Mi abuelo materno, Victoriano, a los 14
años cogio el barco en Santander y emigro a México. Al principio trabajó en una
tienda de “abarrotes”, una especie de ultramarinos y dormía encima del
mostrador. Con los años, mucho trabajo, suerte y supongo que inteligencia, se
hizo rico y termino por volver a España con un empujón de la revolución
mexicana y de sus problemas de corazón. Creo que nunca llegó a pensar que
varios de sus biznietos volverían a ser emigrantes.
Durante años nos han estado contando la
milonga de que España tenía un grave problema de competitividad, porque su
productividad estaba por los suelos. Lo achacaban a tres razones: salarios
excesivos, rigidez en la legislación laboral y mala formación de la mano de
obra. Hoy esos tres supuestos obstáculos han desaparecido: al pobre Estatuto de
los Trabajadores las sucesivas reformas laborales le han dejado irreconocible y
la flexibilidad laboral es la norma; los salarios primero se han congelado y después
han empezado a caer; y se repite hasta la saciedad que la actual generación de
jóvenes es la mejor formada en la historia de España y la que mas paro ha
sufrido. ¿Entonces, donde estaba el problema?
A lo mejor el obstáculo eran las
practicas empresariales, no de todos pero si de muchos: el afán de ganar
millonadas en poco tiempo, de especular, de ir al negocio fácil y seguro, de
defraudar, de evadir impuestos…y por el contrario el desinterés por el riesgo,
por la innovación, por la investigación, por abrir mercados.
Y aquí estamos, con los jóvenes de la
clase media camino de la emigración. La inmensa mayoría de mis parientes y de
mis amigos tienen hijos que se han visto obligados a emigrar porque aquí no
encontraban trabajo. Todos de familias con posibles, todos con carrera. Por
primera vez en la historia de nuestro país, tras 150 años emigrando obreros y
campesinos en terribles condiciones, es
la clase media la que emigra. Esa clase media que apostó por la democracia, por
pagar impuestos, por la enseñanza publica, por educar de forma igualitaria a
hijos y a hijas; una clase media ya rondando la jubilación y que deseaban
disfrutar con sus nietos y nietas. Y ahora a la emigración, incluidos los hijos
de los que han votado al PP.
Esta emigración es, aparte de otras
importantes connotaciones humanas y sentimentales, un intolerable derroche económico
y social y una profunda ruptura política. Se van jóvenes con alto nivel de
preparación, generando a medio plazo un vacío en la sociedad española que no será
fácil de cubrir; jóvenes que han supuesto un coste publico y familiar para su
cuidado y formación, de los que se van a aprovechar en otros países; jóvenes
que se marchan con una evidente frustración y supongo que con una rabia
tremenda contra las instituciones políticas, económicas y sociales de su país,
que pasan de ellos y los echan fuera.
Lo peor del caso, es que a diferencia de
otros procesos emigratorios, es posible que este sea irreversible y se queden allí
para siempre. Al estar mucho mas formados, tendrán más capacidad de adaptación
e integración en la sociedad de acogida, al ser muchas más y más fáciles las
formas de comunicación podrán afrontar la morriña familiar de mejor manera y al
ser mayor su frustración tendrá menos motivos para volver. Así que insisto: ¡vaya derroche económico,
social, humano!
Alguien tendrá que pagar esta
intolerable factura. Y si han echado a toda una generación de jóvenes, sus
padres, sus hermanos, sus abuelos, tendríamos que echar a la calle a toda una generación
de responsables económicos, políticos, sociales, eclesiásticos.
Por lo menos que cuando los jóvenes
emigrantes vean las noticias de España,
les quede el consuelo de que sus familias no aceptamos de brazos cruzados su
forzado destierro.
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