La muerte de Gerard Mortier, Director artístico
del Teatro Real de Madrid desde enero del año 2010, ha dado lugar a
numerosos y merecidos recordatorios sobre su valía, sobre las innovaciones que
introdujo en el mundo algo encorsetado de la Opera y también de las frecuentes polémicas que
originó entre el público y la crítica.
Ha dado la casualidad que la llegada de
Mortier a Madrid coincidió con el inicio de mi condición de abonado a la
temporada de Opera, así que he podido asistir como privilegiado espectador a
casi todas las Operas que en estas cuatro temporadas montó.
Desde luego no soy un experto en la Opera , aunque sí un amante
desde hace bastantes años y he disfrutado y disfruto de las grandes grabaciones
fonográficas y de algunos videos seleccionados. Y tengo que decir que Mortier
era especial y distinto. Los montajes que impulsó en Madrid no dejaban
indiferente. Irritaba, sorprendía, deslumbraba. He visto marcharse gente del
patio de butacas en medio de las representaciones y huidas casi masivas en los
entreactos, lo que teniendo en cuenta los precios de las entradas, dice mucho
del grado de irritación que podía causar. Y a la vez en esas mismas
representaciones he oído grandes aplausos y bravos encendidos. Hay quien dice
que Mortier ha tenido la gran virtud de rejuvenecer el anquilosado sector de
abonados de la Opera
madrileña y que ya era hora.
Pero dicho todo esto, caben algunas
reflexiones sobre la “actualización” de la representación operitisca. Ya he
escrito en este blog al menos dos post sobre este tema. Pero voy a insistir.
Es curioso que en el mundo de la Opera haya surgido desde
hace ya décadas un movimiento de profunda renovación de los montajes, en unos
casos situándolos en la época actual, en otros creando una escenografía
rompedora, cuando no provocadora, y en ocasiones utilizando los medios tecnológicos
de los que hoy disponemos, incluidos los videos, para contextualizar o apoyar
el desarrollo de la trama operística. Nunca sabremos que hubieran pensado los
autores de esa recreación de su obra.
Sin embargo en el mundo de la música clásica
hemos asistido al surgimiento y triunfo de un movimiento justo en dirección
contraria: ”las interpretaciones
historicistas”, el afán por sonar exactamente igual a como sonarían
Bach, Haendel, Monteverdi, Mozart o Haydn, apoyándose para ello en la reconstrucción
de instrumentos exactamente iguales a los de hace trescientos o cuatrocientos
años y tocándolos como se supone se hacia en el siglo XVII o en el siglo XVIII.
Esa corriente historicista, que ha alcanzado incluso a Beethoven y a los
grandes maestros del romanticismo, iniciada en los años 60 y 70 del siglo XX
especialmente por Gustav Leonhardt y Nikolaus Harnoncourt, ha generado
numerosas orquestas, conjuntos, cuartetos o solistas, que tienen el máximo
predicamento entre los amantes de la música clásica y que han dado una nueva
vida, un nuevo color y sonido, sobre todo a la música del Barroco.
Me figuro que si los grandes directores
y solistas de la corriente historicista hubieran asistido los días pasados en
Madrid a la representación del “Alceste”
de Gluck, se habrían quedado espantados, aunque también es verdad que los
propios Leonhardt y Harnoncourt han ido suavizando con el paso de los años su inicial
intransigencia historicista.
La catarsis de Mortier se apoyo en
Directores de escena prestigiosos o de gran afán renovador y por ello hemos
podido disfrutar de inolvidables representaciones, sin duda muy polémicas, pero
muy impactantes: “Cosi fan tutte” de Michael Haneke, “Poppea e Nerone” de Krzysztof
Warlikowsky, “The Indian Queen”, “Iolanta”, “Persephone” y sobre todo “Tristan e Isolda” de Peter
Sellars, “Mahagonny” de La Fura
del Baus, “The life and death of Marina Abramovic” de Robert Wilson o la muy
discutida “San Francisco de Asis”.
Junto a ese paso por Madrid de esos
directores de escena, Mortier consiguió renovar a fondo el repertorio del
Teatro Real, ofreciendo Operas menos conocidas y sobre todo Operas del Siglo
XX, e incluso del siglo XXI, encargadas por el propio Teatro Real.
También hay que admitir que algunas
Operas modernas, de una calidad estrictamente musical más que dudosa, p.e. el
reciente estreno de “Brokeback Mountain”, solo se puede digerir con un montaje
audaz e innovador, como sucedió en este caso.
Esa dinámica impuesta por Mortier ha
tenido un notable efecto añadido, como es la puesta al día de la Orquesta del Teatro Real,
que ha ganado en calidad, afrontando los retos que han tenido que asumir, en
general, con éxito.
El Teatro Real de Madrid, por tanto, se ha
colocado de la mano de Mortier entre los más innovadores del mundo. Cuestión
distinta son los resultados y el aval de los espectadores.
En los últimos tiempos y gracias a la
iniciativa de algunas cadenas de cine, el publico español (como el de otros
muchos países) estamos teniendo la oportunidad de asistir desde el patio de
butacas a la representación en directo o en diferido de grandes
representaciones en los mejores escenarios del mundo: Metropolitan de New York,
Covent Garden de Londres, La
Scala de Milán, etc. con las mejores voces, orquestas y
directores. En general en estos Teatros de Opera no se hacen innovaciones
rompedoras, en todo caso montajes con cierto aire moderno, ¡pero que
espectáculos!, ¡que medios escénicos! Y eso que verlo en cine no es lo mismo que asistir en directo en el Teatro,
aunque el sonido sea magnifico y veas con detalle las caras de tenores y
sopranos. Y he de decir que ninguna de las bastantes que ya he visto me ha
defraudado y que nadie ha abandonado el patio de butacas (y eso que suelo ser
de los mas jóvenes de los espectadores).
La etapa de Mortier no será fácilmente
olvidada por los aficionados. Difícil papel tiene el nuevo director, Joan
Matabosch. El secreto podría ser combinar, sin excesivos sobresaltos,
innovación y tradición.
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