En la historia de la pintura hay algunos
artistas que podemos considerar como una excepción, Hieronymus Bosch -El
Bosco-, Francis Bacon y El Greco, que pueden gustar o no pero a los que no se les puede discutir que lograron un
estilo profundamente propio, irrepetible, sin muchos antecedentes ni
posteriores seguidores, aunque sin duda hayan influido de una u otra forma.
A mucha gente El Greco no les gusta, o
bien por la temática muy mayoritariamente religiosa o por un estilo que escapa
de cualquier definición, ni propio del
clasicismo del Siglo XVI que estaba terminando y tampoco del barroco del
naciente siglo XVII.
Como es conocido, en estos mismos días
en la ciudad de Toledo se esta celebrando una magna celebración con motivo del
Cuarto Centenario de su muerte. El público de nuestro país tenemos la gran
suerte de poder acceder habitualmente a una parte sustancial de su obra, tanto
en el Museo del Prado como en las Iglesias y Museos de Toledo. Pero hasta ahora
no había tenido lugar una presentación tan amplia de su obra, concentrada sobre
todo en el maravilloso Palacio de Santa Cruz.
A mí la obra del Greco en su totalidad
no me entusiasma, hay cuadros que me encantan, otros que menos, en algunos
encuentro sorprendentes muestras de genialidad y también hay cuadros que no me
gustan nada. Pero en todo caso su pintura no me deja indiferente.
Esos colores brillantes, que en las
pinturas restauradas adquieren una viveza espectacular; el efecto de
profundidad que se percibe en algunos cuadros que parecen tridimensionales; esa
tremenda distorsión de los paisajes y de los cielos; los tonos sombríos de
paisajes y cielos en notable contraste con la luminosidad de la ciudad de
Toledo donde muchos de ellos fueron pintados; la tristeza o rigurosa expresión de
casi todos sus personajes; los forzados escorzos de muchos de sus cuerpos; la
omnipresencia de ángeles revoloteantes; y en definitiva la sorprendente
modernidad de bastantes de sus obras, producen un gran impacto cuando se
recorren los cuatro brazos de la planta
baja del Palacio.
No extraña que ni a Felipe II ni a
algunos jerarcas de la Iglesia
no les gustaran los encargos tal y como salían de su pincel. Eran obras para
impresionar no para disfrutar serenamente en Iglesias o en Palacios.
La exposición en Santa Cruz esta muy
bien diseñada, distribuida, explicada e iluminada, aunque algunos cuadros en
altura tienen algunos reflejos que dificultan la buena visión y ciertos
comentarios en torno a “lo visible y lo invisible” en la obra del pintor
resultan excesivamente abstractos o eruditos, además, a pesar de las imponentes
multitudes se puede visitar y disfrutar sin agobios.
Porque son inmensas multitudes las que
recorren la ciudad y los distintos puntos de exposición, que aprovechan para compaginar
la visita a la obra de El Greco y a una de las ciudades mas bellas y mejor
conservadas de España.
Acompaño a este post las imágenes de dos
de los cuadros que personalmente mas impresión me han causado, “La dama del
armiño”, de una modernidad que parece pintada por los grandes pintores de la
segunda mitad de siglo XIX o principios del XX y “El Martirio de San Sebastian”
de un impactante belleza, de un sereno dramatismo. Y como estas dos pinturas
hay otras muchas maravillosas.
Después de tantas semanas de intensa política
y lo que nos queda (reflejada en los post casi monotemáticos de este blog),
nada mejor que airearse un poco, disfrutando de la ciudad de Toledo y de los
cuadros de El Greco, seguro que nadie se arrepentirá de aprovechar un día para
empaparse de arte y cultura de belleza indiscutible e irrepetible.
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