Este verano se han seguido publicando artículos diversos, algunos de
personas muy respetables, que siguen cuestionando en profundidad nuestra Transición
democrática. A veces tengo la impresión
de que cuanto más crispados y frustrados
nos sentimos por la situación política, económica y social de nuestro país,
buscamos con mayor ahínco las causas en las concesiones que al parecer la
izquierda y el centro izquierda hicimos en el proceso de democratización de
España.
Un mensaje subliminal al respecto se puede resumir en que en 1977
pudimos hacer un cambio en profundidad y sin embargo nos quedamos a medio
camino por las vacilaciones y los excesivos pactos de las fuerzas progresistas.
Esta relectura de la Transición podría quedarse en un mero debate teórico-histórico,
si no fuera por las evidentes derivadas que tiene en como afrontar y salir de la
situación actual.
Así que con permiso de la paciencia de los lectores de este blog, ahí
va un post bastante mas largo de los ya habitualmente largos, que sirva para comenzar
el nuevo curso político con ganas de polémica, ya que de antemano aviso que
para algunos lectores no será muy
correcto políticamente.
Una parte de la izquierda española sigue anclada en una visión irreal
de la sociedad de nuestro país y confunden sus opiniones y deseos con los del
resto de la ciudadanía y este error de apreciación lleva a diseñar una política
equivocada. En mi opinión ya va siendo hora de que toda la izquierda española
asuma que la mayoría de nuestro
país no es de izquierdas, por supuesto que tampoco de derechas. Todos los
estudios realizados en los últimos 30 años, sitúan la mayoría ideológica en un
moderado centro-izquierda, algo que el PSOE supo perfectamente entender en 1977
y sobre todo en el año 1982, lo que le permitió arrasar en las urnas.
Esta realidad es una constante en la historia del siglo XX. Aunque hay
una parte de la izquierda que parece tener alergia a estudiar en profundidad
esa historia. Los de mi generación, cuando éramos adolescentes, rechazábamos y
con toda la razón, la lectura de la historia reciente que nos inculcaban en la
enseñanza del franquismo y por eso aceptamos sin mas los análisis de trazo
grueso que la izquierda tradicional hacia de los dos primeros tercios del siglo
XX. En cuanto a los jóvenes nacidos y educados en la democracia, se les ha
enseñado, poco, poquísimo, casi nada, de la historia del Siglo XX. Y unos se
han quedado anclados en referencias simplistas y otros en el más puro
desconocimiento.
Afortunadamente en los últimos años excelentes historiadores han
profundizado en ese dramático siglo XX
español. ¿Y que nos dicen? Que la sociedad española ha estado siempre partida
casi por la mitad en dos grandes bloques, uno progresista y otro conservador,
con fuerza muy equivalente.
Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, a pesar del triunfo
republicano en las grandes ciudades, no supuso en la totalidad de los votos una
clara mayoría republicana. Es evidente que en los pueblos había unas redes
caciquiles mucho mas dificiles de evitar que en las ciudades, pero aun y así,
la mayoría de los españoles (las españolas no podían votar) no se pronunció a
favor de la Republica. Sí en cambio en las siguientes elecciones
constituyentes, en las que el bloque republicano estrechamente unido ganó claramente,
frente a una derecha desunida y desmoralizada tras la huida de Alfonso XIII. En
las elecciones de 1933, pasó lo contrario, la derecha fue unida y los
republicanos desunidos. Ganó la derecha, pero no por goleada, aunque el sistema
electoral premió a las candidaturas unitarias de la CEDA. En febrero de 1936,
el Frente Popular, recuperando la unidad republicana y con el voto anarquista,
ganó, pero igualmente no por goleada, sino con unos resultados bastante ajustados, beneficiándose de nuevo
de un sistema electoral favorable a las listas unitarias.
En cuanto a la guerra civil, tema todavía tabú donde los haya, dejando
muy claro el desequilibrio militar entre la España republicana y la franquista,
la enorme diferencia de ayudas internacionales económicas, políticas y
militares, de quienes defendían la legalidad y quienes se alzaron contra ella,
lo cierto, nos guste o no, es que la derecha que se alzó tenia amplias y sólidas
bases sociales, que se fueron incrementando a lo largo de la guerra, muy en especial por la tremebunda persecución religiosa que
sectores de la izquierda realizaron, echando en los brazos de Franco a una parte
de la burguesía republicana, que defendían la legalidad pero que eran católicos.
Y tampoco una parte de la izquierda ha sido capaz de analizar con rigor
los efectos, por un lado de 40 años de
propaganda franquista y por otro del crecimiento económico de los años 60 y 70,
que permitió el surgimiento de unas nuevas clases medias, que si bien podían
estar a favor de la democracia no compartían una concepción progresista o de
izquierdas.
Por ultimo, un sector de la izquierda, ante la terrible realidad del
ocultamiento de la represión franquista durante la guerra y durante una larguísima
posguerra, aplastados por la perdida de la Memoria Histórica en la represión de
los republicanos, no han valorado los efectos que la represión republicana, por
supuesto muy diferente cuantitativa y cualitativamente a la franquista, pero represión
al fin y al cabo, ha causado en la memoria de cientos de miles de familias de la
derecha y centro derecha de nuestro país que la sufrieron y han transmitido de
padres a hijos.
Los muy limitados resultados del PCE en 1977, tras una heroica
resistencia durante tres décadas y una inteligente política en los años 70 que
le permitió impulsar y protagonizar las movilizaciones sociales y las alianzas políticas
por la democracia, tienen mucho que ver con el anticomunismo feroz de 40 años
de dictadura, pero también con la imagen de que una parte de sus candidatos comunistas
venían de la guerra civil. Fue injusto con un partido, que a pesar de sus
errores indudables, fue el que junto con Azaña y Negrin más y mejor trabajó por
la defensa de la legalidad y del orden público y por organizar un ejército en
condiciones; pero así son las cosas.
Por tanto, por mucho que algunos quisiéramos, en 1977 no era posible “darle la vuelta a la tortilla”. Ni
la derecha ni la izquierda podíamos imponer nuestros objetivos a la otra parte.
Lo único posible era llegar a un pacto y eso es lo que hicimos. Un pacto, que
dicho sea sin triunfalismos, a la postre recogió muchos mas reivindicaciones de
la izquierda que de la derecha: construcción autonómica, igualdad de
genero, derechos civiles, supeditación
del ejercito al poder político, estado de bienestar y un largo etc. La Constitución
de 1978 no solo es mucha mas progresista que la de 1931, sino que es de las mas
progresistas del mundo.
Un pacto realista, con concesiones, p.e. a la Monarquía o a la Iglesia Católica,
pero con avances impensables a
principios de los años 70. Desvalorizar esa transición, no solo es injusto y
poco riguroso, sino también una forma masoquista de enjuiciar la gran capacidad
que tuvo la izquierda para convencer a la derecha de que aprobase la Constitución.
Cuestión bien distinta es que después una parte de la izquierda, los
socialistas, no haya aprovechado sus muchos años de gobierno para hacer mas y
mejores cambios y la otra parte de la izquierda, los de raíz comunista, no haya
sido capaz de convencer a una parte mayor del electorado para que les dieran su
apoyo y su voto.
Ahora podríamos estar a punto de cometer el mismo error de apreciación
que cometimos los comunistas en 1977, cuando veíamos nuestros mítines a rebosar
y pensábamos que íbamos a conseguir tantos o más diputados que un PSOE
desaparecido durante largo tiempo. Podemos hacernos la ilusión de que España se
ha vuelto anti PP, la derecha se ha desmoronado y la izquierda alternativa va a
arrasar en las urnas. No, la inmensa base social de la derecha esta ahí y no va
a desaparecer por muchas manifestaciones que les hagamos, un fin de semana sí y
otro también. Lo más que podemos conseguir es atraer a los sectores más
centristas, como hizo el PSOE en 1982, a la vez que tiramos de los
abstencionistas de izquierda.
Tenemos que aprender de nuestra historia. Las izquierdas han triunfado
electoralmente cuando ha logrado atraer al centro y a los abstencionistas. No
se trata de descafeinar nuestras propuestas de transformación para atraer a una
parte del centro. Se trata de ganar la batalla de las ideas y convencerles de
que nuestras propuestas y nuestras candidaturas son la mejor garantía de
progreso cívico y bienestar social
Esta no es la hora del triunfalismo, sino de diseñar una estrategia
realista, unitaria, ilusionante. Y esto pasa, también, por reivindicar y hacer
nuestro el legado de la Transición que tanto cambio nuestro país para mejor. Tendría
gracia que ahora fuera la derecha la que se apropiara en exclusiva de la Constitución
y fuera una parte de la izquierda la que renunciara a ella. Mayor error político
no podríamos cometer.
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