Hoy podría escribir sobre el debate del
estado de la nación. Pero no. Prefiero hacerlo sobre la teladearaña del espionaje en Cataluña, la gota que colma el vaso de la estupefacción
de la ciudadanía. ¿O habrá algo nuevo que eleve aun más el listón? Si no fuera
un síntoma dramático de descomposición política, social y moral, podríamos
pensar que estamos ante la reencarnación de
“Mortadelo y Filemón”, inolvidables personajes creados por el genial
dibujante Ibañez.
Lo que se va conociendo, hace bueno
aquel dicho de que la vida deja pequeñas las historias de ficción que vemos en
el cine o leemos en las novelas. Muchos recordamos la divertida película de García
Berlanga “Todos a la cárcel”, que en su día podía parecer una exageración y que
hoy se nos antoja mas bien un tímido reflejo de la realidad. Todos espían a
todos, incluidos a los propios compañeros de partido o de gobierno y hasta se espía
a personas que poco tienen que ver con la vida política. Si a todo ello se
añade las aventuras de la familia de Jordi Pujol con sus fraudes fiscales y sus
trapicheos, podemos hacernos una idea de cómo esta el “establishment” de
Cataluña.
Pero ¿cómo se ha llegado a esa
situación? ¿Cómo es posible que actuaran con tanta tranquilidad o impunidad? ¿Cómo
podían pensar que este espionaje antes o después no se iba a descubrir? En mi
opinión por la creciente falta de ideología, de principios, en buena parte de
la clase política, en este caso la catalana.
Los principios democratacristianos o
socialcristianos que estaban en los orígenes de Convergencia i Unio, de sus
fundadores y lideres en los años de la Transición, se han perdido, derrumbados
por un único principio: “acaparar dinero”, “hacerse ricos”, a costa de lo que
fuera y para ello mantenerse en el poder tejiendo redes de apoyo y complicidad
en poderosos sectores empresariales, grupos mediáticos o intereses
corporativos.
La involución de la Iglesia Católica
tiene también relación con este vaciamiento ideológico de los partidos de
inspiración cristiana; barridos los partidarios de la renovación del Concilio
Vaticano II en la jerarquía y dominada esta por el
integrismo, solo les preocupa mantener privilegios en la educación, defender
los recortes de los derechos de las mujeres o de las personas homosexuales y
hacer la vista gorda con la corrupción o con las diversas formas de fraude.
Pero también hay una perceptible crisis
de valores en la socialdemocracia. Desaparecidos o minimizados sus rivales
comunistas, sin capacidad de crecimiento de las opciones verdes o ecologistas,
se han dejado arrastrar por su soberbio convencimiento de ser la fuerza hegemónica
de la izquierda y han compartido con la derecha la obsesión de que lo
importante es “ocupar el poder” y lo secundario es para que se quiere el poder.
Muchos dirigentes socialistas se han dejado seducir por el espejismo del
crecimiento económico a toda costa, por la desregulación neoliberal y al final
han terminado cayendo en prácticas semejantes a la derecha nacionalista. Las
duras críticas de Beatriz Talegon a sus compañeros de la Internacional
Socialista, son suficientemente elocuentes.
Así las cosas, si bien resulta
imprescindible una regulación exigente en materia de transparencia de las
organizaciones políticas (y también de las patronales y sindicales) y una
rigurosa aplicación del Código Penal, esto es necesario pero no suficiente.
Tiene que producirse un rearme moral e ideológico en la clase política,
en la derecha y en la izquierda, o tras Mortadelo y Filemón, veremos las
aventuras de émulos de la Familia Soprano, de Boardwalk Empire o The Wire.
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