jueves, 13 de marzo de 2014

GERARD MORTIER: UN GRAN REVULSIVO EN LA OPERA MADRILEÑA


La muerte de Gerard Mortier, Director artístico del Teatro Real de Madrid desde enero del año 2010, ha dado lugar a numerosos y merecidos recordatorios sobre su valía, sobre las innovaciones que introdujo en el mundo algo encorsetado de la Opera y también de las frecuentes polémicas que originó entre el público y la crítica.

Ha dado la casualidad que la llegada de Mortier a Madrid coincidió con el inicio de mi condición de abonado a la temporada de Opera, así que he podido asistir como privilegiado espectador a casi todas las Operas que en estas cuatro temporadas montó.

Desde luego no soy un experto en la Opera, aunque sí un amante desde hace bastantes años y he disfrutado y disfruto de las grandes grabaciones fonográficas y de algunos videos seleccionados. Y tengo que decir que Mortier era especial y distinto. Los montajes que impulsó en Madrid no dejaban indiferente. Irritaba, sorprendía, deslumbraba. He visto marcharse gente del patio de butacas en medio de las representaciones y huidas casi masivas en los entreactos, lo que teniendo en cuenta los precios de las entradas, dice mucho del grado de irritación que podía causar. Y a la vez en esas mismas representaciones he oído grandes aplausos y bravos encendidos. Hay quien dice que Mortier ha tenido la gran virtud de rejuvenecer el anquilosado sector de abonados de la Opera madrileña y que ya era hora.

Pero dicho todo esto, caben algunas reflexiones sobre la “actualización” de la representación operitisca. Ya he escrito en este blog al menos dos post sobre este tema. Pero voy a insistir.

Es curioso que en el mundo de la Opera haya surgido desde hace ya décadas un movimiento de profunda renovación de los montajes, en unos casos situándolos en la época actual, en otros creando una escenografía rompedora, cuando no provocadora, y en ocasiones utilizando los medios tecnológicos de los que hoy disponemos, incluidos los videos, para contextualizar o apoyar el desarrollo de la trama operística. Nunca sabremos que hubieran pensado los autores de esa recreación de su obra.

Sin embargo en el mundo de la música clásica hemos asistido al surgimiento y triunfo de un movimiento justo en dirección contraria: ”las interpretaciones  historicistas”, el afán por sonar exactamente igual a como sonarían Bach, Haendel, Monteverdi, Mozart o Haydn, apoyándose para ello en la reconstrucción de instrumentos exactamente iguales a los de hace trescientos o cuatrocientos años y tocándolos como se supone se hacia en el siglo XVII o en el siglo XVIII. Esa corriente historicista, que ha alcanzado incluso a Beethoven y a los grandes maestros del romanticismo, iniciada en los años 60 y 70 del siglo XX especialmente por Gustav Leonhardt y Nikolaus Harnoncourt, ha generado numerosas orquestas, conjuntos, cuartetos o solistas, que tienen el máximo predicamento entre los amantes de la música clásica y que han dado una nueva vida, un nuevo color y sonido, sobre todo a la música del Barroco.

Me figuro que si los grandes directores y solistas de la corriente historicista hubieran asistido los días pasados en Madrid a la representación del  “Alceste” de Gluck, se habrían quedado espantados, aunque también es verdad que los propios Leonhardt y Harnoncourt han ido suavizando con el paso de los años su inicial intransigencia historicista.

La catarsis de Mortier se apoyo en Directores de escena prestigiosos o de gran afán renovador y por ello hemos podido disfrutar de inolvidables representaciones, sin duda muy polémicas, pero muy impactantes: “Cosi fan tutte” de Michael Haneke, “Poppea e Nerone” de Krzysztof Warlikowsky, “The Indian Queen”, “Iolanta”, “Persephone”  y sobre todo “Tristan e Isolda” de Peter Sellars, “Mahagonny” de La Fura del Baus, “The life and death of Marina Abramovic” de Robert Wilson o la muy discutida “San Francisco de Asis”.

Junto a ese paso por Madrid de esos directores de escena, Mortier consiguió renovar a fondo el repertorio del Teatro Real, ofreciendo Operas menos conocidas y sobre todo Operas del Siglo XX, e incluso del siglo XXI, encargadas por el propio Teatro Real.

También hay que admitir que algunas Operas modernas, de una calidad estrictamente musical más que dudosa, p.e. el reciente estreno de “Brokeback Mountain”, solo se puede digerir con un montaje audaz e innovador, como sucedió en este caso.

Esa dinámica impuesta por Mortier ha tenido un notable efecto añadido, como es la puesta al día de la Orquesta del Teatro Real, que ha ganado en calidad, afrontando los retos que han tenido que asumir, en general, con éxito.

El Teatro Real de Madrid, por tanto, se ha colocado de la mano de Mortier entre los más innovadores del mundo. Cuestión distinta son los resultados y el aval de los espectadores.

En los últimos tiempos y gracias a la iniciativa de algunas cadenas de cine, el publico español (como el de otros muchos países) estamos teniendo la oportunidad de asistir desde el patio de butacas a la representación en directo o en diferido de grandes representaciones en los mejores escenarios del mundo: Metropolitan de New York, Covent Garden de Londres, La Scala de Milán, etc. con las mejores voces, orquestas y directores. En general en estos Teatros de Opera no se hacen innovaciones rompedoras, en todo caso montajes con cierto aire moderno, ¡pero que espectáculos!, ¡que medios escénicos! Y eso que verlo en cine no es  lo mismo que asistir en directo en el Teatro, aunque el sonido sea magnifico y veas con detalle las caras de tenores y sopranos. Y he de decir que ninguna de las bastantes que ya he visto me ha defraudado y que nadie ha abandonado el patio de butacas (y eso que suelo ser de los mas jóvenes de los espectadores).

La Opera de Madrid ni de lejos tiene esos medios, ni esos recursos para pagar esas voces y directores. La opción de Mortier ha sido  sustituir la falta de medios y recursos, con montajes y obras de impacto. Es una opción, polémica, pero muy inteligente.

La etapa de Mortier no será fácilmente olvidada por los aficionados. Difícil papel tiene el nuevo director, Joan Matabosch. El secreto podría ser combinar, sin excesivos sobresaltos, innovación y tradición.









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