Este es el post numero 300. Que ha sido posible gracias a 31.018
entradas que a lo largo de los dos últimos años le han dado sentido. Por tanto
en primer lugar mi total agradecimiento a quienes han entrado a leerlo y mas
aun a los que han repetido y sobre todo a los 20 seguidores y 161 amigos del Facebook.
Tanta confianza merece una explicación sobre algo que habréis detectado
en todos y cada uno de los post, seguramente que con sorpresa y cariñosa
tolerancia, las faltas de puntuación. ¿Cómo es posible que un señor mayor que
se dedica a tareas más o menos intelectuales y que tiene un blog, no sepa poner
acentos, comas y otras reglas ortográficas? Pues hay una razón, supongo que con
connotaciones freudianas.
En mi bachillerato solo tuve un suspenso en los exámenes finales,
precisamente en 2º Curso, en “Gramática española”. Mi profesor era el Padre
Juan Navarro, del que tengo un excelente recuerdo, aunque de vez en cuando
tiraba de las patillas y daba capones.
Era alicantino, de Elda, amante de Oscar Espla, del que solía tatarear
la Nochebuena del Diablo. Era alegre, como buen mediterráneo, cercano, culto,
para lo que se estilaba por entonces. Y tenia cuatro favoritos en la clase, mis amigos Juan Manuel
Membrillera, Miguel Jimenez-Aleixandre, Alfonso López-Lago, desgraciadamente ya
fallecido y yo. En alguna ocasión nos llevo al Retiro, al Museo del Prado. Nos
hacia fotos divertidas. Y nos hablaba de literatura.
Le gustaba Miguel de Unamuno, nada frecuente en un sacerdote de los
años 60. Así que cuando nos pidió un trabajo de fin de curso, yo lo hice nada
menos que sobre el poema que don Miguel le dedico al Cristo de Velazquez. Me lo
trabajé mucho, o eso creo, porque lo he perdido. Y no hay que olvidar que entonces
tenía once años. El Padre Juan Navarro me dijo que le había gustado. Pero
cuando fui a recoger las notas de finales de curso me encontré con un asombroso
“4” en Gramática. No os podéis imaginar mi disgusto y mi cabreo. Él,
precisamente él, me había suspendido. Fui a hablar y me dijo que estaba fatal
en gramática y que me dedicara el verano a estudiar.
Y si yo me cabree, no quiero ni deciros el cabreo que pillo mi padre.
En aquellos tiempos nos tirábamos casi tres meses de vacaciones en nuestro secano de Xativa. Mi padre me
levantaba a las nueve de la mañana, a las 10 me ponía a estudiar hasta la hora
de ir a la piscina o al río. Y por la tarde tres días a la semana bajaba en autobús al pueblo a una clase particular
de dos horas. En Xativa en Julio y Agosto, a las 4 y media de la tarde hacia un
calor horripilante. Supongo que el conductor del autobús, que se llamaba “La
Adzaneta”, debía alucinar con aquel niño que tres días a la semana se subía a
esas horas en lugar de estar durmiendo la siesta como todo el mundo.
Mi suspenso, mis horas de estudio, mi bajada a Xativa y mis clases
particulares, eran motivo de diversión de mis primos mayores, los Casesnoves,
que me pusieron el apodo de “Nebrija”, en recuerdo del mas famoso gramático de
la Literatura Española.
En la primera semana de septiembre cogí el “Taft” y me fui solito a
Madrid a examinarme. ¿Os imagináis hoy mandando a nuestros hijos de once años
en tren a Madrid? Pues, eso. Me examiné y saqué un 9. El Padre Juan Navarro me
felicitó y mi regreso a Xativa fue triunfal.
Y aquí viene la reacción freudiana, después de aquel sobresaliente
nunca mas conseguí poner bien los acentos, las comas…Sentía verdadera vergüenza
cuando los profesores, incluidos los de la carrera universitaria, me devolvían
los exámenes o trabajos llenos de acentos y comas en rojo. Pero no ha habido
manera. 50 años después, sigo igual, aunque ahora confieso que el corrector de
Google me ayuda algo, aunque también a veces me confunde.
El Padre Juan Navarro, dicen que en la transición colgó los hábitos y
se casó. Fue un buen profesor, pero no acertó el método de enseñanza conmigo.
Eso sí, junto a otros curas del Colegio me estimuló en la lectura, lo que nunca
les agradeceré bastante.
Eso es todo. Así que os ruego paciencia y comprensión con este
“Nebrija” frustrado.
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