El pasado domingo la alcaldesa de Izquierda
Unida de Navalagamella me comentaba su desesperación e impotencia, ante las
demandas de actuación de muchos vecinos de su pueblo, que el Ayuntamiento no podía
resolver. La reacción era siempre la misma: no sabían para que habían votado a
IU si después no les arreglaban los problemas. Hablamos que es muy posible que
esas personas desencantadas y presionadas por la crisis o no volverían a votar
o ya no lo harían a IU.
Dos semanas antes, en el pueblo francés
de Brignoles el alcalde comunista era barrido con el 53% de los votos por un
candidato del Frente Nacional de extrema derecha. Se trata de un pueblo de
17.000 habitantes, cerca de Marsella, con una alta presencia de inmigración.
La crisis, el paro, contra lo que muchos
pudieran pensar, no se traduce automáticamente en votos para la izquierda, ni
siquiera para la izquierda con voluntad mas transformadora. La evolución del
voto obrero en Francia es muy significativo, desde la tradicional fidelidad al
Partido Comunista Frances a las candidaturas del Frente Nacional de Jean Marie Lepen. La extrema derecha ha
crecido en Austria, Holanda, Dinamarca, Finlandia o Noruega, no en los barrios
de las clases altas o medias, sino en los de las clases populares. No es de
extrañar, fue esa también la vía de crecimiento del Partido Nacional Socialista
Alemán a finales de los años 20 y primeros 30 del siglo XX.
La perspectiva es complicada, pero hay
quienes han buscado fáciles recetas, como el socialista Ministro del Interior
Frances, Manuel Valls, alineándose con el discurso xenófobo. Disputar el
terreno a la extrema derecha con sus mismos criterios, al final se vuelve en
contra de la izquierda, porque se estimula la pelea de “pobres contra pobres”,
en lo que prevalece la insolidaridad y el individualismo. No, la alternativa no
es palo contra los inmigrantes. Como tampoco lo es, no hagamos demagogia, abrir
sin más las fronteras.
No soy tan ingenuo o arrogante de creer
que la solución es fácil. Es una batalla en el fondo muy ideológica, muy de
defensa de valores y en la que el tiempo juega en nuestra contra, porque
llevamos años sin defender claramente unos principios de modelo de sociedad
diferentes a los hoy imperantes.
En nuestro caso tenemos una Constitución
razonablemente progresista, que ahora sorprendentemente se esta queriendo
devaluar en su totalidad. Teníamos una tradición de lucha, que aunque
minoritaria en la sociedad era muy activa y creativa, teníamos una clara
influencia en los ámbitos de la cultura y del pensamiento…Pero la crisis
comunista y el desdibujamiento del PSOE tras tantos años de gobierno con
indudables aciertos y grandes errores, nos han hecho perder credibilidad y lo
que es peor, vías de interlocución con la gente.
¿Qué podemos hacer para recuperar nuestra
influencia social? Hay quienes defienden una vuelta a la radicalidad
antisistema con recetas simples como la refundación
constituyente. Los que solo
proponen consignas ignoran que el mundo
de hoy es muy diverso y complejo, que no
se puede ir con frases genéricas, porque luego, como la alcaldesa de
Navalagamella, tenemos que ser capaces de poner en marcha las alternativas que habíamos
ofrecido. Los señoritos de la derecha agraria española durante la II Republica
les decían a los hambrientos campesinos que luchaban por salir de la miseria,
“¿No queríais Republica? ¡Pues comed Republica!”
Las clases populares, que en su sentido
mas amplio abarcan a la inmensa mayoría de la población, tienen muchos
intereses comunes, pero también otros que son diferentes e incluso
contradictorios, como es el caso de la política fiscal o las formas de
gestionar las políticas sociales, por no hablar de las tensiones inevitables
con la población inmigrante. Tenemos que ser crisol de intereses y
reivindicaciones, sintetizar deseos y necesidades. Encontrar el mínimo común
denominador de las muchas y distintas minorías. No es tarea fácil.
Y sobre todo debemos recuperar en la
sociedad los valores morales que caracterizaron a los movimientos burgueses
liberales y progresistas del siglo XIX y al movimiento obrero del siglo XX, la ética
de los reformadores protestantes y del Concilio Vaticano II. Con lenguaje de
hoy, pero con principios enraizados en las mejores tradiciones emancipadoras de
la humanidad.
Todo ello con el tamiz feminista. Lo he
escrito ya en otros post de este blog: la renovación de la clase política de
nuestro país exige un protagonismo de las mujeres. No me confundo. No hablo de políticas
imitadoras de hombres, como Cospedal, Ana Mato, Ana Botella, Teofila, Rita Barbera,
Rudi, o Aguirre. Como tampoco de Elena Salgado o Rosa Conde.
Y para empezar deberíamos ponernos de
acuerdo, no tanto en los candidatos o en las siglas y coaliciones para las
próximas elecciones europeas, sino qué cambios queremos impulsar en la gran
conquista que ha sido la Unión Europea, pero en la que hoy la voz de la mayoría
de la sociedad tiene poca influencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario