Que la Díada ha sido un éxito es algo evidente y sobre todo esperable.
La dinámica abierta en Cataluña hace dos años, esta muy enraizada y no parece que vaya a cambiar. La cuestión es
qué hacemos los demás ante esa realidad de que una parte muy importante de la ciudadanía
catalana es favorable a la independencia, con todos los matices que se quiera,
pero independencia y no por capricho sino porque no ven un futuro esperanzador
dentro de España.
El gobierno de Rajoy, como en tantas otras cosas, esta a la espera.
Cree que las fuerzas conservadoras catalanas y en especial los grandes
empresarios terminaran por reaccionar y le pararan los pies a Artur Más. Y para
ayudar un poco, el PP le esta poniendo las cosas difíciles financieramente al
gobierno de CIU, que sigue recortando y recortando las políticas sociales, a
ver si el descontento social obliga a Mas a dialogar con el PP.
Y la izquierda no sabemos muy bien que hacer, así de claro. El PSOE,
que antes del verano presentó una propuesta de un modelo federal para España,
que podría ser una base de negociación muy sensata, sin embargo se encuentra
con el culo al aire por la inconsistente situación del Partido Socialista de
Cataluña (dividido, sin iniciativa política, con una parte de sus dirigentes
históricos en desbandada o pasándose a las filas nacionalistas, otros
dirigentes imputados en diversos escándalos
o, como el caso de Narcis Serra, dando un malísimo ejemplo de corruptela).
IU tampoco esta cómoda. Cayo Lara, acallando a sus bases y dirigentes mas
centralistas, apoyó hace unos meses la propuesta de la consulta para decidir y
ha intentado no despegarse de forma visible de Iniciativa per Cataluña-Els
Verds. Sin embargo la deriva cada vez mas independentista que estos están
adquiriendo, acomplejados por ERC, hace difícil seguirles por ese camino.
La verdad es que no lo tenemos fácil.
La movilización social a favor del derecho a decidir y los que además
apuestan por la independencia, reflejan un amplio y profundo sentimiento de
frustración, agudizado por la crisis económica y no perciben desde el conjunto
de España señales de querer buscar una solución compartida. Y tienen sus
razones. Los mensajes que les llegan van desde el boicot a los productos
catalanes a considerarles insolidarios, peseteros…Muy pocos o ninguno lo son en
clave positiva.
Por mi parte, como viejo marxista, no soy nacionalista, en todo caso
internacionalista o mejor dicho “globalizador”. Miguel de Unamuno, personalidad
muy especial y muy centralista, dijo hace mucho “que el nacionalismo se cura
viajando” y no voy a decir que estoy de acuerdo con el, pero la primera vez que
CCOO me envio a una reunión de trabajo en un Comité de la Unión Europea en
Bruselas, se me cayeron para siempre bastantes esquemas y me descubrieron que
se estaba construyendo otro mundo, en el que los tradicionales estados-nación
iban a tener cada vez menos espacio.
Pero el que consideremos el nacionalismo un sentimiento propio del
mundo del siglo XIX y ajeno a los retos del mundo del siglo XXI, no arregla las
cosas. Sobre todo cuando una parte de la población se considera históricamente
maltratada o despreciada y sus señas de identidad perseguidas o ninguneadas y
motivos haberlos, haylos.
Por eso la izquierda tenemos que andar por el filo de la navaja.
Respetar al máximo el sentimiento nacional de cada pueblo, reconocer su pleno
derecho a decidir y en su caso a la independencia, y a la vez poner de
manifiesto las limitaciones que tiene la opción nacionalista en nuestro tiempo.
Ese debe ser nuestro terreno de juego. Combatir políticamente la
utilización oportunista del sentimiento nacional en beneficio de los intereses
de poder de los grupos políticos y económicos
dominantes. Las clases trabajadoras, las clases medias, nunca han sido objeto
de preocupación de las políticas de los gobernantes nacionalistas. Artur Mas es
tan neoliberal como Esperanza Aguirre, aunque sea mucho mas educado y refinado.
El Consejero de Finanzas de la Generalitat no se diferencia de Montoro ni la de
Sanidad de Ana Mato, ni el de Enseñanza de Wert. Son los mismos, con distintas
banderas.
Los trabajadores y las clases medias catalanas en una Cataluña
independiente, en el caso de que entraran en la Unión Europea (que antes o después
lo harían), pintarían mucho menos que ahora y estarían mucho mas solos para
defender sus intereses.
El debate que deberíamos intentar abrir en Cataluña es qué futuro
podemos construir juntos los trabajadores españoles y catalanes, las clases
medias catalanas y españolas. No es debatir sobre cuestiones abstractas de
legalidad o legitimidad. Sino de qué
modelo de sociedad queremos, de cómo lograr la mejor integración en Europa, de cómo potenciar de
manera conjunta las posibilidades económicas, sociales, educativas,
investigadoras, culturales, etc. de España y Cataluña, de qué empleo podemos
crear para los jóvenes parados catalanes y españoles.
Ese es el marco en el que desde el respeto a la diversidad podemos
conseguir una vía de encuentro. Y ese
debate lo tiene que protagonizar la izquierda española y la izquierda catalana.
No podemos dejárselo a Mas y a Rajoy, porque o nos llevan a un callejón sin
salida y de ruptura irreversible o nos llevan a un apaño de financiación entre elites políticas y económicas a costa de
los de siempre.
Estamos a tiempo de enderezar la situación, pero no nos equivoquemos,
el objetivo no es “conseguir llevar a los díscolos catalanes al redil español”,
el objetivo es un pacto para construir un futuro de prosperidad, justicia
social y bienestar social, de respeto a la diversidad cultural, en que la nos
sintamos cómodos conviviendo en un mismo Estado los Catalanes y el conjunto de los Españoles.
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