jueves, 24 de marzo de 2016

LA BRUSELAS QUE YO CONOCI


En los años 80 y 90, por razones de trabajo, de vez en cuando viajaba a Bruselas. Me parecía una ciudad deliciosa, en la que además a las 5 de la tarde se acababa la jornada de trabajo, cuando de forma inflexible los servicios de traducción simultánea se levantaban y se iban y las reuniones tenían que terminar.

Pasear por Bruselas al atardecer era maravilloso. Me conocía todas las tiendas de la Rue Neuve y desde luego el Centro Comercial de Rogier, en donde había un FNAC, cuando todavía no había llegado a España, con una sección de música clásica, de opera y de jazz que tumbaba de espaldas, y con muchas buenas ofertas. Bruselas contaba además con otras estupendas tiendas de discos, en los que siempre encontraba World music ilocalizable en España.

Como todos los años antes de Navidad había una reunión del Comité de Seguridad Social de trabajadores desplazados y transfronterizos,  a la que iba en representación de CCOO, era la ocasión de disfrutar la ciudad engalanada de adornos navideños y de comprar en “CASA” (que tampoco había abierto aun en España) o en alguna tienda de diseño de Les Galeries Royales, cantidad de objetos navideños, que tanto me gustan.

En el Hotel al que siempre iba, al final de la Avenida Adolphe Max, era muy céntrico lo que me permitía dar largos paseos sin problemas para regresar. Casi todas las noches cenaba lo mismo en cualquiera de las terrazas de las calles cercanas a la Gran Place, un puchero de mejillones al vapor con apio; barato, suculento y nutritivo. Después solía ir a la cervecería “A la Morte Subite” y cada noche probaba una o dos cervezas distintas. Si hacía buena noche terminaba dando un paseíto por la Gran Place, tomando un helado o un dulce en sus excelentes pastelerías y cafés.

La sede las reuniones estaba muy cerca de la Plaza Schuman, donde año tras año estaban construyendo el impresionante nuevo edificio de la entonces Comunidad Europea y tenía una hora para comer con compañeros en alguna terracita de los alrededores.

En Bruselas en cuanto salía el sol, todas las terrazas se llenaban de gente en camiseta o mangas de camisa para aprovechar cada minuto de rayos solares. Una ciudad con unas floristerías de ensueño y unas papelerías-librerías llenas de apetecibles carteles, postales, cajitas, libretitas, sobres….

Y a la vuelta a Madrid, en su aeropuerto cómodo, amable, manejable, siempre encontraba alguna tienda para comprar alguna cosa para mis hijos Javier y Juan, para Elena y a veces para mis padres.

Bruselas me hizo sentir y vivir Europa, el sentimiento de ser europeo. Claro que eran tiempos muy diferentes. Jacques Delors desde la presidencia Comunitaria empujaba y empujaba la construcción de una Comunidad de bienestar y cohesión social, de solidaridad y cooperación internacional. “El libro blanco” y “El libro verde” eran la hoja de ruta que impregnaba de optimismo e ilusión a los organismos y personal de la Comunidad Europea.

Bruselas con la diversidad étnica, cultural, lingüística, política, religiosa, que se vivía y respetaba por sus calles, era el crisol donde se estaba forjando esa nueva Europa, esa nueva referencia de convivencia y progreso para todos.

Hoy es una ciudad asolada, entristecida y asustada. Pero esto no ha venido de la nada. Algo hemos tenido que ver todos los europeos (y desde luego los norteamericanos y los rusos) en ello.

Hoy la persona de referencia de la Unión Europea es Mario Draghi, el Presidente del Banco Central y no critico sus actuaciones, solo señalo que la mayor personalidad no es un político cristiano y socialdemócrata como Delors sino un experto banquero. Hoy hay fuerzas militares de la Unión en buena parte del norte de África y de Oriente Medio. Soldados europeos han contribuido a la desestabilización de Afganistán e Irak. La diplomacia europea ha sido incapaz de poner freno a los abusos del Estado de Israel frente a Palestina, a la vez que han sido permisivas con las dictaduras petroleras, que han armado y financiado a grupos extremistas. La caída del muro de Berlín y el final de la guerra fría, no ha sido aprovechada para desengancharnos de la tutela y supeditación a los intereses de los gobiernos y empresas norteamericanas, ni de dar un giro radical a una OTAN ya obsoleta.

Las políticas de máxima austeridad y de recortes de derechos han provocado más desigualdad social, ha aumentado el paro, se ha instalado el miedo en amplios sectores de las clases trabajadoras que ahora tienen que disputar el trabajo y las prestaciones sociales con las minorías de la inmigración. Millones de jóvenes de la segunda y tercera generación de inmigrantes se encuentran desintegrados socialmente, marginados económicamente y perdiendo sus referencias culturales.

Todo ello tiene mucho que ver con el terrorismo. Estoy convencido de que si Jacques Delors estuviera hoy al frente de la Unión Europea las cosas serían muy diferentes.

Hoy solo nos cabe expresar la solidaridad con las víctimas de la masacre y esperar que la Unión Europea y la OTAN revisen a fondo sus políticas para que al menos a medio plazo se superen las causas que originan el terrorismo y pueda ser erradicado eficazmente.

Ojalá pronto Bruselas vuelva a vivir con un horizonte de bienestar y cohesión social, de solidaridad, convivencia y cooperación.


   

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