El peso cuantitativo y cualitativo de la
Iglesia Católica en el mundo de hoy es indudable, por ello a nadie le puede
resultar indiferente quien sea su máximo representante, el Papa. No fue lo
mismo Pío XII que Juan XXIII, ni Pablo VI que Juan Pablo II o Benedicto XVI que
Francisco.
La Iglesia Católica tiene un gran
pluralismo entre sus miembros y no podía ser de otra manera cuando hay varios
cientos de millones de fieles. Cada país, cada tradición cultural, cada
Conferencia episcopal, incluso cada orden religiosa tiene sus peculiaridades,
algunas muy marcadas. Pero por encima de ese pluralismo, la influencia del Papa
es decisiva.
Que la vertiente institucional del
Catolicismo requería un profundo cambio para situarlo en mejores condiciones de
cumplir su papel en el mundo del siglo XXI estaba fuera de duda y la mayoría de
los cardenales del reciente conclave parece que lo tenían claro, al menos los
de los continentes donde el Catolicismo tiene que relacionarse con la presencia
de otras creencias de fuerte implantación. La elección de Francisco buscaba dar
respuesta a esa perentoria necesidad.
Son pocos los meses que llevaban desempeñando
sus funciones, pero resultan evidentes los aires de renovación que trae, en lo
formal y también en cuestiones de fondo. Para empezar el nombre, tomando como
referencia a uno de los impulsores de una propuesta de renovación de la Iglesia Católica en la Edad
Media, Francisco de Asís. Ese gesto se ha visto seguido rápidamente por
numerosas actitudes en la más pura línea de aquel religioso, enlazando con los
movimientos de la Iglesia de los Pobres que tanto arraigo tuvo en Iberoamérica y
en otros lugares del Tercer Mundo en los años 60 y 70 del siglo XX.
Sus mensajes en relación a los efectos
de la crisis económica, en contra de la intervención armada en Siria, a favor
de los parados y de los emigrantes, de replantearse el papel de la mujer en la
Iglesia Católica, abierto a tratar el celibato eclesiástico, el cambio de
actitud sobre la obsesión con la homosexualidad, el divorcio, el control de la natalidad o el aborto, su voluntad de poner orden en las finanzas vaticanas, son
tremendamente esperanzadores. Y junto a ello la naturalidad y sencillez con la
que se presenta a la gente, sus opiniones en la esfera privada, sus gustos y
sentimientos, sus recuerdos de la infancia, su negativa a vivir en el Palacio Vaticana…nos presentan una personalidad
cercana, normal.
Y la frase que mas ha llamado la
atención a los medios, de que el nunca ha sido de derechas, quizás sea muy
llamativa, pero tampoco hay que banalizarla o manipularla. En mi opinión lo que
ha querido traslucir es que es un hombre anclado en la realidad del mundo actual
y no una persona conservadora y tradicional.
¿Supone todo esto que el Papa es un
revolucionario? ¿Un Papa de izquierdas, valga la expresión? ¿Un Papa que va a dar la vuelta a la Iglesia Católica y
transformarla en la Iglesia de la Teología de la Liberación? No lo creo.
Francisco no ha sido ni es Ellacuria, ni Leonardo Boff, como no lo fueron dos
Papas tan renovadores como Juan XXIII y
Pablo VI. Como decía antes, la Iglesia Católica es muy plural y pienso que
Francisco no va a ser Helder Cámara pero mucho menos aun Rouco Varela. En definitiva un Papa
reformista, que no es poca cosa.
Además no le va a ser fácil a Francisco
cambiar muchas dinámicas solidamente arraigadas en la Curia Vaticana y en
bastantes Conferencias Episcopales. Los cambios requieren ideas claras, firmeza
y decisión, pero también equipos y apoyos suficientes para realizarlas. Habrá
que esperar a ver como navega por aguas turbulentas. Que no le va a ser fácil lo reflejan muy bien
las reacciones del anticlericalismo de extrema derecha, con groseros y zafios
ataques, que dejan en mantillas las criticas de los anticlericales de extrema
izquierda.
Y a todo esto, algunos lectores de este
blog se preguntaran ¿y a este que es de izquierda que mas le da como sea el
Papa, si no es católico? Pues es un error. Nos, va mucho. En el mundo y en
España. Estoy convencido que la conjunción de Kennedy, Kruschev y Juan XXIII
fue decisiva para evitar una Tercera Guerra Mundial en los primeros años de la década
de los 60. No es lo mismo que desde Roma llegue una voz clara y firme a favor de la paz, a favor de
una salida solidaria frente a la crisis o a una redistribución de las riquezas,
que un discurso ambiguo y abstracto.
Como tampoco es lo mismo en España
generar una dinámica de tensión y enfrentamiento en materia educativa o de
derechos individuales, que intentar buscar un dialogo sin prepotencias.
Sinceramente prefiero mil veces a Tarancón o José María Cirarda que a Rouco, o el anterior arzobispo de
Sevilla, el franciscano Carlos Amigo, que al actual portavoz de la Conferencia
Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino.
Sí, Francisco puede ser una influencia
positiva para los católicos y para los que no lo somos.
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