Han pasado ya 37 años desde la noche del
24 de enero de 1977 en que asesinaron a cinco amigos y camaradas en el despacho
laboralista de Atocha. No me gustan demasiado las conmemoraciones con un cierto
sabor ritual. Entre otras razones porque en estas casi cuatro décadas, más allá
de las fechas del calendario, con frecuencia pienso en ellos, en especial en
Javier Sauquillo.
Le conocí en 1967, los dos con menos de
20 años. Era muy parecido a esos estudiantes de izquierdas que aparecían en las
películas que con cuentagotas y en los cine forum empezaban a llegar de los directores
italianos progresistas. Despeinado. Fumando mucho. Casi siempre con cara de
sueño. Con algún libro en las manos y con una media sonrisa, mezcla de sarcasmo
y timidez. Solía llevar trenka. Cuando conducía fumaba y en general no era un
as del volante.
Era el líder intelectual del reducido
grupo de militantes del Frente de Liberación Popular que estudiábamos en la Facultad de Derecho de la Universidad
Complutense. En sus análisis y comentarios, junto a las citas
a Marx, a Lenin o a Paúl Sweezy, siempre había una pizca de ironía. No tenía la
exuberancia expansiva de Enrique Ruano, nuestro otro líder, asesinado dos años
después, pero era el contrapunto perfecto.
Javier era de una familia más bien rica,
al menos para aquellos tiempos, pero de su procedencia de clase lo que mas le
quedaba era su profunda inquietud cultural. El cine, la literatura, el teatro….
estaba al tanto de todo lo nuevo que iba surgiendo. También era un asiduo a la
librería Cultart.
Nuestra amistad fue creciendo con los
años. El y Lola González Ruiz, cuando termine la carrera y me echaron de la
mili, me acogieron en su despacho de
General Oraa o mejor dicho, me permitieron que me quedara como okupa. Nunca se
lo agradeceré suficientemente. Y por las noches al terminar y tomarnos una caña
en el bar de la esquina, con Julia Marchena, María Antonia, Javier García Fernández
“Panfle” o Agustín de RENFE, yo estaba pelado de dinero y Javier solía pagarme.
Después cuando se creó el súper Despacho
de Españoleto, Javier y Lola pelearon para que yo, siendo el más novato,
entrara en igualdad de condiciones que los demás.
Hicimos juntos un intenso recorrido
vital y político. Javier siempre iba por delante de mí en la evolución política,
al principio más a la izquierda, primero fuera y después dentro del PCE y luego
recolocándonos en lo que divertidamente llamábamos el “aéreo comunismo”.
Lo único que no me entusiasmaba de
Javier era su espíritu noctámbulo. Su capacidad, al igual que Lola, de echar
horas y horas después del trabajo o de una reunión de célula, en el Pub de
Santa Bárbara o en cualquier otra cafetería, habla que te habla, fuma que te
fuma. A mi a partir de las doce de la noche me entraba un sueño mortal, pero era
imposible terminar las conversaciones, además yo dependía de el, ya que vivíamos
muy cerca y me llevaba en coche a mi casa. Claro que al día siguiente se caía
de la cama, o mejor dicho le tiraba Lola. Les esperaba en la esquina de la iglesia
del sombrero mexicano para ir juntos a Magistratura y a menudo cuando me recogían
yo ya estaba con un ataque de nervios pensando que llegaba tarde a un juicio.
Javier me miraba sonriente, en medio de los
atascos de la calle Serrano y me decía, tranquilo que llegamos de sobra.
Cuando yo aun no conocía a Elena, Javier
y Lola también me consolaban de los avatares de
mi vida sentimental y sí algún fin de semana estaba sin planes, me llevaban
con ellos de excursión. Javier era feliz en el campo, se ponía a respirar
profundamente a la vez que abría los brazos, como si quisiera expulsar las
dosis de nicotina acumuladas durante la semana. Después Javier y Lola
integraron rápidamente a Elena en su círculo de amistad intima y los cuatro
juntos quedábamos con frecuencia.
Javier fue un gran amigo. ¡Era una
persona estupenda! Pero decidió abandonar su clase social y ponerse al
servicio de la clase obrera y de la lucha por la libertad y el socialismo. Le
costó la vida.
Emocionante este recuerdo tan personal y tan cercano, a pesar del tiempo pasado. Afortunadamente, el tiempo no lo cura todo y las marcas de lo vivido siguen en nosotros.
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