darío, un niño durante la guerra, estaba más alejado de compromisos políticos. Aunque la mujer de José Antonio, mi tía María Teresa, participaba de las opiniones de su marido, mi madre y mi otra tía, Lilis, eran fundamentalmente católicas y estaban a lo que dijera la Iglesia, si bien mi madre era lectora del periódico YA y seguidora del Cardenal Herrera Oria y por tanto del ala abierta, por decirlo de alguna manera.
Las discusiones políticas y supongo que alguna otras cuestiones mas domesticas, fueron distanciando poco a poco a la familia. Pero mi padre acentúo su evolución política y en octubre de 1963 cuando apareció “Cuadernos para el Dialogo”, se hizo suscriptor y sobre todo accionista. En casa poco a poco se empezó a hablar de forma crítica del régimen, a lo que también contribuyo la influencia del Concilio Vaticano II en mi madre.
Supongo que el revulsivo de las huelgas de Asturias y de su represión, también influyeron en otros sectores de la burguesía ilustrada, muchos de cuyos hijos enseguida iban a dar el salto al antifranquismo al llegar a la Universidad. Una razón más para reconocer y agradecer el sacrificio de los mineros asturianos y sus familias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario