La llegada a Budapest
fue parecida a la de Praha, aunque los húngaros me resultaron menos
comunicativos que los checoeslovacos. El Albergue de la Juventud era un chalet
grande, con un bonito jardín. Si en los albergues anteriores de Praha y
Bratislava entender las instrucciones de comportamiento era bien difícil para
mí, el idioma magyar me resultó aún más inaccesible. Menos mal que la comida
estaba a la vista y podías elegir sin excesivos riesgos.
Budapest me impresionó
por la cantidad de grandes palacios y edificios magníficos, pero en un estado
de oscuridad y deterioro aun mayor que en Praha. Incluso en algunos de ellos
eran perceptibles los agujeros de metralla, no supe si de la liberación soviética
de la dominación nazi o si del levantamiento y posterior invasión soviética de
1956.
Recorrí en un día muy
caluroso la monumental zona de Buda y visité la Galería Nacional Húngara,
descubriendo, al igual que en Praha, una trayectoria pictórica muy interesante
y totalmente desconocida, en aquellos años, en nuestro país. A diferencia de
Praha no había esa abundancia de cervecerías, o al menos no las encontré.
Tampoco encontré y la verdad es que tampoco busqué, un museo o similar de la revolución,
lo que me resulto especialmente sorprendente en un país de tradición revolucionaria
y que ya en 1919 tuvo una Republica de los Soviets, un gobierno de socialdemócratas
y comunistas capitaneado por Bela Kun, aunque de efímera vida y dramático final
con el regreso al poder de la aristocracia financiera y terrateniente.
Al día siguiente paseé
por los bulevares y avenidas de Pest, sorprendiéndome la enorme presencia de
edificios del siglo XIX y principios del XX, que de alguna manera reflejaban un
poderío económico y un indudable gusto artístico de las clases burguesas húngaras
de aquel tiempo. Desgraciadamente para mí la imposibilidad de comunicación con
la gente y de entender la información pública, me privó de disfrutar en debidas
condiciones de una ciudad tan monumental, de la que en España no teníamos conocimiento
alguno, salvo las imágenes de las luchas de 1956. (No sabemos bien lo que
tenemos con la llegada de internet y las facilidades que nos brinda para
conocer un país y una ciudad. Por ejemplo, en aquel viaje desconocía
absolutamente los afamados baños turcos de Budapest).
Esa visita con tantas limitaciones
que hice en 1972, la pude compensar afortunadamente, con un nuevo viaje el
pasado mes de junio, donde sí que disfrutamos a fondo de esta formidable ciudad.
Mi viaje continuaba
hacia YugoSlavia pasando por el lago Balatón, considerado uno de los lugares más
hermosos de Hungría. Ya no recuerdo porque razones no cogí el tren y decidí
hacer autostop, supongo que por un intento de conocer algo más la realidad húngara.
Tampoco recuerdo el tiempo que tardé hasta que me cogieron, pero sí que era una
pareja joven que al menos sabían inglés. La verdad es que pudimos hablar poco
dado mi escasísimo conocimiento de ese idioma; debieron pensar lo incultos que éramos
los jóvenes españoles. Me dejaron en una de las entradas turísticas del Balatón,
con camping y casitas, playa y embarcadero y algún chiringuito.
El inmenso lago me
gustó, pero el paisaje estaba lejos de la belleza de los lagos suizos. Metí los
pies en el agua (no llevaba traje de baño en mi exiguo equipaje), comí algo en
un bar y decidí no quedarme a dormir en el camping a pesar de que había cabañas
con camas. Tampoco recuerdo por qué razón, ya que en Hungría también todo era
muy barato. Hacía un atardecer muy agradable, después del calor de Budapest y encontré
una pradera bonita y un terraplén perfecto para dormir con el saco. A
medianoche sentí como un terrible terremoto que se me venía encima; me desperté
asustadísimo hasta que comprobé que el terraplén donde me había acostado era el
talud de la vía del tren. Afortunadamente solo pasaron dos trenes hasta la
mañana.
Encontré la estación y cogí
el tren hasta Zagreb, aunque tuve que hacer transbordo y esperar unas horas, de
nuevo con mucho calor, en la estación fronteriza de Gyekenyes. El Albergue de
Zagreb estaba en un feísimo edificio que desde fuera parecía una mezcla de
oficinas y hotel sin gracia. Enseguida me llamó la atención un enorme retrato
de Tito en la recepción. Hasta entonces en ningún país había encontrado el
menor rastro político en los albergues. Fue el primer encuentro con Tito,
porque su fotografía, en las más diversas poses, estaba omnipresente en la
ciudad, por todas partes. También había algún monumento y alguna referencia a
la lucha contra el nazismo y a los prohombres del socialismo.
Zagreb me pareció una
ciudad más anodina. El centro y la Catedral y sus alrededores estaban bien y
poco más. Quizás mi opinión estaba muy condicionada por las visitas a Viena,
Praha y Budapest y hoy podría recorrerla con otros ojos. La mayor ventaja es
que había gente que conocía el italiano y me resultaba algo más fácil la comunicación.
Mi paso por Yugoslavia
fue excesivamente breve para darme cuenta si el socialismo impulsado por Tito y
fuera de la órbita soviética, era sustancialmente distinto a Hungría y
Checoeslovaquia. En cualquier caso, el nivel de vida y los síntomas de modernización,
en términos del capitalismo europeo, eran muy similares a los otros dos estados
socialistas.
Tomé el tren para
Venecia, en un viaje especialmente largo y caluroso y mientras reencontraba el
paisaje mediterráneo y las preciosas costas croata y triestina, intentaba
asimilar los días pasados en los tres países del socialismo real; experiencia
que iría madurando en mi cabeza en los siguientes años y que me ayudaría a asumir
el eurocomunismo de manera menos traumática.
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