Paco Candela hacía pocas semanas que había
abierto la Librería
“Concret” en Gandia. La descubrí por casualidad en aquel verano de 1968. Habíamos
ido a comprar unas empanadas y otros dulces a la Pastelería-Horno
“Tano”, con una merecida fama. Estaba al lado de la “Concret” y me quedé
sorprendido por los libros y discos que tenía en el escaparate. Al día siguiente
y ya solo, me presenté en la librería.
Ya no recuerdo si estaban Paco y su
mujer Luisa, o uno de ellos. Comenzamos a charlar e inmediatamente salto el
“chip” de una complicidad compartida. Eran de los míos y yo era de los suyos.
Hablamos y hablamos. Y lo mas increíble, me dijeron que si había algún libro
que me interesara especialmente y no tenía dinero para comprarlo, me lo podían
prestar unos días. Empecé a visitarles con frecuencia. Casi todas las tardes de
aquel mes de julio me pasaba un rato por
allí. Pero la mayor y más grata sorpresa fue cuando nos descubrimos mutuamente
como “anti-revisionistas”, críticos de lo que considerábamos el reformismo del
Partido Comunista de España. Yo en aquellos momentos militaba en el Frente de Liberación
Popular, cada vez en un derrotero más trotskista y Paco en el germen de lo que
después seria el PSAN, una organización de izquierda independentista radical.
Paco tenía doce años más que yo y Luisa supongo
que algo menos, pero la comunicación y la confianza fueron perfectas desde el
primer momento. Incluso a ratos me quedaba yo solo en la librería si tenían que
hacer alguna gestión o les ayudaba si estaban agobiados de gente y además les
aconsejaba sobre que discos tenían que traer de Valencia para vender allí. Y
por supuesto me dieron acceso a la trastienda con los libros prohibidos de
Ruedo Ibérico o de Editoriales cubanas, argentinas y mexicanas. Casi siempre al
cerrar la librería nos íbamos a “Tano” y me invitaban a algo. Los dos no podían
ser más cariñosos y acogedores.
Una tarde Paco me dijo, “nunca te he
pedido que te compres un libro hasta ahora, pero este merece la pena, te va a
entusiasmar y querrás conservarlo para siempre”. Era “Cien años de soledad” de García
Márquez. Desde que me había politizado en la Facultad casi dejé de
leer novelas y por supuesto de comprar, mi interés se centraba en los libros de
historia, de economía y de marxismo. Hice caso a Paco y le compré el libro.
A la mañana siguiente, antes de bajar a
la playa me puse a leerlo tumbado en el sofá cama del cuarto de estar. Mis
padres no daban crédito. Me estaba tronchando de risa continuamente. No fui a
la playa con ellos, ni después dormí la siesta, ni salí por la tarde ni por la
noche con la pandilla. Leía y leía y había párrafos, páginas o capítulos que me
gustaban tanto que los volvía a leer dos o tres veces. No paré hasta que lo
terminé. Hacía mucho que no disfrutaba tanto con un libro, quizás desde
Robinson Crusoe o de los Hijos del Capitán Grant o del Corsario Negro de Emilio
Salgari.
Nunca le agradeceré suficientemente a
Paco y a Luisa su amistad, que se prolongo durante los tres o cuatro veranos
que seguí yendo a Gandia, los dos meses del estado de excepción de 1971 que
pasé allí o las veces que por razones de trabajo o militancia iba a Valencia, a
menudo con una escapada a Gandia para verles. Me acogían en su casa, me
invitaban a comer o a cenar, me trataban como de la familia. Después con el
paso de los años dejamos de vernos y hasta de escribirnos. Aunque en la lejanía
sabía de su compromiso político, de su dedicación institucional en el
Ayuntamiento de Gandia o su trabajo como abogado. También de su muerte en el
año 2012.
Tampoco le agradeceré suficientemente el
haberme descubierto a García Márquez.
Algún tiempo después leí “El coronel no
tiene quien le escriba”, que me gusto pero ni de lejos como “Cien años de
soledad”. Bastantes años después fue “El otoño del patriarca” y me pasó lo
mismo. Esperaba volver a encontrar algo similar a “Cien años de soledad” y la decepción
quizás me impedía disfrutar a fondo de lo que estaba leyendo. Lo volví a
intentar con “El amor en los tiempos del cólera”, de nuevo surgió la chispa, me entusiasmé y no
pude dejar de leer hasta que lo acabé. Me encandiló, me alegró, me emocionó. Mas
tarde “El general en su laberinto”, me interesó, pero no me hizo vibrar. Por
fin, el ultimo de sus libros que he leído fue “Noticia de un secuestro”, que
otra vez me enganchó y leí de un tirón, siendo como es una creación mucho mas
de índole periodístico que novelado y por cierto años después al leer “La Virgen de los sicarios” de
Fernando Vallejo, aun siendo anterior, encontré una cierta similitud con la de de García Márquez, no solo por la
temática y la ambientación y aunque la de Vallejo me gustó ni comparación con
“Noticia de un secuestro”.
Han sido tan solo seis novelas las que
he leído de García Márquez, dos de ellas inolvidables, de las que te ayudan a mantener la pasión por la
lectura y por la vida y que todos deberían leer alguna vez en la vida, “Cien
años de soledad” en cualquier momento a partir de la juventud y “Amor en los
tiempos del cólera”, cuando se es ya una persona adulta.
Por cierto no recuerdo a quien prestamos
aquella primera y algo cutre edición de “Cien años de soledad” que me vendió Paco Candela, pero la perdimos y yo creo que
incluso la hemos vuelto a comprar dos veces. No se lo reprocho a quienes no nos
la devolvieron.
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