Todos sabemos que la Unión Europea tiene
por delante en los próximos años retos de enorme trascendencia. Estamos
saliendo de la fase más aguda de la crisis y están pugnando dos modelos, el
neoliberal y quienes pretendemos una salida solidaria y de cohesión social y
territorial.
Vivimos en un mundo en el que se están
reajustando los poderes políticos y militares tras el relativo impasse que se
produjo después del desmoronamiento del bloque soviético; donde las grandes
potencias emergentes aun no han clarificado
sus alianzas y alineamientos estratégicos, porque mas allá de que formen un aparente bloque
para disputar terreno a las potencias tradicionales, sus intereses son
diversos; en el que África esta sometida a un complejo proceso de importante
desarrollo conviviendo con extensas zonas de inmensa miseria; condicionado por los
desafíos medioambientales que van a exigir cambios profundos en nuestras formas
de vida y consumo; asistiendo a cambios tecnológicos que podrían o acrecentar
el poder de las minorías o hacer avanzar
a las mayorías a unas condiciones de conocimiento, desarrollo y bienestar
social desconocidos.
Y en ese tsunami de cambios, los y las
españolas no podemos quedarnos tan tranquilos a verlas pasar. Nos guste o no
estamos implicados, aunque solos somos una pequeña pieza en ese mundo
globalizado. Afortunadamente tenemos un paraguas, una palanca y un altavoz que
es la Unión Europea.
Un paraguas para protegernos
solidariamente ante las tensiones y reajustes que se están produciendo y que
nos podrían arrollar como pequeño país que somos. Una palanca para afrontar
junto a otros los cambios y transformaciones que solos ni por asomo podríamos
realizar. Un altavoz para defender nuestros intereses con la ayuda y respaldo
de casi 500 millones de europeos.
A pesar de todo, no nos hagamos ilusas
ilusiones. La Unión
Europea no lo tiene fácil. Vamos a ser una pieza importante
pero no la decisoria en el tablero mundial. Sin duda un referente de nivel
cultural, de desarrollo económico y social, de convivencia democrática (con
nada menos que tres generaciones que ya no han conocido la guerra, algo inédito
en la mayor parte del mundo), de voluntad de cooperación de 28 estados…Sí,
somos una referencia a la que aspiran miles de millones de personas, pero al
igual que los viejos imperios cayeron y de muy poco les sirvió su poder económico,
cultural o militar, la Unión
Europea va a tener que esforzarse para mantener su modelo de
sociedad y las condiciones de vida vinculadas al estado de bienestar social,
incluso sus instituciones democráticas, que a pesar de los pesares y de las
justas criticas que las hagamos, están a años luz de la mayoría de los Estados
del mundo.
Necesitamos una Unión Europea democrática,
activa, independiente, solidaria, cohesionada, con proyectos claros que afronte
la creación de empleo de calidad; que sitúe la protección del medio ambiente y
el desarrollo sostenible como una de sus prioridades; que diseñe un modelo energético
eficaz, barato y limpio; que consolide, actualice y universalice los sistemas públicos
de protección social; que garantice el acceso a una educación de calidad y que
tenga en cuenta las demandas de competitividad en una economía globalizada; que
fortalezca la I +D+I
como motor de un nuevo modelo productivo; que luche contra la pobreza y la
exclusión; que culmine la plena igualdad de derechos y deberes de hombres y
mujeres; que respete la diversidad sexual; que estimule la integración de las minorías…
Un programa de modernización, cohesión,
igualdad, exige instrumentos europeos de intervención económicos suficientes, ágiles,
integrados, un presupuesto comunitario y unos Fondos de Cohesión muy, muy
superiores a los actuales. Necesita erradicar las diversas formas de paraísos
fiscales, fraude fiscal y economía sumergida, con una política fiscal
progresiva y con unas bases comunes en los 28 estados. Una Unión Bancaria que asegure
que nunca más el capitalismo especulativo y depredador va a repetir la catástrofe
a la que nos han conducido numerosas entidades financieras.
Es evidente que este es un camino nada fácil,
pero no mas difícil que el reto de sentar en los años 50 a alemanes, franceses,
italianos, belgas, holandeses y luxemburgueses, que tan solo diez años antes se
habían estado matando por millones y arrasando salvajemente sus ciudades por
segunda vez consecutiva en menos de 25 años. Se pudo conseguir porque hubo
voluntad política y visión de futura. Algo que la actual mayoría conservadora
de la Unión Europea
no tiene, a diferencia de los demócratas cristianos que junto a los socialistas
pusieron las bases de la
Unión Europea.
Poder, si se puede. Hay que tener
voluntad, decisión y coherencia política y por supuesto un fuerte apoyo democrático
de una sociedad civil movilizada.
Y para ello necesitamos un Parlamento
Europea con mayoría progresista, una Comisión Europea con iniciativa y un
Presidente de la Comisión
que sienta el respaldo de la ciudadanía para poner coto a los poderes económicos
extrademocraticos.
El 25 de mayo con nuestro voto vamos a
empezar a cambiar las cosas. No dejemos por activa o por pasiva que los que nos
han puesto al borde del abismo sigan mandando en Europa.
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