Afrontar una reforma del Sistema de Pensiones en el marco de una grave
y prolongada crisis económica, que aun no tiene perspectivas razonables de
salida, puede parecer justificado por la negativa evolución de los ingresos y
gastos del sistema. Pero esa presión para abordar una reforma, puede tener el
riesgo de sesgar los análisis y propuestas.
El Sistema de Seguridad Social español desde 1979 ha sido considerado
como inviable por una parte de expertos, políticos, entidades, sectores
empresariales, etc. Es un hecho conocido que en estos más de treinta años se
han ido abordando sucesivas reformas, en unos casos en el ámbito del gasto, en
otros en lo que se refiere a los ingresos y en otros en ambas materias. Esa dinámica
de ajuste se ha sustentado en los estudios actuariales e informes elaborados
por los técnicos y responsables de la Seguridad Social, a partir de la
exhaustiva y rigurosa información de que disponen las entidades gestoras, que
por lo general se han visto confirmados por el desarrollo de los acontecimientos.
Todo ello ha evitado poner en peligro el sistema.
Las sucesivas reformas han compatibilizado garantizar la sostenibilidad
del sistema y el crecimiento paulatino de las pensiones como reflejo de las
mejoras salariales, en el empleo y la corrección del fraude y las
irregularidades en las cotizaciones
A la hora de afrontar una reforma del sistema de pensiones, hay que
tener muy presente que determinadas variables socio-económicas y demográficas, están
sometidas a rápidos cambios, que exigen ser muy prudentes a la hora de sacar
conclusiones demasiado tajantes sobre la viabilidad del sistema de pensiones.
P.e. en 1995 nadie preveía en nuestro país que el número de cotizantes a la
Seguridad Social iba a pasar de algo más de 12 millones a más de 19 millones en
el plazo de diez años. Como tampoco nadie consideraba que España iba a
experimentar una entrada de en torno a 5 millones de inmigrantes en un breve
plazo de tiempo.
Por otra parte algunos de los indicadores demográficos que pueden ser
considerados más alarmantes: caída de la natalidad o prolongación de las
expectativas de vida, deben ser matizados. Hay estados de la Unión Europea
sometidos a un proceso muy intenso de envejecimiento que han recuperado moderadamente la natalidad con políticas
sociales de apoyo a las familias. Por otra parte hay ya algunos estudios que
indican que el proceso de intenso crecimiento de las expectativas de vida se
esta frenando en relación al ritmo que se había mantenido en las ultimas décadas.
Hay que considerar, igualmente, que las reformas de envergadura como
fueron las de 1985, 1996 y 2011, requieren un mínimo tiempo de maduración para
comprobar sus resultados. En este sentido, aunque la situación haya ido a peor,
el escenario actual no es radicalmente distinto al existente a cuando se aprobó
la reforma del año 2011 y todo parece indicar que la urgencia de proponer una
nueva reforma no se basa tanto en la evolución inmediata del sistema, (en el
que tras cinco años de crisis y una notable caída de cotizaciones se han
utilizado solo 7.000 millones de euros del el Fondo de Reserva, que tiene aun
63.400 millones) como en las presiones de las instituciones de la Unión Europea
que esta padeciendo el gobierno español.
Todo lo anterior no debe ser entendido como un llamamiento a la
pasividad sino a la prudencia y al
rigor.
Dicho todo esto, a la hora de valorar el Informe de los expertos, (que
hay que reconocer que ha ido mejorando desde el documento y pretensiones
iniciales a su redacción final) lo primero que puede sorprender es que propone
un cambio radical en la dinámica de reformas anteriores. Hasta ahora las reformas
se habían sustentado en tres grandes pilares: acentuar la contributividad del
sistema (años de cotización y formula de calculo de la pensión), mejorar la cotización
acercándola a los salarios reales y aproximando los regimenes especiales al régimen
general y separar las fuentes de financiación, de manera que los impuestos
financiaran los complementos de las pensiones mínimas y las pensiones no contributivas
y por supuesto la sanidad y los servicios sociales.
En la reforma que ahora se propone se abandonan estas vías de actuación,
remitiéndolas en todo caso a posteriores decisiones políticas y se introduce unos
nuevos criterios de ajuste: el coeficiente de equidad intergeneracional (FEI) y
el factor de actualización anual de las pensiones (FRA), modificando y adelantando en nada menos que 13 años el factor de
sostenibilidad introducido en la reforma del año 2011.
¿Por qué se renuncia a actuar sobre la contributividad? ¿Por qué se
renuncia a actuar sobre la mejora y racionalización de los ingresos? ¿No se
puede abordar un suave y diferenciado incremento de las cotizaciones
empresariales, en función de tamaño o tipología de empresa, intensidad de la mano
de obra, productividad, u otros
factores? ¿No se puede seguir destopando
las cotizaciones? ¿No se puede proponer un incremento de las cotizaciones que
pagan los trabajadores? No debemos olvidar que el gasto en pensiones en España
en relación a su PIB y al gasto por habitante esta bastante por debajo de la
media europea. Por tanto la situación de nuestra Seguridad Social no es
alarmante.
Insisto, no es cuestión de cruzarse de brazos y esperar a que vengan
mejores tiempos. De lo que se trata de no precipitarse con medidas de recorte
que luego son irreversibles y abrir una negociación rigurosa, con los datos
necesarios encima de la mesa y con una perspectiva a medio y largo plazo. Y
sobre todo sin olvidar que la hoy quinta parte de la población de nuestro país,
que será la cuarta parte dentro de 15 años, no puede sufrir un deterioro en sus
condiciones de vida, ya que esto de manera inmediata se traduciría en menos
consumo, menos actividad económica y menos empleo.
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