La foto de Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, sentada en una mesa
recibiendo y escuchando a una representación de los movimientos que han
sacudido las grandes ciudades de este país en la ultima semana, es de las que deberían
hacer historia.
No ha gustado nada a casi nadie. Normal. A los anquilosados y
fragmentados partidos políticos de Brasil, porque supone cuestionarlos y
puentearlos. A su propio Partido de Los Trabajadores, porque implica reconocer
su incapacidad para detectar el malestar social, hacerle frente, promover más
medidas sociales y en último caso bajar a la calle y juntarse con esas
movilizaciones. Es posible que tampoco haya gustado a determinados sectores de los que están en la calle, los extremistas radicales y los de la derecha que se han sumado a última hora, porque a ellos también les quita argumentos. Tampoco a los medios de comunicación tradicionales, porque Dilma, por
muy presidenta que sea, no es del stablishment político al uso. Es una mujer de
la izquierda luchadora, se enfrentó a la dictadura militar por lo que sufrió cárcel
y tortura. Al igual que Lula o Mujica, el Presidente de Uruguay, ella es de
otra pasta.
Y desde luego no ha gustado nada, nada, nada, a todos esos gobiernos
que llevan varios años mirando para otro lado mientras las calles se llenan de
manifestantes. Sea en España, en Grecia, en Portugal, en Italia o en el norte
de África. No digo ningún presidente, nadie en representación de los gobiernos se
ha dignado a recibir a portavoces de los manifestantes.
Algunos comentaristas y periódicos ya están diciendo que la propuesta
de reforma constituyente hecha por Dilma es para desactivar la presión social,
que es un gesto para la galería, que es populismo, que es demagogia, que no
tienen ningún fundamento legal, que se va a quedar en humo, etc. etc. ¡Pues
claro que Dilma quiere apagar la protesta social!. ¿Qué gobernante en su sano
juicio quiere tener las calles y plazas llenas de manifestantes? Pero el mero
gesto de recibir y hablar con ellos ya es un triunfo político muy relevante de
quienes se han movilizado. Luchar sirve, al menos para que te oigan, tomen nota
y se molesten en hacer propuestas de cambio.
Dilma ha dado legitimidad a la lucha social. Ha echado un buen jarro de
agua fría a las instituciones brasileñas, incluido su gobierno y su partido. ¿Que
es populismo?, pues es posible que tenga rasgos populistas, pero yo prefiero
mil veces eso al desden y el desprecio
que los gobernantes de otros países como el nuestro están mostrando con sus
movilizaciones sociales.
Es verdad que Brasil es una gran potencia emergente, con un sistema político-administrativo
muy complejo; una Republica Federal en la que los Estados tienen grandes competencias;
en la que hay una estructura de partidos que tradicionalmente ha obligado a
enrevesadas coaliciones en las que se mezclan derecha, centro e izquierda, en
el gobierno y también en la oposición; con déficits históricos en su desarrollo
socio-económico muy profundos y que no se superan en pocos años; con unas
desigualdades de clase tremendas. Todo eso hace más que difícil gobernar y
sobre todo cambiar Brasil.
Dilma, como le sucedió a Lula en su primer mandato, no puede darle la
vuelta al calcetín de la realidad brasileña con una varita mágica. Pero al
final el balance de Lula fue impresionante en el terreno social y en el económico
y Dilma va por el mismo camino, eso sí, en un marco de crisis económica mundial
mucho mas intensa que la que tuvo que afrontar Lula. Por ello ni podemos pedir
ni esperar magia potagia al gobierno de Dilma. Lo que si podemos pedir es sensibilidad
democrática, porque los hábitos democráticos, la profundización democrática, en
sus inicios al menos, ni cuestan dinero ni aumentan la deuda publica.
Ya veremos el recorrido que tiene la propuesta de reforma constituyente
de Dilma. Pero al menos su intención y sus gestos están muy lejos de esa altiva
reforma constituyente que nos impusieron con nocturnidad y alevosía el gobierno
de Zapatero, el PP y los nacionalistas de derechas en el año 2011.
Así que menos criticar a Dilma Rousseff y más aprender y copiar sus
actitudes.
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