Tres grandes capitales de la Europa rica, se han visto sacudidas por
intensas revueltas en la calle: Paris y después otras ciudades francesas en
octubre del 2005, Londres en agosto del 2011 y ahora Estocolmo. Barrios con mayoría
de población inmigrante, con altos niveles de paro o subempleo, con unas
segundas y terceras generaciones nacidas y educadas en la sociedad de acogida y
que sin embargo acumulan un gran malestar y lo que es peor, una evidente falta de integración.
Sus padres o abuelos vinieron huyendo de la miseria. Encontraron un
hueco en la Europa rica pero a costa de una intensa explotación y muy baja cualificación:
peones en la construcción, hostelería,
limpieza, turnos de noche, trabajos penosos o sin condiciones de seguridad e
higiene, horas extras mal pagadas, discriminación salarial. Ese fue el precio
para conseguir vivienda, sanidad y educación para sus hijos.
Es cierto que las políticas sociales de los países de acogida tuvieron
un papel importante en el acceso al derecho a la salud, a la educación, a la
vivienda o a los servicios sociales. Sin ellos su situación hubiera sido
terrible. Pero han seguido siendo ciudadanos de segunda. Por un ejemplo o dos, de ministras o de altos cargos, de diputados o
diputadas procedentes de la inmigración,
hay millones viviendo en barrios-ghettos, en edificios-colmenas de mala
calidad, sin apenas servicios públicos, deportivos o recreativos, sin jardines y parques, sospechosos
permanentes para la mayoría de las
fuerzas de la policía y de los jueces, hostigados por grupos o
individuos racistas y xenófobos, con dificultades en la integración escolar,
mal vistos en las salas de espera de centros de salud y hospitales, usuarios
habituales de los servicios sociales….¡Lo hemos visto tantas veces en las películas,
p.e. en las de Ken Loach!
Y ahora, después de haberles sacado a fondo el jugo a sus padres y
abuelos, cuando llega la crisis, aumenta el paro y se reducen los programas de
bienestar social, son los primeros que pagan las consecuencias. Hoy, además de
molestarnos, nos sobran. Pensamos que deberían marcharse y dejar mas sitio para
el empleo, los servicios públicos y las políticas sociales de los autóctonos.
Las limitaciones en los estados de bienestar social, incluso en los más
desarrollados o afianzados como es el caso de Suecia, Francia o Gran Bretaña,
saltan a la vista. Mientras las cosas fueron bien, empleo para todos e
incremento del gasto social, no hubo conflictos. Pero con una crisis prolongada
e intensa, las costuras del estado de bienestar han saltado. Sí, sin duda viven
mejor que en sus países de origen, pero la promoción social, salvo casos de minorías,
no ha sido posible. Y encima muchos de ellos no han querido, sabido o podido
integrarse en organizaciones políticas, sindicales o de solidaridad para tener
mas y mejor apoyo en la lucha por mejorar sus condiciones de vida.
En nuestro país aun estamos a tiempo de aprender en cabeza ajena.
Afortunadamente aun no se han creado ghettos de emigrantes, todavía las
actitudes xenófobas y racistas son minoritarias, no hay partidos extremistas
contra la emigración y es francamente alentador que una parte muy importante de
la segunda generación de inmigrantes se sientan españoles y no perciban actitudes
de rechazo de la población.
Pero no debemos confiarnos, porque rápidamente podemos bordear situaciones
de riesgo. Los recortes en políticas de
salud, educación o servicios sociales, los desahucios y los déficits en políticas
de vivienda pública social, amenazan con romper el proceso de integración de la
población inmigrante.
En nuestra memoria colectiva aun esta presente que una parte de los
españoles fuimos emigrantes dentro de España o fuera de nuestras fronteras. Eso
ha servido para frenar actitudes de rechazo. Pero la larga crisis puede poner
en cuestión rápidamente esa convivencia.
Trabajar con la segunda generación de los emigrantes hoy es una
prioridad política, que nos garantizará la cohesión social en el futuro. Disponer
de recursos que permitan la integración escolar y la promoción social es
fundamental. Y por supuesto evitar los recortes sociales para que las clases
trabajadoras no se tengan que disputar entre ellas los programas de protección social.
Podemos evitar que las revueltas de Paris, Londres o Estocolmo lleguen
antes o después a nuestras ciudades. Para ello es imprescindible mejorar y
reforzar nuestro aun limitado Estado de Bienestar Social. Es una apuesta de
futuro que merece la pena.
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