viernes, 6 de septiembre de 2013

INTERVENCION EN SIRIA: ES TIEMPO DE POLITICA, NO DE MISILES





Teníamos la confianza de que Obama por razones de pragmatismo político y por sus propios principios ideológicos, había aprendido de la historia de su país y de los gobiernos que le habían antecedido, de que las intervenciones militares de Estados Unidos, en solitario o con el apoyo de una parte de sus aliados, tenían consecuencias catastróficas. Pues parece que no.

Es cierto que la capacidad de actuación de un Presidente norteamericano es limitada, más aun con un Senado y una Cámara de Representantes en las que no tiene una cómoda mayoría. (Estoy viendo en estos meses la antigua Serie de TV, “El Ala Oeste de la Casa Blanca”, con la que estoy disfrutando mucho y aprendiendo más). El General Eisenhower, que no fue precisamente un Presidente progresista y que conocía bien los entresijos del poder militar de su país, al dejar la presidencia reconoció el inmenso poder del establishment económico-militar y en especial de la industria militar norteamericana, que dejaba a los gobiernos sin apenas margen de maniobra. Y ahí siguen marcando pautas.

No voy a caer en el simplismo demagógico y por ello tengo que  reconocer que Obama lo tiene difícil ante la situación de Siria y en general de todo el Oriente Medio: es un terrible polvorín que han ido construyendo ladrillo a ladrillo la política exterior de Estados Unidos, pero también de Gran Bretaña y Francia, desde hace demasiadas décadas. 

Ha sido un respaldo sin limites a las políticas generalmente expansionistas de la mayoría de los gobiernos de Israel; ha habido un apoyo interesado y continuo a las dictaduras de los países árabes con reservas petrolíferas, aun sabiendo que una parte de ellas financia al extremismo islámico; se ha mantenido una sistemática oposición, cuando no desestabilización, de los escasos intentos de cambio protagonizados por regimenes nacionalistas, laicos y genéricamente progresistas; se ha dado carta blanca y apoyo logístico a grupos étnicos, religiosos o políticos que por “ser enemigos de mis enemigos” en un momento venía bien, y después se han revuelto contra sus coyunturales benefactores. En definitiva, no ha habido una estrategia coherente para ir solucionando los complejos problemas de Oriente Medio con una perspectiva a medio plazo. Y ahora no es fácil cambiar esa dinámica.

¿Por donde empezar a romper esa espesa tela de araña? ¿A desmontar esa red de intereses económicos, políticos y militares, a menudo contradictorios entre si?  Desgraciadamente yo no tengo la solución, pero lo que el sentido común me dice es que lo peor de todo es volver a repetir los mismos errores del pasado, a tropezar por enésima vez en la misma piedra.

Me ha llamado la atención que una persona tan poco sospechosa de izquierdismo proárabe o de tener un tinte antiimperialista como Javier Solana, no olvidemos que ha sido el máximo responsable político de la OTAN, lleve publicados dos interesantes artículos en El País oponiéndose a la intervención militar en Siria.

Por el contrario es el colmo del oportunismo que una parte de la oposición a la intervención militar provenga de la derecha republicana y de la derecha francesa, en clave meramente táctica de no dar soluciones y desgastar a sus respectivos gobiernos progresistas.

Es posible que la madeja se pudiera ir desenredando poco a poco, intentando resolver el conflicto israelí-palestino, trazándose el objetivo de volver en el plazo de unos años a las fronteras existentes en 1967, con el mutuo reconocimiento como Estados con derecho a la existencia de Israel y Palestina. Israelíes y Palestinos deberían recuperar los Acuerdos de Oslo de 1993 y a partir de ahí avanzar en esa estrategia de vuelta al 67, con fronteras consolidadas, reconocimiento político y sin acciones terroristas. Estados Unidos y la Unión Europea (que en esta estrategia pacificadora contarían con el apoyo de Rusia y China), tienen suficientes instrumentos de presión política y económica para que Israel, incluidos sus halcones, y Palestina, incluidos sus halcones, entraran en razón, pero eso sí, hay que imponerse y a la postre es mas fácil lanzar misiles que ponerse firmes ante  los gobiernos de la derecha israelí, de Al Fatah y de Hamas.  

Sí hubiera una perspectiva de reconducción a medio plazo del conflicto palestino-israelí, se podrían ir desactivando paulatinamente las tendencias extremistas de Irán y el arraigo popular de facciones radicales del mundo islámico, lo que también contribuiría a ir pacificando poco a poco Irak, Pakistán y Afganistán.

Pero la guerra civil Siria también tiene que ver con la tolerancia ante el golpe militar en Egipto (repetición del trágico error del golpe militar en Argelia en 1991, permitido por Occidente, que dio lugar a una larga y sangrienta guerra civil) o la permisividad escandalosa con las dictaduras petrolíferas, aparentemente amigas, de la península arábiga.  

En ese marco de cambiar la dinámica, se podría abrir un proceso negociador en Siria, en el que Rusia y China forzaran al gobierno sirio y Estados Unidos y la Unión Europea a los diversos grupos de la oposición armada a un alto el fuego e inicio de un proceso de pacificación compartida.

En otras palabras, es tiempo de política, no de misiles. Ni siquiera sirve la propuesta de Obama de intervención limitada en el tiempo, en los objetivos y en la intensidad; ese tipo de intervenciones, sabemos donde empiezan, (Vietnam, Irak, Afganistán…) pero no donde acaban. Eso sí, hay que hacer política activa, no de meras declaraciones, con visión a medio y largo plazo, empezando con un acuerdo del G20, para citar  con urgencia y llamando al orden a Netanyahu, a la Autoridad Palestina y a Hamas y por otra parte, pero a la vez, al Presidente de Siria y los responsables, si los encuentran, de las guerrillas sirias.    

Esperemos que Obama no vuelva a tropezar en la misma piedra que sus antecesores. Se juega su paso a la historia y la legitimidad del Premio Nobel que tan prematuramente recibió.

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