Desde la mañana del lunes en que abrimos
el grifo de la ducha y después desayunamos un café con leche, hasta la noche
del domingo en que antes de irnos a la cama vemos una serie o una película en
televisión o en el disco duro, la Unión Europea esta presente en nuestra vida
cotidiana. Nos guste o no, lo sepamos o no, la normativa comunitaria rige gran
parte de nuestras actividades públicas y privadas.
En la próxima legislatura del Parlamento
Europeo 2014-2019, las instituciones comunitarias van a profundizar en sus
funciones de diseño, impulso y control de políticas: temas como la unión bancaria,
la política fiscal, medioambiental, energética, redes de infraestructuras
transeuropeas, inmigración, educación, salud pública, nuevas tecnologías,
comercio, etc. van a ser fijadas en gran medida en Bruselas y Estrasburgo.
De ahí la enorme trascendencia de cual
sea el perfil de los eurodiputados que vamos a elegir el día 25 de mayo. Una mayoría
conservadora en el Parlamento Europeo, arrastrara un Colegio de Comisarios
conservador y desde luego un Presidente de la Comisión y un Presidente
del Consejo conservadores, lo que unido a la actual composición conservadora de
la mayoría de los gobiernos estatales, se traducirá en una maquinaria
arrolladora de generar políticas de derechas para el conjunto de los 28 países
de la Unión. Si
la derecha y sus aliados ganan las elecciones europeas la troika estará
plenamente legitimada para seguir con su política de austeridad antisocial.
Por el contrario una mayoría progresista
en el Parlamento y sus consecuencias posteriores en la composición de las demás
instituciones y organismos sería un importante freno a las políticas
neoliberales y permitiría unas políticas bien distintas a las actuales
Es aquí donde surgen las dudas de muchas
personas progresistas que no se creen la posibilidad de construir otra Europa,
lo que les puede llevar a la abstención o al voto en blanco o nulo. Piensan que
la socialdemocracia europea esta perdida
para una política realmente de izquierdas, desconfían que los socialistas
franceses, los laboristas ingleses, el SPD alemán o el Partido Demócrata
italiano y tantos otros, incluidos los socialistas españoles, estén dispuestos
a protagonizar un cambio en profundidad en las instituciones europeas.
Yo también desconfío. Pero no se puede
olvidar que el periodo de mayor impulso político y social de la Unión Europea lo protagonizaron
en buena medida los socialdemócratas a finales de la década de los 80 y los
primeros años 90, y que un socialista francés, Jacques Delors, como Presidente
de la Comisión ,
fue el que consiguió mayores avances en las políticas sociales europeas y en la
construcción política de Europa, apoyado eso sí por una mayoría de gobiernos
socialistas y socialdemócratas en la, en aquellos momentos. Europa de los 15.
Por ello no debemos renunciar a que una mayoría
socialdemócrata vuelva a jugar un papel positivo en el desarrollo de la Europa social y en una
salida solidaria a la crisis. Pero como dice el refrán “a Dios rogando, y con
el mazo dando” y en este caso “el mazo” son las candidaturas de las diversas
izquierdas alternativas que tienen como candidato de referencia a la Presidencia de la Comisión
Europea al griego Alexis Tsipras, de la coalición Syriza. La mejor garantía
para ese cambio progresista en Europa, es que haya un fuerte crecimiento de la
izquierda alternativa, que sea un apoyo exigente, un estimulo y un revulsivo
para la socialdemocracia europea, sin olvidarnos por supuesto de las opciones
Verdes, que en muchos países tienen una clara importancia y un sesgo
progresista.
Socialdemócratas, Izquierdas Alternativas,
Verdes incluso algunos Demócratas Liberales, podemos configurar una nueva mayoría
de progreso e impulsar una alternativa progresista. Sus efectos, sin ser
milagrosos, ya que luego tendríamos que lidiar con los gobiernos nacionales de
cada país, serían rápidamente visibles. Se acabaría la influencia de la troika
neoliberal, se impulsarían programas de inversión y estimulo al empleo, se limitarían
y dilatarían los objetivos de reducción del déficit, se avanzaría en la unión
fiscal y en la lucha contra el fraude, se estimularían las políticas de
cohesión social…
A corto y medio plazo ese cambio de
rumbo en la Unión
Europea lo notaríamos en nuestra vida cotidiana. Son razones más
que suficientes para que el día 25 no solo vayamos a votar, sino que desde
ahora hagamos campaña en nuestros ámbitos de influencia para que nadie se
refugie en la abstención.
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