Teníamos la confianza de que Obama por
razones de pragmatismo político y por sus propios principios ideológicos, había
aprendido de la historia de su país y de los gobiernos que le habían antecedido,
de que las intervenciones militares de Estados Unidos, en solitario o con el
apoyo de una parte de sus aliados, tenían consecuencias catastróficas. Pues
parece que no.
Es cierto que la capacidad de actuación
de un Presidente norteamericano es limitada, más aun con un Senado y una Cámara
de Representantes en las que no tiene una cómoda mayoría. (Estoy viendo en
estos meses la antigua Serie de TV, “El Ala Oeste de la Casa Blanca”, con la
que estoy disfrutando mucho y aprendiendo más). El General Eisenhower, que no
fue precisamente un Presidente progresista y que conocía bien los entresijos
del poder militar de su país, al dejar la presidencia reconoció el inmenso
poder del establishment económico-militar y en especial de la industria militar
norteamericana, que dejaba a los gobiernos sin apenas margen de maniobra. Y ahí
siguen marcando pautas.
No voy a caer en el simplismo demagógico
y por ello tengo que reconocer que Obama
lo tiene difícil ante la situación de Siria y en general de todo el Oriente
Medio: es un terrible polvorín que han ido construyendo ladrillo a ladrillo la política
exterior de Estados Unidos, pero también de Gran Bretaña y Francia, desde hace
demasiadas décadas.
Ha sido un respaldo sin limites a las políticas
generalmente expansionistas de la mayoría de los gobiernos de Israel; ha habido
un apoyo interesado y continuo a las dictaduras de los países árabes con
reservas petrolíferas, aun sabiendo que una parte de ellas financia al
extremismo islámico; se ha mantenido una sistemática oposición, cuando no desestabilización,
de los escasos intentos de cambio protagonizados por regimenes nacionalistas,
laicos y genéricamente progresistas; se ha dado carta blanca y apoyo logístico
a grupos étnicos, religiosos o políticos que por “ser enemigos de mis enemigos”
en un momento venía bien, y después se han revuelto contra sus coyunturales
benefactores. En definitiva, no ha habido una estrategia coherente para ir
solucionando los complejos problemas de Oriente Medio con una perspectiva a medio
plazo. Y ahora no es fácil cambiar esa dinámica.
¿Por donde empezar a romper esa espesa
tela de araña? ¿A desmontar esa red de intereses económicos, políticos y
militares, a menudo contradictorios entre si?
Desgraciadamente yo no tengo la solución, pero lo que el sentido común
me dice es que lo peor de todo es volver a repetir los mismos errores del
pasado, a tropezar por enésima vez en la misma piedra.
Me ha llamado la atención que una
persona tan poco sospechosa de izquierdismo proárabe o de tener un tinte
antiimperialista como Javier Solana, no olvidemos que ha sido el máximo
responsable político de la OTAN, lleve publicados dos interesantes artículos en
El País oponiéndose a la intervención militar en Siria.
Por el contrario es el colmo del oportunismo
que una parte de la oposición a la intervención militar provenga de la derecha
republicana y de la derecha francesa, en clave meramente táctica de no dar
soluciones y desgastar a sus respectivos gobiernos progresistas.
Es posible que la madeja se pudiera ir
desenredando poco a poco, intentando resolver el conflicto israelí-palestino, trazándose
el objetivo de volver en el plazo de unos años a las fronteras existentes en
1967, con el mutuo reconocimiento como Estados con derecho a la existencia de
Israel y Palestina. Israelíes y Palestinos deberían recuperar los Acuerdos de
Oslo de 1993 y a partir de ahí avanzar en esa estrategia de vuelta al 67, con
fronteras consolidadas, reconocimiento político y sin acciones terroristas.
Estados Unidos y la Unión Europea (que en esta estrategia pacificadora contarían
con el apoyo de Rusia y China), tienen suficientes instrumentos de presión política
y económica para que Israel, incluidos sus halcones, y Palestina, incluidos sus
halcones, entraran en razón, pero eso sí, hay que imponerse y a la postre es
mas fácil lanzar misiles que ponerse firmes ante los gobiernos de la derecha israelí, de Al
Fatah y de Hamas.
Sí hubiera una perspectiva de reconducción
a medio plazo del conflicto palestino-israelí, se podrían ir desactivando
paulatinamente las tendencias extremistas de Irán y el arraigo popular de
facciones radicales del mundo islámico, lo que también contribuiría a ir
pacificando poco a poco Irak, Pakistán y Afganistán.
Pero la guerra civil Siria también tiene
que ver con la tolerancia ante el golpe militar en Egipto (repetición del trágico
error del golpe militar en Argelia en 1991, permitido por Occidente, que dio
lugar a una larga y sangrienta guerra civil) o la permisividad escandalosa con
las dictaduras petrolíferas, aparentemente amigas, de la península arábiga.
En ese marco de cambiar la dinámica, se podría
abrir un proceso negociador en Siria, en el que Rusia y China forzaran al
gobierno sirio y Estados Unidos y la Unión Europea a los diversos grupos de la
oposición armada a un alto el fuego e inicio de un proceso de pacificación
compartida.
En otras palabras, es tiempo de política,
no de misiles. Ni siquiera sirve la propuesta de Obama de intervención limitada
en el tiempo, en los objetivos y en la intensidad; ese tipo de intervenciones,
sabemos donde empiezan, (Vietnam, Irak, Afganistán…) pero no donde acaban. Eso
sí, hay que hacer política activa, no de meras declaraciones, con visión a
medio y largo plazo, empezando con un acuerdo del G20, para citar con urgencia y llamando al orden a Netanyahu,
a la Autoridad Palestina y a Hamas y por otra parte, pero a la vez, al Presidente
de Siria y los responsables, si los encuentran, de las guerrillas sirias.
Esperemos que Obama no vuelva a tropezar
en la misma piedra que sus antecesores. Se juega su paso a la historia y la
legitimidad del Premio Nobel que tan prematuramente recibió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario