Acabo de llegar del Tanatorio y despedir
a Armando López Salinas. No voy a glosar su personalidad como escritor o
dirigente del PCE. Otros lo están haciendo mejor que yo. Tan solo recordar
algunas vivencias personales.
Conocí a Armando a principios de los
años 70. Cuando venia con cierta frecuencia por nuestro despacho de Españoleto 13 a celebrar una reunión, tener
un contacto, a darnos noticias o a recoger alguna firma.
Hoy día muchos no sabrán o recordaran el
tenaz y difícil trabajo que en los años 60 y 70 realizaban algunos intelectuales
y dirigentes comunistas para impulsar actividades con la emergente oposición democrática.
Conseguir que un monárquico, un liberal, un democratacristiano o incluso un
socialista, un teólogo, escritor, catedrático, pintor o actor de prestigio,
etc., firmara una carta de denuncia de detenciones, torturas, prohibiciones o
en general a favor de la democracia, de la amnistía, a menudo resultaba
difícil, sobre todo si quienes estaban detrás de la iniciativa eran los
comunistas. Y en esa labor Armando era único. Gozaba del prestigio y
reconocimiento. Además siempre iba dando ejemplo. Era el primero o de los primeros que firmaba.
También se encargaba de ir a ver a diplomáticos,
obispos, personalidades diversas. Siempre pidiendo democracia. Siempre
defendiendo a los presos políticos. Fue uno de los artífices de la superación
del aislamiento político que sufría el PCE desde el final de la guerra civil.
Sus vínculos con los intelectuales y artistas demócratas, se basaba en buena
medida en su ejemplar actitud, en su modestia, en su tenacidad y en el esfuerzo
que le había supuesto abrirse camino como escritor, con su modestísima
procedencia de clase obrera sin posibilidad de acceder a estudios superiores.
Toda los policías de la brigada político-social le conocían.
Por ello acumuló detenciones, cárceles, multas, citaciones en la Dirección General
de Seguridad o en el Juzgado de Orden Público. Y siempre, siempre, mantenía la sonrisa, entre animosa y socarrona. Cuando en
aquellos años hablaba con nosotros en el despacho irradiaba optimismo. A veces
demasiado, como le sucedía a Simon Sánchez-Montero o a Lucio Lobato.
Otra característica de Armando era su
absoluta disciplina con la dirección del Partido. Aunque no siempre estuviera
de acuerdo. No era de los que montaban bandos o se metía en conspiraciones
internas. Era un dirigente sin ambiciones de trepar, ni tampoco de figurar mas allá
de lo que requiriera su trabajo político.
Tuve la suerte de trabajar junto a él en
el Consejo editorial de la
Revista teórica del PCE, “Nuestra Bandera”, de la que en una
etapa, tras la expulsión de los renovadores, nos hicimos cargo un grupo de militantes
entonces afines a Santiago Carrillo. Armando no disimulaba sus posiciones ideológicas,
muy en la línea comunista mas ortodoxa, pero no era sectario y era partidario
de que la revista fuera lo mas plural posible y se publicaran artículos que él
no compartía, con el único requisito de que tuvieran nivel teórico o político.
Después seguimos caminos políticamente
algo diferentes, pero nos seguimos viendo en actividades de IU y sobre todo en
las manifestaciones, a las que nunca faltaba. Incluso con más de 85 años me lo
encontraba junto con otro camarada histórico, Víctor Díaz Cardiel. Nos saludábamos
con afecto y comentábamos la situación política. Fue coherente hasta el último día.
Cuando hoy oigo a esos que dicen que
todos los políticos son iguales, recuerdo a muchos, a muchísimos, que son o han
sido un dechado de honestidad, militancia, dignidad y humildad. Armando fue uno
de ellos.
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