Aprovechando que hoy la Bolsa y la prima de riesgo van bien, tocando madera, voy a distender un poco el blog con un recuerdo curioso, por decirlo de una manera piadosa. Una comida con los Fabra, Carlos y Andrea, allá por el año 1999.
Carlos Fabra estaba por entonces embarcado en la aventura del complejo urbanístico de Marina D´Or en Oropesa del Mar y quería garantizar su desarrollo, su sostenibilidad futura e ingresos contantes y sonantes. Acostumbrado a que los recursos públicos le sirvieran para financiar sus ideas brillantes, se le ocurrió que el IMSERSO a través del Programa de Termalismo Social podría canalizar miles de personas mayores a su obra faraónica. Sus enviados intentaron convencer a los técnicos y responsables del IMSERSO de las magnificas propiedades termales que había en diversos hoteles y centros de la macrourbanización. Pero no había forma, ni mirándolo con los mejores ojos se podía detectar beneficio alguno en sus aguas.
Fabra me mando un aparatoso dossier informativo, me escribió cartas y me llamo por teléfono varias veces. En aquellos tiempos, no era tan conocido en los medios de comunicación y judiciales y la verdad es que no le hice mucho caso. Le conteste cortésmente que no se ajustaba a los requisitos del programa y que no podía ser. El decidió subir un escalón en la presión, pensando que un chiquilicuatre Director del IMSERSO no era quien para no darle la razón y los dineros.
Por aquel entonces Fabra tenía fácil acceso a mi jefa, la Secretaria General de Asuntos Sociales, Amalia Gómez, a la que tanto añoro. Su hija Andrea Fabra, trabajaba en el gabinete de Juan Costa, poderoso Secretario de Estado de Hacienda. Amalia, mujer cariñosa y maternal donde las haya, tenia especial afecto a Andrea, una chica joven de 25 años a la que se presuponía futuro político, que a su vez facilito la interlocución de Amalia con Juan Costa, para conseguir recursos económicos para los programas de acogida de inmigrantes en Ceuta y Melilla, que se le habían encomendado al IMSERSO por las bravas. Y lo cierto es que Juan Costa cumplió y Amalia tuvo un motivo más de cariño a Andrea.
Amalia me pidió que volviera a dar una vuelta a la petición de inclusión en el programa de Termalismo, alegando los puestos de trabajo que se podrían crear. Cuando le explique que era imposible y que antes o después saltaría el escándalo, me propuso una comida para intentar convencer a Carlos Fabra.
Así que se monto una comida de los cuatro, Carlos y Andrea Fabra, Amalia y yo, en un asador por detrás de los Nuevos Ministerios. La verdad es que el sitio no era para tirar cohetes; supongo que Amalia que era muy mirada para esas cosas fue la que debió aconsejar el sitio.
Carlos Fabra al natural era como nos lo imaginamos. Un personaje salido de una película de García Berlanga, de un relato de Manuel Vicent o de un ninot de las Fallas. Un pelin socarrón, un pelin divertido, un pelin chantajista, un pelin prepotente. Su bella y simpática hija, que Dios y mis camaradas me perdonen, estuvo amable y discreta, poco que ver con su padre. Carlos Fabra estuvo erre erre con las propiedades termales de sus hoteles y cuando vio que no había donde rascar saco el argumento definitivo: era una iniciativa muy importante en la que el PP de Castellón y de la Comunidad Valenciana y el propio Zaplana se jugaban mucho y había que apoyarlo. Amalia aguanto el tirón y no cedió. Fabra se marcho cabreado y Andrea con cara de circunstancias. Creo que la comida la pago Amalia.
Ahora cada vez que paso por ese monstruo urbanístico de Marina D´Or pienso en el timo de la estampita que Carlos Fabra quería hacer a miles de pensionistas de nuestro país.
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