En los países árabes del Mediterráneo pasan los años, a veces parece
que las cosas cambian a mejor, pero todo sigue igual y a veces peor. Por no
hablar del permanente conflicto entre los Palestinos e Israelíes, tras la explosión de Libia, de la que hoy la opinión publica
europea no sabe nada de cómo están las cosas, la sangrienta guerra civil de
Siria, la anterior del Yemen o las tensiones en Túnez, nos encontramos ahora
con el golpe político-militar de Egipto. Sin olvidar que los titulares de la
actualidad sangrienta de cada momento, oscurecen la realidad de férreas
dictaduras integristas en la Península Arábiga, eso sí aliadas de Occidente en razón
a sus abundantes pozos petrolíferos.
Mas de uno puede preguntarse ¿tiene algún arreglo esa eterna violencia?
¿o es algo consustancial a la cultura musulmana? Para buscar una respuesta que
no incurra en tópicos, hay que recordar que en un pasado no tan lejano ha
habido intentos para lograr vías diferentes de un desarrollo democrático y
pacifico en el mundo musulmán. En los años 50 Mosaddeq en Irán intentó
establecer un régimen laico y progresista, pero fue derrocado por los Estados
Unidos. Los golpes militares del Partido Baath en Irak y Siria, a pesar de sus orígenes
no democráticos también pretendieron en
sus comienzos modernizar sus sociedades desde posiciones socialmente
progresistas. Lo mismo, aunque de forma mas contradictoria intentó Nasser en
Egipto y los primeros gobiernos del FLN en Argelia o el surgido en Túnez tras
la independencia con el presidente Bourguiba.
Pero todos estos gobiernos tenían un fallo: además de ser más o menos
de izquierdas, eran nacionalistas y pretendían una tercera vía, la de los países
No Alineados.
Y Estados Unidos, en plena guerra fría, no estaba por la labor de
permitir en una zona tan estratégica veleidades de ese tipo y menos aun si iban
acompañadas de nacionalizaciones de empresas petrolíferas o de recortar los
beneficios de las multinacionales e hicieron lo imposible por desestabilizar
esos regimenes. Por su parte la anquilosada URSS de Brezhnev, que recibió con
los brazos abiertos a los gobiernos nacionalistas árabes, junto con la ayuda política
y militar quiso exportar su acartonado modelo
del socialismo real, provocando una fuerte resistencia en sociedades todavía muy
influidas por la ideología musulmana. Así que la guerra fría, USA y la URSS,
cada uno con unos métodos muy diferentes, terminaron por desestabilizar o
adulterar completamente esos intentos de renovación laica, progreso económico y
social y moderada democratización.
La frustración de aquel intento modernizador, mas otros trágicos
errores de grueso calibre por parte de Estados Unidos y sus aliados: el apoyo
occidental al golpe militar en Argelia contra el FIS en el año 1991, el incitar
a Irak a invadir Irán en 1980 para acabar con los Jomeinistas, o la ayuda y el
estimulo a los talibanes afganos contra el gobierno de izquierdas apoyado
militarmente por la URSS, mas la tolerancia permanente ante los abusos de
Israel, han dado como resultado un reforzamiento generalizado del integrismo musulmán.
Pero tampoco tenemos que rasgarnos las vestiduras. Europa ha estado
sometida a constantes escenarios de violencia hasta casi la mitad del Siglo XX (si hacemos abstracción
de la guerra de los Balcanes, con unas peculiaridades muy especificas). Guerras
dinastícas, guerras religiosas, guerras económicas, guerras por fronteras...han
marcado la Edad Moderna y buena parte de la Contemporánea de nuestros países.
El alumbramiento de sociedades democráticas, más o menos estables, laicas, con
pretensiones de bienestar social, con igualdad de derechos entre hombres y
mujeres, con respeto a las minorías…etc. ha sido un parto largo y difícil, del
que todavía no estamos plenamente recuperados. Así que no midamos a las
sociedades árabes con un rasero distinto al nuestro.
Pero dicho esto, también es cierto que los países democráticos no
podemos estar mirando tranquilamente el panorama, pensando que esas sociedades
terminaran por madurar. Tenemos que facilitar el proceso y sobre todo no echar
leña al fuego ni tomar decisiones que a la larga provocan mayores conflictos
que los que pretenden resolver. Y lo primero que tenemos que asumir es que no
todas las sociedades tienen que adaptarse al modelo democrático-parlamentario
occidental, tal y como nosotros lo concebimos. Cada país tiene derecho a
desarrollar su propia vía a la democracia y la libertad, y que el único
principio inamovible debe ser el de un hombre/un voto, una mujer/ un voto. En
lo que si debemos ser radicales es en la defensa de los derechos civiles
fundamentales: igualdad entre hombres y mujeres, libertad religiosa, libertad
sexual, respeto a las minorías, supresión de la pena de muerte…y desde luego
sin distinción de si esos derechos se respetan en los Emiratos y Sultanatos
aliados o en los países gobernados por los Hermanos Musulmanes o similares.
Y una ultima cuestión. Hace unos días Shlomo Ben Ami, antiguo Ministro
de Asuntos Exteriores de Israel, que es una persona que hace unos análisis
bastante bien informados y en general muy ponderados sobre la realidad de
Oriente Próximo y Oriente Medio, escribía sobre la relación entre violencia y
fanatismo religioso. Reflexión por supuesto valida para todas las creencias y
no solo para los musulmanes y su conclusión no podía ser más acertada, mientras
no se separen la religión y el estado será muy difícil consolidar la paz y la democracia en el mundo
musulmán. Lo mismito que ha sucedido en las sociedades europeas.
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