Lo
que ha sucedido este fin de semana en Bilbao puede pasar al Guinness de los
errores políticos. Lo malo del caso es que la prohibición de la manifestación, convocada
inicialmente por la izquierda abertzale, no es una metedura de pata aislada,
es, por el momento, la culminación de una carrera de errores que viene
cometiendo el Gobierno de Rajoy en el marco de la definitiva pacificación del País
Vasco y la erradicación del terrorismo de ETA.
Por
si fuera pequeño el problema del desafío independentista en Cataluña, Rajoy
parece dispuesto a incendiar también la situación en el País Vasco.
Han
pasado más de dos años del cese unilateral del terrorismo. Sortu, a trancas y
barrancas, está demostrando su aceptación de las reglas de juego democráticas y
presionando al núcleo duro etarra para que haga lo mismo. Los presos han
aceptado, a su manera, pero de forma evidente, el fracaso de su estrategia
carcelaria y asumen acogerse a la normativa penitenciaria. Los más
significativos terroristas, que ya están en libertad y que por tanto podían ponerse
al pairo, se suman a la vía Sortu y reconocen, con sus más y sus menos, pero de
manera explícita, el fracaso de la vía armada y los daños causados. Y a todo
esto el jefe político del abertzalismo, Arnaldo Otegui, sigue de rehén en la cárcel
y el gobierno se niega a acercar a los presos hacia cárceles cercanas al País
Vasco.
Es
posible que mucha gente, incluidos buenos amigos y amigas míos, piensen que qué
menos se puede exigir a los etarras y su círculo de influencia y que los demócratas
no tenemos más que esperar a que se entreguen desarmados, arrepentidos y contritos.
Yo he conocido en mis años jóvenes muy de cerca el mundo del extremismo político,
grupúsculos trotskistas y maoístas y sé lo que en la mentalidad y en los
sentimientos de personas extremistas supone reconocer que no solo han fracasado,
sino que además su lucha no ha servido para nada, que no solo han causado
enormes e irreparables daños a otras personas sino que ellos mismos han hecho
añicos su propio desarrollo como personas. Está plenamente demostrado que el desarme, arrepentimiento y reinserción de
quienes han transitado el camino del terrorismo es tremendamente complicado y esto
es algo que deben saber, además del gobierno del PP, el CNI, los mandos y expertos
de la lucha antiterrorista y cualquier analista político que no se deje cegar.
Pero para Rajoy esas experiencias internacionales, históricas o cercanas,
parece que no sirven de nada.
No
se trata, por supuesto, de hacer concesiones políticas a ETA o a la izquierda
abertzale. Y no se han hecho por ningún gobierno de la democracia. Ni tampoco
saltarse la legalidad; que tampoco ha ocurrido. Pero sí aprovechar con sabiduría
política la legislación y los principios de la Constitución, ya que las leyes
deben aplicarse en el contexto de la realidad existente. Una realidad que hoy
nada tiene que ver con la de hace dos años y medio. Eso es lo que hay que
exigirle al PP, que haga política inteligente que favorezca el proceso de pacificación y abandono de la
violencia y no se dedique a obstaculizar y poner palos en las ruedas.
El
tremendo error de la prohibición de la manifestación ha tenido una respuesta
inteligente del nacionalismo vasco. Cerrar filas y llenar las calles de Bilbao.
“No queríais caldo, pues dos tazas”. Y además el Partido Socialista Vasco, al
menos una parte de él, se suma en San Sebastián a una resolución promovida por
las fuerzas nacionalistas; eso sí, otros socialistas, con una inmensa falta de
reflejos, todavía siguen el paso que marca el PP.
Rajoy
desprecia la impresionante suerte que tiene con Iñigo Urkullu. Quizás el lendakari
más sensato, moderado, inteligente y
dialogante que ha habido desde el inicio de la democracia. Yo nunca le votaría,
pero reconozco y valoro su talla y templanza política. Está aguantando lo
indecible del inmovilismo suicida del gobierno del PP. Está resistiendo los
cantos de sirena que le hacen los nacionalistas catalanes. Está marcando su
propia política, poniendo el acento en
la recuperación económica del País Vasco y en facilitar la incorporación de la
izquierda abertzale a la democracia. Y
solo recibe desplantes del gobierno de Rajoy. Hasta que se ha hartado y le ha
mandado un elocuente mensaje al PP, que no debería echar en saco roto.
No
me gusta ridiculizar ni denostar a un partido que gobierna con mayoría absoluta
en el Estado y en buena parte de las Comunidades Autónomas y Ayuntamientos. Es
el partido con más afiliados y cargos públicos y nos ha ganado por goleada a la
izquierda. Me resisto a creer que en esa inmensa estructura institucional no
haya suficiente gente sensata, inteligente, moderada, con suficiente
experiencia política, para decirle a Rajoy que su política en relación al País
Vasco puede conducir al mismo callejón que la que está realizando en Cataluña.
La contrarreforma de la ley del aborto ha reflejado que en el PP hay vida y hay
debate y que no todos comulgan con el extremismo de Gallardón, unos quizás por
meras razones electorales y otros por sus propios principios y valores políticos.
Algunos deberían dar un paso al frente y decirle a Rajoy que está muy bien que
el PP sea la excepción europea de un partido que ha conseguido aglutinar desde la
extrema derecha hasta el centro derecha, con amplios réditos electorales, pero
que gobernar pensando exclusivamente en contentar a la extrema derecha, a medio
plazo puede ser nefasto para sus posibilidades electorales y sobre todo para
resolver los problemas de España.
Esperemos
que Urkullu y el PNV aguanten el tirón, que los dirigentes más políticos de la
izquierda abertzale y en especial Arnaldo Otegui controlen y contengan el
evidente malestar de sus bases y que Rajoy saque las oportunas conclusiones de
la inmensa manifestación de Bilbao y lo que ello ha representado. Y espero también
que el PSOE tenga voz e ideas propias y no se deje llevar por la inercia del
pasado.
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