Este es un articulo de Iñaki Gabilondo. No se puede escribir mejor y mas clarito. Asi que hoy mi post es la reproduccion integra de este articulo
¿MUERTE A LOS SINDICATOS?
Nueva moda. Rajar de los sindicalistas.
Algo fácil y barato, por cierto. Lo llevan en la solapa ciertos políticos,
lanzando mensajes subliminales sobre su actual falta de utilidad para los
trabajadores, politización, corrupción, derroche económico. Resulta curioso:
Los mismos que alientan al escarnio público, suelen lanzar piedras cargadas por
sus propias mezquindades.
Además, la destrucción del sindicalismo
hace mucho más fácil la labor de los gobernantes, sin movilizaciones ni huelgas,
especialmente la de quienes dirigen tras la cortina. Qué bien estaríamos si no
existieran los sindicatos, piensan algunos.
El problema es que esa frase por la que
suspiran los gobernantes "Qué bien estaríamos sin sindicatos" empieza
a calar entre la gente de a pie, con un discurso cargado de improperios,
gritos, oportunismo, mala leche y, sobre todo, un enorme vacío de argumentos
que se resume en: "Para lo que hacen, mejor que no hagan nada",
"Por mi los echaba a todos y los ponía a trabajar", "Están
vendidos, no se mueven, no están con los trabajadores". Luego terminan
reservándote para el final el placer de oír la raída historia de: "Conozco
a uno que está de liberado sindical.".
Confesar ser liberado sindical, en estos
tiempos que corren, es un auténtico pecado capital. Mejor inventar cualquier
otra cosa antes de que te descubran. Te pueden acechar en cualquier esquina, a
cualquier hora: sacando dinero, haciendo la compra, recogiendo a tus hijos en
el colegio. Cualquier lugar y excusa es buena, para utilizar como insulto la
palabra "sindicalista".
Se puede ser banquero chupasangre, se
puede ser político en cualquiera de sus muchos cargos (concejal, alcalde, o
delegado provincial.) y trincar todo lo que se quiera, aceptar sobornos y
trajes, realizar chantajes, revender terrenos públicos, recortarle el sueldo a
los trabajadores o directamente despedirlos sin indemnización. Se puede,
incluso, aumentar el recibo de la luz a los pensionistas hasta asfixiarlos, o
salir en fotos besando niños y ancianos mientras los colegios y asilos se caen
a trozos, cobrar dos o tres sueldos en tres cargos diferentes, declarar a
hacienda que se está arruinado mientras se cobra de mil chanchullos distintos,
para que su hijo obtenga la beca que le permita comprarse una moto a costa del
Estado.
En este maldito país se puede ser lo que
se quiera, pero no sindicalista.
Nadie se acuerda ya de la última huelga,
aquella en que nadie de la empresa fue, excepto los dos afiliados que perdieron
el sueldo de aquel día, para que luego se firmara un acuerdo que les subió el
sueldo a todos. Incluso a aquellos que escupieron sobre la huelga.
O de Luís, ese hombre que estuvo 30 años
cotizando, y que gracias a la pre-jubilación que se consiguió en su momento,
puede ahora, con 60 años y despedido de su puesto, tirar para adelante sin
necesidad de buscar un trabajo que nadie le ofrecería.
Recuerden también a Marta, la chica de
23 años que estuvo aguantando un jefe miserable con aliento a coñac, que le
obligaba a hacer más horas extras para tener un momento de intimidad donde
poder acosarla mientras le recordaba cuándo le vencía el contrato. Hasta que su
mejor amiga la llevó al sindicato y, gracias a una liberada sindical, ahora el
tipo ha tenido que indemnizarla hasta por respirar.
Son muchos los que les deben algo a los
sindicatos, y a los sindicalistas: El maestro que pudo denunciar al padre que
le pegó en la puerta del colegio, los trabajadores que consiguieron que no les
echaran de la RENAULT, la chica que pudo exigir el cumplimiento de su baja por
maternidad en su supermercado. Porque también fue una liberada sindical la que
se puso al teléfono el día en que despidieron a Julia, la chica de la tienda de
fotos, y le ayudó a ser indemnizada como estipulan los convenios; y aquel otro
joven que movió cielo y tierra para arreglarle los papeles al abuelo para
procurarle una paga medio-decente, porque los usureros de hace 30 años no lo
aseguraban en ningún trabajo. Para qué recordar las horas al teléfono
escuchando con paciencia a cientos de opositores a los que no aprobaron,
gritando e insultado porque en el examen no les contaron 2 décimas en la
pregunta 4. O el otro compañero sindicalista, el que denunció a la constructora
que se negaba a indemnizar a la viuda de su amigo Manuel, que trabajaba sin
casco.
Ya nadie se acuerda de dónde salieron
sus vacaciones, los aumentos de sueldo que se fueron consensuando, el derecho a
una indemnización por despido, a una baja por enfermedad, o a un permiso por
asuntos propios.
Esta sociedad del consumo, prefiere
tirar un saco de manzanas porque una o dos están picadas, por muy sanas que
estén el resto. Los precedentes televisivos: entrenadores de fútbol, famosos de
la exclusiva en revistas, y demás subproductos, se convierten en clinex de usar
y tirar dependiendo de las modas. Ahora, en un momento en que los trabajadores
deben estar más juntos, arropados y combatientes contra quienes realmente les
explotan, aparecen grietas prefabricadas en los despachos de los altos
ejecutivos, ávidos de hincar más el diente en el rendimiento de la clase
trabajadora.
¿Quién tirará la primera piedra?. ¿Serán
los políticos gobernantes, o los banqueros quienes hablarán de dejadez o
vagancia?. ¿Tendrán capacidad moral los jueces o los periodistas, de hablar de
corrupción en las demás profesiones?. ¿Serán más idóneos para iniciar
lapidaciones, los super-empresarios del ladrillo?. ¿En qué profesión se puede
jurar que no existen vagos, corruptos, peseteros, o ladrones?. ¿Preguntamos
mejor entre la Iglesia o la Monarquía.?.
Pero qué fácil resulta rajar en este
país. Siembra la duda, y obtendrás fanatismo barato.
Qué bien asfaltado les estamos dejando
el camino a quienes realmente nos explotan cada día. ¡Acabemos con los
sindicatos!. Sí. Dejemos que la patronal y los bancos regulen los horarios, las
pensiones, los sueldos, las condiciones laborales y los costes del despido.
Verán cómo nos va a ir con la reforma del mercado laboral, cuando los
sindicatos dejen de existir y no puedan convocarse huelgas ni manifestaciones.
Verán qué contentos se pondrán algunos
cuando sepan que ya no estarán obligados a pagar las flores de los centenares
de trabajadores que mueren todos los años, a costa de sus mezquindades.
Iñaki Gabilondo.
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