Hace hoy nada menos que 40 años, el 20 de diciembre de 1973 comenzó el juicio del
llamado “Proceso 1001” que se seguía en el Tribunal de Orden Publico contra 10
dirigentes de Comisiones Obreras, a los que se pedía entre 20 años de cárcel a
los que mas y 12 años a los que menos, por el mero hecho de ser dirigentes
sindicales. El juicio que había
despertado una enorme solidaridad tanto
en España como en numerosos países del mundo democrático, se vio absolutamente
alterado por el asesinato terrorista de Carrero Blanco, realizado por ETA esa
misma mañana.
En este post, que es largo, no voy a
referirme a los aspectos políticos y sociales del juicio, sino a mis vivencias personales
de aquellos terribles días.
Entonces yo trabajaba con Cristina
Almeida, que era una de las abogadas defensoras del proceso 1001. La
organización y coordinación de las defensas, con un amplio espectro político
que iba desde Gil-Robles y Ruiz-Jiménez a Paquita Sauquillo, nos encargaron a
Julia Marchena, otra compañera del despacho de Españoleto 13 y a mí que grabáramos
en secreto el juicio. Los dos íbamos como codefensores, y dentro de nuestras
carteras “samsonite”, junto con papeles del juicio llevábamos una casette y
pilas.
En las afueras de las Salesas, vigilada
por un gran despliegue policial, había una larga cola de gente que mas que asistir al juicio, que era
imposible dada las reducidas dimensiones de la Sala, quería mostrar su efectiva
solidaridad con los procesados. En el pasillo y en el hall donde se iba
celebrar el juicio estaba lleno de miembros de la Brigada político-Social a los
que conocíamos y nos conocían. Había también un buen grupo de abogados
progresistas, todos con toga, para entrar en la Sala, había periodistas y no
faltaba una representación de los Guerrilleros de Cristo Rey y de abogados
ultras.
Comenzó el juicio, con una gran tensión
en el ambiente. Yo estaba sentado en el estrado de los abogados, detrás de
Cristina. Abrí la cartera que tenía de pie en el suelo a mi lado y apreté el botón
de grabar. Estábamos aun en los prolegómenos procesales, cuando empezó a haber
un cuchicheo entre los Jueces, y entre algunos abogados. Enrique Barón, en ese
momento abogado de la Unión Sindical Obrera, nos dijo en bajito a Cristina, a
Julia y a mi, que había muerto Carrero por una explosión. Siguió durante
algunos minutos el juicio, hasta que el presidente del Tribunal, Francisco
Mateu, que años después sería asesinado por ETA, se puso de pie alteradísimo y
dijo que se procedía a una pausa del juicio.
Los procesados fueron conducidos a los calabozos y los abogados pasamos a una Sala contigua, donde se sucedieron las cabalas de que podría haber pasado. Enseguida empezamos a oír muchísimos gritos desde el hall de los Guerrilleros y los abogados ultras: “asesinos”, “os vamos a matar a todos” y cosas parecidas. Algunos periodistas amigos nos pasaron notas en las que descartaban la explosión de gas y confirmaban el atentado.
Mateu volvió a convocarnos a la Sala y
de pie y en un tono violentísimo nos comunicó que el juicio se aplazaba hasta
las 5 de la tarde. Algunos de los abogados defensores, tras condenar el
asesinato, pidieron la suspensión del juicio, dado el ambiente que se había
creado, con los gritos cada vez mas intensos desde el hall y la presencia
abrumadora en los bancos de la Sala de sociales y guerrilleros, después de que
la policía hubiera desalojado al publico. Mateu no aceptó el aplazamiento.
Los abogados mas prestigiosos y
reconocidos hablaron con los mandos de la policía armada allí presentes para
garantizar la seguridad de los presos, a lo que se comprometieron y además nos
indicaron que tenían ordenes estrictas al respecto del Alto Estado Mayor del
Ejercito. Les pidieron también que aseguraran
nuestra salida de las Salesas, rodeados como estábamos de ultras, cada vez más
amenazantes. Y así fue. Hicieron un cordón y salimos los abogados y los pocos
periodistas y familiares que quedaban. Mientras nos íbamos, algunos además de
gritarnos, nos enseñaban sus pistolas.
Los abogados titulares fueron a
reunirse para debatir como afrontar la situación. Todavía albergábamos la vana
esperanza de que a Carrero le hubiera matado la CIA, en una operación política
de inicio de cambio en España.
Julia y yo nos fuimos al despacho. Allí
estaban ya otros compañeros y el personal administrativo destruyendo propaganda
ilegal y documentos comprometedores. Decidimos suspender las visitas de la
tarde y cerrar el despacho. Al acabar me fui a mi casa, que entonces estaba muy cerca del despacho y antes pasé por
un supermercado y compre bastante comida, por lo que pudiera ocurrir. Una reacción
sin duda sorprendente. Tengo que reconocer que desde que había salido de las
Salesas me encontraba en un estado de profundo miedo. En mi casa, junto con mi
hermana Elisa, nos pusimos como locos a
quemar propaganda, documentos. Tuvimos la feliz idea de ir quemándolos en la
taza del water para que desaparecieran las cenizas, con tan mala suerte que
estallo y se rajó la loza.
Yo seguía muerto de miedo. Con un miedo físico
que me hacia temblar de forma espasmódica sin poder controlarlo. Un miedo que
nunca antes había sentido, ni siquiera en las detenciones en los dos estados de
excepción de 1969 y 1971.
Quedé a tomar café con Cristina en la cafetería
Santander. Ella, siempre tan valiente, estaba muy preocupada pero totalmente serena e
intentó tranquilizarme. Estuvimos hablando un buen rato sobre la vida, la
muerte, los riesgos de nuestro trabajo y de la militancia clandestina. Lo
cierto es que consiguió que me relajara algo. Nos fuimos a las Salesas. Los
alrededores estaban vacíos. Solo había policías. Los largos pasillos estaban en
penumbra. Era una sensación terriblemente lúgubre. Y de nuevo en el hall nos
encontramos a los Guerrilleros, a los sociales, a los abogados de extrema
derecha y poco más. Así que de nuevo me entró el miedo, aunque conseguía
controlar los temblores.
Se reanudó el juicio. Y en fin….las
cosas inevitablemente cambiaron mucho. De ser un juicio que se había diseñado a
la ofensiva, pasó a ser un juicio
básicamente defensivo, con intervenciones de algunas defensas que en otras
circunstancias nos hubieran parecido inaceptables. Solo los abogados de
izquierdas mantuvieron el argumentario acordado. Las caras de preocupación y contrariedad de
los 10 procesados reflejaban muy bien la dramática situación por la que estaban
pasando y los terribles riesgos que sus vidas podían correr.
Al terminar la sesión de la tarde, en
torno a las 8 de la noche, con el Palacio de las Salesas prácticamente a
oscuras y los energúmenos esperándonos fuera, alguno de los abogados comentó que era el momento propicio para que alguno de ellos disparara. Lo que terminó por ponerme aun peor. De nuevo la policía armada nos acompañó hasta la salida.
Julia y yo, que por supuesto habíamos
dejado de grabar desde la primera interrupción de la mañana, nos fuimos a la cafetería
California 47 de la calle Goya, ya que llegamos a la pintoresca conclusión de
que, siendo como era lugar frecuentado por los guerrilleros, nunca se les
ocurriría buscarnos en tal sitio. Así fue. (De hecho en los años siguientes volvimos a quedar en California 47, en otros
momentos peligrosos). Allí nos reunimos con otros compañeros del despacho para
discutir que hacíamos con los juicios de Magistratura de Trabajo y la apertura
o no del despacho al día siguiente. Decidimos normalizar nuestro
funcionamiento.
El juicio terminó con la brutal condena.
Tuvo lugar el sepelio de Carrero, con los ultras desmadrados, amenazando al
Cardenal Tarancón. Franco nombró a Arias Navarro sustituto de Carrero. Y el día
22, con la Lotería Nacional, el régimen pareció que quería pasar página. Pero
los 10 condenados siguieron durante largos meses en la cárcel.
Cuarenta años después, CCOO hemos
celebrado un acto público de recuerdo y reconocimiento. Acudieron cinco de los
diez condenados. (Tres han muerto y dos se encontraban enfermos). Allí estaban
en el escenario, cinco hombres ya de mas de 70 años, todos con una vida
dedicada a la lucha por la defensa de los trabajadores. Todos ellos gente que
sigue viviendo modestamente. Sindicalistas valientes y honrados. Y lo mejor de
todo, en sus breves intervenciones casi no hablaron del pasado, se centraron en
hablar del presente y del futuro, de los problemas que hoy tiene la sociedad y
los trabajadores españoles y de la necesidad de seguir luchando. No se han
jubilado mentalmente ni han renunciado a sus ideales; todo lo contrario. Unos
jóvenes sindicalistas que también intervinieron les llamaron “héroes”.
Efectivamente, ellos fueron héroes en la
lucha por la democracia.
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