Hay noticias terribles que sin embargo,
de tanto repetirse, pueden llegar a asimilarse como algo natural o al menos
irremediable. P.e. los inmigrantes africanos que mueren al intentar entrar en
Europa o mas en concreto en nuestro país.
Las imágenes de las pateras llegando a
nuestras playas, de las mujeres y niños en una situación de hipotermia,
deshidratados o quemados por el sol y el salitre, nos estuvieron acompañando
todos los días en los veranos de los años del boom económico en España. Parecía
que con la persistencia y gravedad de la crisis se estaba produciendo el fenómeno
contrario, de vuelta a sus países de origen o de salida hacia otros estados
europeos con mejor situación económica.
Efectivamente la entrada de inmigrantes
ha disminuido y se están sucediendo las salidas, sobre todo de los
hispanoamericanos, pero la presión, aunque menor, sigue existiendo y seguirá, a
pesar de los evidentes avances económicos que se están produciendo en algunos
países africanos y a pesar de las casi inexistentes posibilidades de encontrar
trabajo en España o de que este sea mínimamente decente.
Tuve la oportunidad de seguir muy de
cerca la presión migratoria en Ceuta y Melilla a finales de los años 90. Fueron
tiempos dramáticos con cientos y cientos de subsaharianos subsistiendo en
condiciones inhumanas y para los que el IMSERSO en tiempo record logró montar
dos centros de acogida, realmente dignos. También conseguimos diseñar, con
el inestimable apoyo de las ONGs y de Cruz Roja, una operación de
paulatina salida de aquellos centros, encauzándolos hacia las zonas de la Península con mayores
probabilidades de empleo y ofreciéndoles unas ayudas transitorias.
En aquel entonces éramos muy conscientes
que aquel programa de acogida iba a perpetuarse y que incluso podrían quedar
desbordadas las medidas que habíamos puesto en marcha. Con el respaldo de
Amalia Gómez y de Manuel Pimentel, que apostaron sin lugar a dudas por estos
programas de acogida, logramos que Gobierno y el Ministerio del Interior (Jaime
Mayor Oreja) no utilizara como única política el amurallamiento para que no
entraran y la expulsión de quienes lo lograban.
Tuvimos muchas y a veces muy duras
discusiones con los responsables de Interior, pero mientras estuvieron Amalia y
Manolo, los responsables de Interior aguantaron nuestros argumentos y aceptaron
nuestros programas. Cuando Pimentel dimitió y pocos meses después le seguimos Amalia y yo, Interior
desplazó las políticas de acogida, atención e integración e incluso pasaron a
ser de su competencia los Centros de Acogida de Ceuta y Melilla. En definitiva prevaleció
la estrategia policial sobre la social, lo que caracterizó la segunda
legislatura de Aznar y que desgraciadamente no se modificó en las dos
siguientes de Rodríguez Zapatero.
Cuando en Ceuta y Melilla discutíamos
con los representantes de Interior, todo su afán era blindar el perímetro de
estas dos ciudades. Una muro cada vez más alto, con cada vez más alambradas,
con cada vez más vigilancia por cámaras y por unidades móviles de la guardia
civil, hasta que años después se llegó a las cuchillas supuestamente
disuasorias. El gobierno confiaba que con presión y concesiones a Marruecos
lograrían una mayor colaboración en el control de los subsaharianos, cuando es
un secreto a voces que el gobierno de ese país lo que quiere es sobre todo
quitarse de en medio a los miles y miles de subsaharianos que malviven y
pululan en las proximidades de las
fronteras.
Los profesionales de los Servicios
Sociales que había en Ceuta y Melilla, las ONGs, Cruz Roja y sobre todo el
sentido común y el mínimo conocimiento del África Subsahariana, nos decía que
era imposible impedir la presión migratoria, que frente a la desesperación no había
muralla posible. Y así ha sido.
Sí, se les hace mucho más difícil
entrar, pero se buscan nuevas vías y formas, las mafias de traficantes de
inmigrantes arriesgan mucho más las vidas de “sus clientes”, los precios que
estos pagan son aun más elevados. Pero ni a la tierra y mucho menos al mar se
le pueden poner puertas.
No comparto la política que algunos
defienden de abrir las fronteras sin mas. La avalancha migratoria crearía
problemas difícilmente resolubles en España y en la mayoría de los países
europeos, máxime en el contexto de una larga y profunda crisis, cuyas
consecuencias en el empleo tardaremos bastantes años en superar. Pero tampoco
creo que la única política posible sea la del blindaje de las fronteras, que se
ha demostrado ineficaz y con frecuentes victimas mortales.
Es evidente que la única solución de
fondo es el desarrollo económico y social
de África, a lo que contribuiría en cierta medida el reforzamiento de
los programas de cooperación al desarrollo, hoy prácticamente abandonados por
nuestro país y muy reducidos por la mayoría de los estados ricos del mundo.
Pero el cambio de situación de África, que sin duda ya se esta produciendo paso
a paso, tardara aun muchos años en ofrecer condiciones de vida dignas a sus
crecientes poblaciones. ¿Y mientras tanto?
Habrá que profundizar la lucha contra
las mafias de traficantes, lo que no es fácil, ya que se extienden de manera
muy porosa por todo el continente y con muchas complicidades corruptas. Habrá
que mejorar unos protocolos de actuación de las fuerzas y cuerpos de seguridad
españoles en el control de las fronteras, para impedir que se produzcan daños
en las personas y sobre todo riesgos mortales. Habrá que reforzar los medios y
programas de acogida y atención en Ceuta y Melilla y en las costas de Andalucía
y Canarias.
No se trata de inventar muchas cosas,
los profesionales de los servicios sociales públicos y de las ONGs dedicadas a
la solidaridad con los inmigrantes, así como solventes expertos que llevan
trabajando en los temas migratorios desde hace años, tienen suficiente
conocimiento y experiencia para ofrecer y poner en marcha otra estrategia de
actuación ante la inmigración irregular.
Lo que es inadmisible es asumir como
inevitable las muertes en el Estrecho. Si esta archidemostrado que la mera represión
de los intentos de entrada no resuelven el problema, habría que diseñar y
practicar otras políticas, aunque de un gobierno tan insensible con el dolor de
buena parte de la ciudadanía de su propio país es difícil esperar que sea
sensible al dolor y la perdida de los inmigrantes subsaharianos.
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