No es fácil opinar con rigor sobre lo
que esta ocurriendo en el gobierno de Hollande. Francia es un país muy
complejo, desde el punto de vista político, económico y social. Como compleja
es su política internacional y su papel en las instituciones de la Unión
Europea. Y no digamos el Partido Socialista Frances, en permanente ebullición,
con corrientes muy diversas, con diferentes lideres y con tensiones históricas
entre sus sectores mas a la derecha y los mas a la izquierda, aunque dicho sea
de paso es un Partido que nunca ha hecho ascos a gobernar o tener pactos con el
Partido Comunista Frances, a diferencia de otros Partidos Socialistas.
Así que seré cauteloso.
Lo primero que hay que reconocer es que
Francia ha sido y es una parte muy esencial en la construcción europea. Su
influencia política y su peso económico están fuera de dudas. Los gobiernos
franceses, de la izquierda y de la derecha, han hecho encaje de bolillos en los
últimos 50 años. Han defendido la autonomía de Europa frente a Estados Unidos, pero
sin caer en el antiamericanismo; han marcado distancias del Reino Unido, de su
modelo económico y social y de su escaso interés europeísta, pero han mantenido
una evidente colaboración con ellos; su relación con Alemania ha sido clave
para el avance de la Unión Europea y esta relación ha combinado la coincidencia pero también
la divergencia en las políticas. Cualquier gobierno francés, por tanto, tiene
que tener muy en cuenta los complejos equilibrios en los que se mueve.
François Mitterrand, en su primer
gobierno de Unidad de la Izquierda en 1981, ya quiso desarrollar una política claramente
progresista. Le desestabilizaron la economía. Eran otros tiempos de guerra fría,
con Reagan en una esquina y Tatcher en la otra. Mitterrand, aunque realizó importantes
cambios, tuvo que retroceder en sus más
ambiciosas y progresistas propuestas en política económica. En 1986 el centro
derecha gano las elecciones y Chirac se convirtió en Primer Ministro, iniciándose
una difícil cohabitación.
La lectura que de aquella experiencia
hicieron muchos socialistas, como p.e. Felipe González, es que no es viable una
política socioeconómica de izquierdas que vaya más allá de lo que los poderes económicos
están dispuestos a tolerar.
Parece que la historia se ha vuelto a repetir.
Hollande se presentó a las elecciones con un programa de izquierdas, moderado,
pero de izquierdas y con una propuesta alternativa a las políticas económicas que mayoritariamente se estaban desarrollando
en la Unión Europea. Su triunfo fue saludado por muchos progresistas que pensaban
que se convertiría en el contrapeso a Ángela Merkel, a Draghi y a Barroso. Los
primeros pasos fueron en la dirección esperada, con el apoyo de los pocos
gobiernos socialdemócratas europeos. Hollande no se enfrentó abiertamente a
Merkel, lo que hubiera sido un error de consecuencias imprevisibles en la
inestable situación de la Unión Europea, pero si marcó claras distancias y
buscó negociar otras políticas de activación económica.
Lo que vino después todos lo conocemos. La
presión sobre el gobierno francés para que cambiara de actitud fue aumentando
desde todos los ángulos y ámbitos políticos y económicos. Los efectos de la
crisis en Francia favoreció el crecimiento de la extrema derecha. Hollande no
se atrevió a encabezar junto con otros gobernantes europeos una referencia
moderadamente alternativa. Empezó a dar marcha atrás. Cambió su gobierno y puso
al frente a Valls, con la intención de acometer reformas con dos objetivos:
frenar el avance de la extrema derecha y apaciguar la presión de las
instituciones de la Unión Europea y le pidió a Valls conseguir rápidos
resultados en materia de crecimiento económico y reducción del paro.
El giro cada día mas visible de Hollande
y Valls y la ausencia de resultados positivos en el terreno económico, ha dado
paso a una crisis interna del gobierno, con la salida de su sector más a la
izquierda y la entrada de Macron, un brillante político situado en el ala
derecha del socialismo francés.
El cambio de Hollande ya le ha pasado
factura en las elecciones europeas y la caída de la intención de voto es cada
vez mas fuerte para los socialistas, frente a una extrema derecha, que
moderando aparentemente las formas, no cesa de crecer. Al igual que en España,
el electorado socialista decepcionado se refugia en la abstención.
Hollande esta repitiendo el camino de
Mitterrand y va directo a un triunfo de la derecha y a una casi imposible cohabitación,
porque no es lo mismo hacerlo con Chirac que con Marine Le Pen y su partido de
extrema derecha.
Es evidente que el abandono de las
propuestas económicas más progresistas no tiene el carácter neoliberal de lo
que han hecho Rajoy u otros gobiernos de
la derecha europea. Hollande no se ha propuesto reducir y deteriorar el fuerte
Estado de Bienestar Social de Francia, al menos de una manera sensible. No, ni
Hollande ni Valls son Rajoy o Cameron; ni mucho menos.
Pero están renunciando a protagonizar un
modelo alternativo en la construcción de Europa y en las políticas económicas
frente a la crisis. Están asumiendo, lo quieran o no, que no hay otra vía
diferente a la que propugnan Merkel y Draghi. Al final lo que queda en la
cabeza de mucha gente, es que en cuestiones de economía no hay diferencias
entre gobiernos socialdemócratas y gobiernos conservadores. Y esto es demoledor
para la ciudadanía progresista.
La pregunta que podemos hacerle a
Hollande y a Valls seria ¿gobernar por gobernar? o ¿gobernar para hacer la política
del programa electoral? No se trata de que la socialdemocracia “ocupe” el
gobierno durante una legislatura y tras mostrarse incapaz de sacar adelante,
aunque sea parcialmente, su programa electoral, aguardar mansamente a que
vuelva la derecha. Nadie le pide, ni espera, que un gobierno de la
socialdemocracia se tire al monte, pero sí que se atreva a hacer cambios y otra
política económica, como defendían los ministros que discrepaban y han sido
cesados.
Lo malo es que esta nueva decepción para
la ciudadanía progresista francesa, abre las puertas a un triunfo de la derecha
y de la extrema derecha. Y lo peor es que la renuncia de Hollande puede tener un
efecto contagio en Renzi, Jefe de Gobierno de Italia, que se ha quedado solo
defendiendo una política de reactivación y que también esta sufriendo fuertes
presiones, con lo que Ángela Merkel tendría el camino despejado.
Todo ello coloca en difícil posición al
PSOE y a Pedro Sánchez, que tendrán que aguantar presiones internacionales e
incluso internas (minoritarias pero influyentes), para que no intente salirse
del camino trazado por el gobierno alemán y el Banco Central Europeo. El PSOE y
Pedro Sánchez deberán convencer al electorado español que ellos no van a
frustrar las esperanzas de cambio como Hollande.
No hay comentarios:
Publicar un comentario