Después de tantísimos años escuchando y leyendo de las barbaridades
cometidas por los comunistas, por el PCE y por Santiago Carrillo, estoy
bastante curado de espanto. De nuevo se ha abierto la caja de los truenos, a
partir de la publicación de “El zorro rojo”, un libro de Paúl Preston sobre Carrillo,
que ya en el titulo anuncia la objetividad del autor. Con ese motivo están
apareciendo algunos artículos, como el de Elorza, que aunque en buena parte no
coincido con el, sí evita el anticomunismo barato. Pero el comentario de Jorge
M.Reverte en el suplemento de Babelia de El País, se pasa tres pueblos hablando
de los miles de crímenes no ya de Carrillo, sino también de la cúpula dirigente
del PCE y en general de los comunistas españoles. Como se suele decir no hay
peor astilla que la de la propia madera y encima Jorge, antiguo camarada, alardea de ser
riguroso en sus libros históricos.
No tengo manías victimistas, soy comunistas desde los 18 años, nunca me
he arrepentido de ello, aunque sí de muchas cosas que he hecho a lo largo de mi
militancia y aunque he sido carrillista a tope, la fe nunca me ha cegado y sé
perfectamente los errores, algunos de suma importancia que jalonaron la
trayectoria de Santiago. Y me vais a disculpar los lectores de mi blog, si en este
post me alargo más de lo habitual, pero quiero aportar algunas reflexiones.
Para empezar, algunas referencias sobre como surgió y como era el PCE antes
de la guerra civil. En los años 20 y principios de los 30 fue un pequeño
partido, muy radicalizado, muy sectario, con una composición muy mayoritaria de
obreros manuales y campesinos, la mayoría de ellos sin formación académica y
cuyo Secretario General antes del 18 de julio de 1936 era José Díaz, un
panadero sevillano procedente de la CNT. Una clara diferencia con el PSOE y la
UGT que tenía numerosos cuadros intelectuales, profesionales, maestros, etc.
El PCE grupuscular de principios de los años 30, afortunadamente fue
tutelado por dirigentes de la III Internacional, que consiguieron que
abandonara su política izquierdista y sectaria e impulsara la unidad de las
izquierdas a través del Frente Popular, tal y como estaban haciendo otros
partidos comunistas europeos.
Durante la Guerra Civil, la dirección comunista dio la talla política y
organizativa. Fue el partido que más y mejor defendió la necesidad de ganar la
guerra y dejarse de experimentos revolucionarios que alejaban a la pequeña y
mediana burguesía republicana; los comunistas frenaron en la medida de sus
posibilidades los crímenes y represalias de los descontrolados del bando
republicano; denunciaron la persecución indiscriminada de los católicos;
defendieron la legalidad en la represión de los sublevados; promovieron la
creación de un ejercito digno de tal nombre que pudiera enfrentarse con unas mínimas
posibilidades de éxito con Franco. Por ello fue el partido que mas creció,
superando los 300.000 militantes y fue el sostén principal del gobierno de Juan
Negrin desde mayo de 1937 a febrero de 1939.
En octubre de 1936, con los franquistas en Carabanchel y la Casa de
Campo, su aviación bombardeando Madrid, francotiradores por todas partes y una
resistencia republicana combativa pero mal organizada, el gobierno de Largo
Caballero se marchó a Valencia y dejó la ciudad a los ordenes de una Junta de
Defensa, de la cual formaba parte Santiago Carrillo como responsable de
Seguridad y con 21 años. No quiero ni pensar que hubiera hecho yo a esa edad y
en esas circunstancias, seguramente marcharme a Valencia o quedarme con más
miedo que vergüenza y sin saber muy bien que hacer.
En ese contexto se produce la matanza de oficiales y cuadros
franquistas en Paracuellos. No voy a entrar de quien fue la responsabilidad de
la orden. Ángel Viñas y otros prestigiosos y serios historiadores lo han
analizado con rigor y de forma documentada. Sin duda Santiago, y los comunistas
madrileños y por supuesto los agentes de la Unión Soviética que ya se movían
como pez en el agua por Madrid, antes o después lo conocieron y tuvieron algo
que ver, al igual que la CNT, la FAI, el PSOE y la UGT. Fue una atroz decisión
en un clima de extrema tensión, en la que todos ellos sabían que en cuestión de
horas podían pasar a ser fusilados si Franco entraba en Madrid.
No se trata de justificar la masacre de Paracuellos, para nada, pero sí
situarla en su contexto, porque fue una barbaridad entre otras muchas que jalonaron la guerra
civil y por supuesto no voy a entrar en comparaciones con lo que sucedió en el
bando sublevado.
Hubo también otro tremendo error en la conducta del PCE en la guerra
civil. La persecución al POUM trotskista y la tolerancia con el asesinato de su
secretario general Andréu Nin. Esto fue obra de la policía política soviética
en su delirante persecución del trotskismo, allá donde estuviera. Los
comunistas españoles creyeron a pies juntillas lo que decía Stalin del POUM y
de Trotski y no movieron un dedo para evitarlo.
Tan solo dos comentarios: el POUM fue un permanente factor de distorsión
de los esfuerzos para mantener el orden y la legalidad republicana en Cataluña
y para mejorar la política de resistencia militar en el frente de Aragón. Su
infantilismo izquierdista no se merecía la represión que sufrieron, pero
tampoco pensemos que eran ángeles de la guarda, ni mucho menos. Y sobre todo ni
el PCE, ni por supuesto el PSOE, ni el gobierno de Juan Negrin, estaban
dispuestos a tener un conflicto con el único país, junto con México, que
estaban ayudando a la Republica. Así de tremendo y de claro.
La tercera gran acusación contra Carrillo y la dirección del PCE de los
años 40, es su supuesta brutal actuación con dirigentes comunistas que en el
interior de España sacaron los pies del tiesto y no se amoldaban a las
consignas que llegaban de la dirección. Tampoco se trata de justificar
actuaciones oscuras e incluso de que se liquidara a alguno de ellos. Pero eran
tiempos en los que la policía y la guardia civil tenia infiltrados en las filas
comunistas, en las guerrillas, tiempos
en los que había caídas masivas con terribles costes humanos. Y nadie se andaba
con chiquitas. Era una lucha de pura supervivencia.
Pero si Carrillo junto con otros dirigentes dio ordenes censurables, también
fue el que tuvo la iniciativa de detener la insensata invasión de guerrillas
comunistas por el Pirineo de Huesca, que produjo muchas victimas comunistas y
que sin su intervención hubiera sido mucho peor.
Insisto son decisiones de tiempos de guerra, que aunque podemos y
debemos rechazar moralmente, no podemos enjuiciar asépticamente desde nuestra
vida en la España del siglo XXI. Y por esa misma razón los comunistas fuimos
los primeros que hablamos de reconciliación.
También me gustaría dar dos brochazos sobre las acerbas criticas a la
estrategia del PCE en los años 50, a su alejamiento de la realidad en el
interior de España, a su deformada visión de la fortaleza o debilidad del
franquismo, al voluntarismo de los llamamientos a la Huelga General y el
falseamiento de sus resultados. Todo eso fue cierto.
Pero pongámonos por un momento en la piel de los escasos cientos de
militantes comunistas que en los años 50 había en toda España. Perseguidos,
muchos de ellos habiendo pasado largos de años de cárcel, La mayoría con amigos
muertos. Con las familias pasando mil penurias. Jugándose el trabajo y hasta la
vida. Si encima hubieran tenido la sensación de que el régimen estaba mas
fuerte que nunca, que las movilizaciones y huelgas eran un fracaso, apaga y
vámonos. El subjetivismo era un alimento fundamental para aquellos puñados de
comunistas que llevaban ya 20 años luchando contra Franco y que no querían
perder la esperanza. Esa esperanza que les transmitían de manera entrecortada
desde Radio Pirenaica y que les animaba a seguir día tras día. Yo mismo
escuchaba, a finales de los 60 y principios de los 70, Radio España
Independiente y me creía lo que contaban.
¿Fue un error esa política irreal y subjetivista, que tanto criticaron
Fernando Claudin y Jorque Semprun, y les costó la expulsión del PCE?. Pues en
un debate teórico de historiadores y politólogos es seguro que se pueda llegar
a esa conclusión. Pero a mi tampoco me hubiera gustado estar casi 40 años de
vacaciones como estuvo el PSOE y sin ese subjetivismo, posiblemente la dirección
del PCE habría mandado a casa a sus militantes en el interior, a esperar que
vinieran mejores tiempos.
Pero si el voluntarismo, el subjetivismo, la exageración, la falta de autocrítica,
caracterizó en aquellos años al PCE, hay algo que no podemos jamás ignorar o
infravalorar. En 1956, cuando todavía el recuerdo de la guerra y la posguerra
estaba muy vivo o cuando había todavía miles de presos políticos, Carrillo
traza la política de Reconciliación Nacional. Aunque solo hubiera hecho eso en toda
su vida, hubiera tenido un lugar privilegiado en la historia de nuestro país. Allí,
en ese decisión de la dirección del PCE, empezó la transición a la democracia y
ni príncipe, ni Suárez, ni PSOE, fueron los comunistas de Carrillo los primeros
y durante años, únicos, que propusieron un futuro de convivencia democrática
entre vencedores y vencidos. Eso parece que importa poco.
Y quien crea que esa decisión fue fácil, es que no tiene ni idea de
cómo era el PCE en aquellos tiempos. Todavía a finales de los 60 el histórico dirigente
comunista Enrique Lister cuestionaba la política de Reconciliación Nacional.
Mas aun, todavía en los años 80 en documentos de los comunistas españoles pro
soviéticos se seguía cuestionando la reconciliación nacional. Más aun, en el
fondo de las cosas que hoy dice Julio
Anguita y otros nuevos radicales, como Jorge Vestrynge, se sigue cuestionando
la Reconciliación Nacional. Mucha gente de los vencidos, y entre ellos una
parte de los comunistas querían dar la vuelta a la tortilla y ganar por
goleada. Razones tenían. Sufrimientos tenían. Agravios tenían. Por eso muchos
no compartieron ese giro histórico del PCE y lo consideraron una traición.
Carrillo se la jugó y la sacó adelante y a partir de ahí empezó un lento pero
ya imparable cambio en el PCE, que culminó en el Eurocomunismo y en el éxito de
la transición.
Otra cuestión a la que no se da suficiente relieve es la propuesta de
Carrillo de inequívoca condena del PCE a la invasión soviética de
Checoslovaquia. Para calibrar esa decisión hay que tener muy en cuenta que en
aquellos momentos el PCE seguía siendo un pequeño partido clandestino, con una
gran dependencia material de los soviéticos y de otros gobiernos comunistas del
este de Europa. Carrillo de nuevo arriesgó mucho, levantando muchas ampollas
entre los dirigentes y militantes y muchas enemistades en el movimiento
comunista internacional. Esta hostilidad no le paró, sino que aceleró su
despegue con el paulatino diseño del eurocomunismo junto con los comunistas
italianos.
La aportación de Carrillo a la transición es muy conocida y poco puedo
aportar al respecto. Tan solo una anécdota. Asistí, aunque no era miembro, a la
reunión del Comité Central de abril de 1977, tras la legalización del partido y
el órdago que le echaron buena parte del ejército a Adolfo Suárez. En esa reunión
Santiago propuso la aceptación de la bandera roja y gualda (manteniendo además en
todos nuestros actos la bandera roja del partido) y la aceptación de la monarquía.
Muchos camaradas se removieron a fondo en sus sillas: ¡la bandera y el rey! En
una organización republicana hasta los tuétanos. Costó, pero se impuso la
responsabilidad política. Aunque hubo sectores del partido que nunca lo
aceptaron.
Pero no todos fueron aciertos. Santiago equivocó la alianza estratégica
dentro del partido. Aunque desde principios de los años 70 había promovido y
reconocido la capacidad y los meritos de los nuevos cuadros profesionales e
intelectuales que apostaron por el eurocomunismo y los incluyo de manera
destacada en los máximos ámbitos de dirección, cuando una parte de los
comunistas vascos decidieron fusionarse con Euzkadiko Ezkerra y fueron apoyados
por un nutrido sector de los jóvenes dirigentes eurocomunistas, los que después
se llamaron los renovadores, Carrillo no lo aceptó y se promovió primero su
salida del Comité Central y después su expulsión.
Un craso error, que se sumó a otro anterior de disolver las
organizaciones de profesionales y repartir a esta parte importante e influyente
de la militancia en las organizaciones territoriales. En ambos procesos los
duros del partido, los pro soviéticos que después fundaron otro partido financiado
por la URSS, lo apoyaron. A partir de principios de los años 80 se produjo una
oleada de expulsiones, o de abandonos, con una terrible descapitalización de un
partido que siempre había estado muy necesitado de cuadros preparados.
Pero hay que decir que esas no fueron decisiones exclusivas de
Carrillo. Ni mucho menos. Hubo un sector, sobre todo cuadros del movimiento
obrero, que compartimos sin pestañear, o
pestañeando poco esas decisiones. La responsabilidad por tanto no fue
unipersonal del Secretario General. En un periodo de casi diez años, desde 1978
a 1988, tuve la suerte de forma parte del núcleo de mayor confianza de Santiago
y junto con otros queridos camaradas fuimos expulsando y expulsando y
expulsando. Hasta que en 1984, los seguidores de Gerardo Iglesias nos
expulsaron a nosotros, con gran regocijo de los pro soviéticos que después
intentaron hacerse con el PCE y al no conseguirlo montaron otro partido.
Así que los carrilistas nos equivocamos de aliados internos, teníamos
que haber negociado mas y mejor con los renovadores, porque con ellos teníamos
muchas mas coincidencias estratégicas, aunque tuviéramos en aquellos tiempos
diferencias en cuanto al funcionamiento del partido. Es cierto que muchos de
ellos se pasaron a un PSOE que ya se acercaba al poder, pero también acabaron allí
el grueso de los seguidores de Carrillo a finales de los 80.
Fue un desastre el que los comunistas no lográramos convivir juntos en
un mismo partido, como sí lo consiguieron los socialistas. Fuimos todos, desde
el Secretario General al último militante, muy intolerantes. Entre unos y otros
nos cargamos el partido eurocomunista, porque lo que después quedó fue otra
cosa. Los carrillistas tuvimos mucha responsabilidad, pero los otros dos
sectores, renovadores y pro soviéticos tampoco facilitaron el trabajo.
La idiosincrasia comunista era muy compleja. La valentía, el
compromiso, la solidaridad, el sacrificio, de cuadros y dirigentes, que les
llevo a luchar, muchos de ellos durante 40 años, muchos de ellos en solitario,
(mientras otros veían los toros desde la barrera y luego recogieron los frutos
de la lucha antifranquista en la que solo participaron muy al final, cuando ya
no había peligro), nos convirtió en personas apasionadas, vehementes,
intransigentes, poco dados a las componendas y al pacto entre nosotros. Esta es
buena materia para investigar y escribir.
Carrillo no fue el malo de la película. Ni un traidor a los suyos. Ni
la voz de su amo soviético. Ni un asesino despiadado. Fue producto de la época más
convulsa que vivió nuestro país y Europa. Con errores y con grandes aciertos. Y añado, que en las
reuniones de la dirección, Carrillo defendía con gran firmeza sus ideas, no era
nada relativista, pero escuchaba a fondo, tomaba buena nota de lo que decían
los demás y buscaba en lo posible la síntesis. Nada que ver con la imagen
despótica que algunos difunden.
La verdad es que pocos han sido los historiadores que se han acercado a
nuestro pasado sin prejuicios, sin fobias anticomunistas. Ángel Viñas y
Fernando Hernández Sánchez, son dos notables excepciones. Pero en estos tiempos
en que al socaire de la crisis, desde los dos extremos están intentando
desmantelar la democracia, siempre viene bien hacer anticomunismo barato y
Carrillo es un pimpampum muy socorrido.
Por mi parte no estoy dispuesto a tragarme esas ruedas de molino.
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