Hemos sido un país tradicionalmente dado a la depresión colectiva o al
pesimismo. Sin duda motivos no nos han faltado a lo largo de nuestra historia.
Hoy de nuevo estamos sumidos en la sima de la desesperación. Cada vez es mas
frecuente oír esa frase “este es un país
de mierda”. Y cabe preguntarse “¿realmente España es un país de mierda?”.
No pretendo dar una respuesta tranquilizadora o de avestruz ilusa. No
participe de “España va bien” del aznarismo ni tampoco del espejismo de Rodríguez
Zapatero que hace tan solo cinco años
nos decía que habíamos superado ya a Italia y que alcanzar a Francia estaba al
alcance de la mano. Pero aun tengo memoria.
Por ello recuerdo lo que era nuestro país cuando nació mi hijo Javier,
hace 35 años. Por no hablar y ya es decir, de vivir sin libertad, solo algunos
aspectos de la vida cotidiana. No había prácticamente atención primaria de la
sanidad publica; solo las medianas y grandes ciudades tenían insuficientes
y deficientes hospitales; la escuela
publica era limitada, sin calidad y sin medios; la universidad solo para las
clases burguesas y básicamente para los hombres; quien tenia un hijo o una hija
con algún tipo de discapacidad no tenia ningún apoyo y los adultos con
discapacidad se mantenían enclaustrados en sus casas o en centros horripilantes;
la mayoría de las viviendas de las clases trabajadoras tenían graves carencias
de calefacción; las familias obreras no sabían lo que era un friegaplatos y
muchas tampoco una lavadora automática. Millones, sí millones, de personas no habían
salido de su pueblo, salvo los hombres para hacer la mili. Millones, sí
millones, de personas no habían ido nunca de vacaciones, ni conocían el mar.
Millones de familias trabajadoras no tenían coche. Millones de familias
modestas no tenían en su casa libros, discos, incluso televisión o teléfono.
Gran parte de las clases trabajadoras no habían visitado nunca un museo. Ser
viejo en la mayoría de los casos era ser pobre, enfermo, estar recluido en
casa. La contaminación campaba por sus anchas, sin ninguna preocupación por el
medio ambiente. El deporte y los centros deportivos eran algo inexistente para
la generalidad de la población, que se conformaba con ver u oír los partidos de
futbol o la vuelta ciclista. Los jóvenes no salían de España sino era como
emigrantes, exiliados o en el mejor de los casos de visita a Lourdes o a Fátima
con el colegio de curas o monjas. ¿Y lo que se tardaba en ir en transporte publico de Madrid a Barcelona o a Malaga?
Y si ponemos todo ello en clave de género, hoy resulta inconcebible el
nivel de marginación, explotación y humillación de la mujer. Y si lo ponemos en
clave de orientación sexual, los/as homosexuales iban a la cárcel o eran
multados por aplicación de la Ley de vagos y maleantes. No había información ni
medios para el control de la natalidad. Quienes querían interrumpir su embarazo
y tenían dinero se iban a Londres y los demás arriesgaban su salud a través de prácticas
clandestinas. Todo ello por no hacer referencia a la España rural, en la que
todavía Vivian una parte importante de la población de regiones como Galicia,
Extremadura, Castilla León, Castilla La Mancha, Aragón o Andalucía.
¿Qué tiene que ver esa España, de 1977, no del siglo XIX, es decir de
antes de ayer, con la actual? Nada.
Nada. Somos otro país. Y eso no nos lo ha regalado nadie. Lo hemos logrado
nosotros. Una sociedad que floreció al conseguir la democracia.
En 35 años nuestro país ha conseguido la más impresionante
transformación, en rapidez y profundidad del mundo desarrollado. Es un logro
del que deberíamos estar bien orgullosos.
Es cierto que la crisis y la corrupción están deteriorando y limitando
los avances conseguidos y que amenazan con poner en peligro la calidad de vida
y el bienestar social de buena parte de nuestra sociedad. Y debemos luchar y
estamos luchando para evitarlo.
Y lo evitaremos. Con más democracia, con más participación social y también
con el sentimiento de formar parte de un proyecto colectivo, sí con un
patriotismo progresista, solidario y creativo, algo de lo que la izquierda
tenemos aprehensión de mencionar. Y también evitando la tentación derrotista de
tirar el agua sucia y el niño, es decir la corrupción junto con los políticos y
las instituciones democráticas. Porque en estos 35 años decenas de miles de políticos
han contribuido a cambiar a mejor nuestro país. (Recomiendo leer un lúcido
articulo de Soledad Gallego en El país dominical de hoy).
En definitiva el nuestro no es
un país de mierda, aunque algunos se desvivan para que así sea. Pero no les
vamos a dejar.
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