viernes, 20 de diciembre de 2013

EL PROCESO 1001, 40 AÑOS DESPUES


Hace hoy nada menos que 40 años, el  20 de diciembre de 1973 comenzó el juicio del llamado “Proceso 1001” que se seguía en el Tribunal de Orden Publico contra 10 dirigentes de Comisiones Obreras, a los que se pedía entre 20 años de cárcel a los que mas y 12 años a los que menos, por el mero hecho de ser dirigentes sindicales.  El juicio que había despertado una enorme solidaridad  tanto en España como en numerosos países del mundo democrático, se vio absolutamente alterado por el asesinato terrorista de Carrero Blanco, realizado por ETA esa misma mañana.

En este post, que es largo, no voy a referirme a los aspectos políticos y sociales del juicio, sino a mis vivencias personales de aquellos terribles días.

Entonces yo trabajaba con Cristina Almeida, que era una de las abogadas defensoras del proceso 1001. La organización y coordinación de las defensas, con un amplio espectro político que iba desde Gil-Robles y Ruiz-Jiménez a Paquita Sauquillo, nos encargaron a Julia Marchena, otra compañera del despacho de Españoleto 13 y a mí que grabáramos en secreto el juicio. Los dos íbamos como codefensores, y dentro de nuestras carteras “samsonite”, junto con papeles del juicio llevábamos una casette y pilas.

En las afueras de las Salesas, vigilada por un gran despliegue policial, había una larga cola de gente  que mas que asistir al juicio, que era imposible dada las reducidas dimensiones de la Sala, quería mostrar su efectiva solidaridad con los procesados. En el pasillo y en el hall donde se iba celebrar el juicio estaba lleno de miembros de la Brigada político-Social a los que conocíamos y nos conocían. Había también un buen grupo de abogados progresistas, todos con toga, para entrar en la Sala, había periodistas y no faltaba una representación de los Guerrilleros de Cristo Rey y de abogados ultras.

Comenzó el juicio, con una gran tensión en el ambiente. Yo estaba sentado en el estrado de los abogados, detrás de Cristina. Abrí la cartera que tenía de pie en el suelo a mi lado y apreté el botón de grabar. Estábamos aun en los prolegómenos procesales, cuando empezó a haber un cuchicheo entre los Jueces, y entre algunos abogados. Enrique Barón, en ese momento abogado de la Unión Sindical Obrera, nos dijo en bajito a Cristina, a Julia y a mi, que había muerto Carrero por una explosión. Siguió durante algunos minutos el juicio, hasta que el presidente del Tribunal, Francisco Mateu, que años después sería asesinado por ETA, se puso de pie alteradísimo y dijo que se procedía a una pausa del juicio.

Los procesados fueron conducidos a los calabozos y los abogados pasamos a una Sala contigua, donde se sucedieron las cabalas de que podría haber pasado. Enseguida empezamos a oír muchísimos gritos desde el hall de los Guerrilleros y los  abogados ultras: “asesinos”, “os vamos a matar a todos” y cosas parecidas. Algunos periodistas amigos nos pasaron notas en las que descartaban la explosión de gas y  confirmaban el atentado.

Mateu volvió a convocarnos a la Sala y de pie y en un tono violentísimo nos comunicó que el juicio se aplazaba hasta las 5 de la tarde. Algunos de los abogados defensores, tras condenar el asesinato, pidieron la suspensión del juicio, dado el ambiente que se había creado, con los gritos cada vez mas intensos desde el hall y la presencia abrumadora en los bancos de la Sala de sociales y guerrilleros, después de que la policía hubiera desalojado al publico. Mateu no aceptó el aplazamiento.

Los abogados mas prestigiosos y reconocidos hablaron con los mandos de  la policía armada allí presentes para garantizar la seguridad de los presos, a lo que se comprometieron y además nos indicaron que tenían ordenes estrictas al respecto del Alto Estado Mayor del Ejercito. Les pidieron  también que aseguraran nuestra salida de las Salesas, rodeados como estábamos de ultras, cada vez más amenazantes. Y así fue. Hicieron un cordón y salimos los abogados y los pocos periodistas y familiares que quedaban. Mientras nos íbamos, algunos además de gritarnos, nos enseñaban sus pistolas.

Los abogados titulares fueron a reunirse para debatir como afrontar la situación. Todavía albergábamos la vana esperanza de que a Carrero le hubiera matado la CIA, en una operación política de inicio de cambio en España.

Julia y yo nos fuimos al despacho. Allí estaban ya otros compañeros y el personal administrativo destruyendo propaganda ilegal y documentos comprometedores. Decidimos suspender las visitas de la tarde y cerrar el despacho. Al acabar me fui a mi casa, que entonces  estaba muy cerca del despacho y antes pasé por un supermercado y compre bastante comida, por lo que pudiera ocurrir. Una reacción sin duda sorprendente. Tengo que reconocer que desde que había salido de las Salesas me encontraba en un estado de profundo miedo. En mi casa, junto con mi hermana  Elisa, nos pusimos como locos a quemar propaganda, documentos. Tuvimos la feliz idea de ir quemándolos en la taza del water para que desaparecieran las cenizas, con tan mala suerte que estallo y se rajó la loza.

Yo seguía muerto de miedo. Con un miedo físico que me hacia temblar de forma espasmódica sin poder controlarlo. Un miedo que nunca antes había sentido, ni siquiera en las detenciones en los dos estados de excepción de 1969 y 1971.

Quedé a tomar café con Cristina en la cafetería Santander. Ella, siempre tan valiente,  estaba muy preocupada pero totalmente serena e intentó tranquilizarme. Estuvimos hablando un buen rato sobre la vida, la muerte, los riesgos de nuestro trabajo y de la militancia clandestina. Lo cierto es que consiguió que me relajara algo. Nos fuimos a las Salesas. Los alrededores estaban vacíos. Solo había policías. Los largos pasillos estaban en penumbra. Era una sensación terriblemente lúgubre. Y de nuevo en el hall nos encontramos a los Guerrilleros, a los sociales, a los abogados de extrema derecha y poco más. Así que de nuevo me entró el miedo, aunque conseguía controlar los temblores.

Se reanudó el juicio. Y en fin….las cosas inevitablemente cambiaron mucho. De ser un juicio que se había diseñado a la ofensiva,  pasó a ser un juicio básicamente defensivo, con intervenciones de algunas defensas que en otras circunstancias nos hubieran parecido inaceptables. Solo los abogados de izquierdas mantuvieron el argumentario acordado.  Las caras de preocupación y contrariedad de los 10 procesados reflejaban muy bien la dramática situación por la que estaban pasando y los terribles riesgos que sus vidas podían correr.

Al terminar la sesión de la tarde, en torno a las 8 de la noche, con el Palacio de las Salesas prácticamente a oscuras y los energúmenos esperándonos fuera, alguno de los abogados comentó que era el momento propicio para que alguno de ellos disparara. Lo que terminó por ponerme aun peor. De nuevo la policía armada nos acompañó hasta la salida.

Julia y yo, que por supuesto habíamos dejado de grabar desde la primera interrupción de la mañana, nos fuimos a la cafetería California 47 de la calle Goya, ya que llegamos a la pintoresca conclusión de que, siendo como era lugar frecuentado por los guerrilleros, nunca se les ocurriría buscarnos en tal sitio. Así fue. (De hecho en los años siguientes  volvimos a quedar en California 47, en otros momentos peligrosos). Allí nos reunimos con otros compañeros del despacho para discutir que hacíamos con los juicios de Magistratura de Trabajo y la apertura o no del despacho al día siguiente. Decidimos normalizar nuestro funcionamiento.

El juicio terminó con la brutal condena. Tuvo lugar el sepelio de Carrero, con los ultras desmadrados, amenazando al Cardenal Tarancón. Franco nombró a Arias Navarro sustituto de Carrero. Y el día 22, con la Lotería Nacional, el régimen pareció que quería pasar página. Pero los 10 condenados siguieron durante largos meses en la cárcel. 

Cuarenta años después, CCOO hemos celebrado un acto público de recuerdo y reconocimiento. Acudieron cinco de los diez condenados. (Tres han muerto y dos se encontraban enfermos). Allí estaban en el escenario, cinco hombres ya de mas de 70 años, todos con una vida dedicada a la lucha por la defensa de los trabajadores. Todos ellos gente que sigue viviendo modestamente. Sindicalistas valientes y honrados. Y lo mejor de todo, en sus breves intervenciones casi no hablaron del pasado, se centraron en hablar del presente y del futuro, de los problemas que hoy tiene la sociedad y los trabajadores españoles y de la necesidad de seguir luchando. No se han jubilado mentalmente ni han renunciado a sus ideales; todo lo contrario. Unos jóvenes sindicalistas que también intervinieron les llamaron “héroes”.

Efectivamente, ellos fueron héroes en la lucha por la democracia.


   

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