martes, 22 de octubre de 2013

LA POLITICA DE INMIGRACION DEL GOBIERNO SOCIALISTA FRANCES: UN CAMINO EQUIVOCADO Y UN MAL EJEMPLO




El pasado domingo la alcaldesa de Izquierda Unida de Navalagamella me comentaba su desesperación e impotencia, ante las demandas de actuación de muchos vecinos de su pueblo, que el Ayuntamiento no podía resolver. La reacción era siempre la misma: no sabían para que habían votado a IU si después no les arreglaban los problemas. Hablamos que es muy posible que esas personas desencantadas y presionadas por la crisis o no volverían a votar o ya no lo harían a IU.

Dos semanas antes, en el pueblo francés de Brignoles el alcalde comunista era barrido con el 53% de los votos por un candidato del Frente Nacional de extrema derecha. Se trata de un pueblo de 17.000 habitantes, cerca de Marsella, con una alta presencia de inmigración.

La crisis, el paro, contra lo que muchos pudieran pensar, no se traduce automáticamente en votos para la izquierda, ni siquiera para la izquierda con voluntad mas transformadora. La evolución del voto obrero en Francia es muy significativo, desde la tradicional fidelidad al Partido Comunista Frances a las candidaturas del Frente Nacional de  Jean Marie Lepen. La extrema derecha ha crecido en Austria, Holanda, Dinamarca, Finlandia o Noruega, no en los barrios de las clases altas o medias, sino en los de las clases populares. No es de extrañar, fue esa también la vía de crecimiento del Partido Nacional Socialista Alemán a finales de los años 20 y primeros 30 del siglo XX.

La perspectiva es complicada, pero hay quienes han buscado fáciles recetas, como el socialista Ministro del Interior Frances, Manuel Valls, alineándose con el discurso xenófobo. Disputar el terreno a la extrema derecha con sus mismos criterios, al final se vuelve en contra de la izquierda, porque se estimula la pelea de “pobres contra pobres”, en lo que prevalece la insolidaridad y el individualismo. No, la alternativa no es palo contra los inmigrantes. Como tampoco lo es, no hagamos demagogia, abrir sin más las fronteras.

No soy tan ingenuo o arrogante de creer que la solución es fácil. Es una batalla en el fondo muy ideológica, muy de defensa de valores y en la que el tiempo juega en nuestra contra, porque llevamos años sin defender claramente unos principios de modelo de sociedad diferentes a los hoy imperantes.

En nuestro caso tenemos una Constitución razonablemente progresista, que ahora sorprendentemente se esta queriendo devaluar en su totalidad. Teníamos una tradición de lucha, que aunque minoritaria en la sociedad era muy activa y creativa, teníamos una clara influencia en los ámbitos de la cultura y del pensamiento…Pero la crisis comunista y el desdibujamiento del PSOE tras tantos años de gobierno con indudables aciertos y grandes errores, nos han hecho perder credibilidad y lo que es peor, vías de interlocución con la gente.

¿Qué podemos hacer para recuperar nuestra influencia social? Hay quienes defienden una vuelta a la radicalidad antisistema con recetas simples como la  refundación constituyente.  Los que solo proponen  consignas ignoran que el mundo de hoy es muy  diverso y complejo, que no se puede ir con frases genéricas, porque luego, como la alcaldesa de Navalagamella, tenemos que ser capaces de poner en marcha las alternativas que habíamos ofrecido. Los señoritos de la derecha agraria española durante la II Republica les decían a los hambrientos campesinos que luchaban por salir de la miseria, “¿No queríais Republica? ¡Pues comed Republica!”

Las clases populares, que en su sentido mas amplio abarcan a la inmensa mayoría de la población, tienen muchos intereses comunes, pero también otros que son diferentes e incluso contradictorios, como es el caso de la política fiscal o las formas de gestionar las políticas sociales, por no hablar de las tensiones inevitables con la población inmigrante. Tenemos que ser crisol de intereses y reivindicaciones, sintetizar deseos y necesidades. Encontrar el mínimo común denominador de las muchas y distintas minorías. No es tarea fácil.

Y sobre todo debemos recuperar en la sociedad los valores morales que caracterizaron a los movimientos burgueses liberales y progresistas del siglo XIX y al movimiento obrero del siglo XX, la ética de los reformadores protestantes y del Concilio Vaticano II. Con lenguaje de hoy, pero con principios enraizados en las mejores tradiciones emancipadoras de la humanidad.

Todo ello con el tamiz feminista. Lo he escrito ya en otros post de este blog: la renovación de la clase política de nuestro país exige un protagonismo de las mujeres. No me confundo. No hablo de políticas imitadoras de hombres, como Cospedal, Ana Mato, Ana Botella, Teofila, Rita Barbera, Rudi, o Aguirre. Como tampoco de Elena Salgado o Rosa Conde.  

Y para empezar deberíamos ponernos de acuerdo, no tanto en los candidatos o en las siglas y coaliciones para las próximas elecciones europeas, sino qué cambios queremos impulsar en la gran conquista que ha sido la Unión Europea, pero en la que hoy la voz de la mayoría de la sociedad tiene poca influencia.

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