Hace unos días asistí a
un acto de homenaje en memoria de Javier Martínez Lázaro (Tito), un gran juez
progresista. En las numerosas intervenciones que se sucedieron, las dos frases más
repetidas fueron “ojalá los políticos de hoy fueran como Tito” y “fue un hombre
que siempre buscaba consensos y tendía puentes entre posiciones distantes”. Fue
un líder estudiantil en los últimos años del franquismo, militante del PCE,
periodista, abogado laboralista de CCOO, juez, miembro de Jueces para la
Democracia, del Consejo del Poder Judicial… y siempre mantuvo una coherente
lucha por mejorar las condiciones de vida de la gente.
Como Tito hay y ha
habido muchos hombres y mujeres en la lucha política, dignos, responsables,
honestos, rigurosos, coherentes con sus ideas, trabajando por la gente,
especialmente por las clases populares.
Sin embargo, la imagen
que recibimos todos los días a todas horas es corrupción, ineficacia, lejanía,
ir a lo suyo, en definitiva, aquello que resumió muy bien el 15-M cuando hacía
referencia a “la casta”. He terminado por ver solo un programa de televisión,
“El intermedio” y es soportable por la inteligente e intensa dosis de humor con
que trata el cumulo de noticias tremendas y es entonces cuando recuerdo aquella
vieja canción de Peret, “Es preferible reír que llorar”. Otras veces viendo “El
intermedio”, pienso que García Berlanga se quedó bien corto en sus geniales películas
retratando las clases dominantes de nuestro país.
Es normal preguntarse cómo
se ha llegado a esta situación de desfachatez, de sensación de impunidad, de
avaricia sin límites, en muchos casos por parte de personas que ya estaban muy
bien situadas económicamente y que son capaces hasta de timar a sus consuegros
como uno de los implicados en el caso Palau de Barcelona.
¿Cómo es posible la red
tan amplia de complicidades, de silencios, de permisividad, que en algunas
zonas de nuestro país alcanzó a numerosas personas, que en muchos casos se
beneficiaron en mayor o menor medida de las anchas pirámides de corrupción?. Y
lo más increíble de todo ¿como esas arraigadas, sistemáticas, duraderas
conductas, apenas han pasado factura a quienes las han practicado o tolerado?
La desideologización,
la falta de cultura política, de conocimiento de la historia, de comprensión de
los retos de un mundo globalizado y complejo, que caracteriza a buena parte de la
sociedad española y a buena parte de sus elites gobernantes, puede ser una
explicación. Las ideas, los modelos de sociedad, las propuestas de
transformación y por supuesto los principios morales y religiosos, se han
desdibujado tanto en la izquierda como en la derecha.
No me gusta ser “abuelo
cebolleta” y añorar melancólicamente el pasado, pero lo cierto es que la
transición y los primeros años de la construcción de la democracia la
protagonizaron en la izquierda, en el centro y en la derecha, gente que tenía
ideología y luchaba por sus ideas. Y repito en la izquierda, en la derecha y en
el centro. Tuve la suerte de conocer y tratar a muchos de ellos y la
inmensísima mayoría estaban en la política no por ganar dinero sino por
defender sus principios. Para no hablar de mis amigos comunistas, citare tres
ejemplos para mi inolvidables: Jerónimo Saavedra, Fernando Abril Martorell y
Antonio Garrigues Walker. Socialista y ugetista el primero de ellos, bien
alejados de mis ideas los otros dos (Garrigues había sido nada menos que
miembro de la Comisión Trilateral), y sin embargo lucidos y conscientes
luchadores políticos para hacer de España un estado moderno, democrático y mas
justo y solidario.
También conocí a muchos
y excelentes altos funcionarios y cargos públicos, que yo resumiría en la
persona de Adolfo Jiménez, largos y decisivos años Secretario de la Seguridad
Social, con el que discutía, a veces con mucha dureza, pero del que sabía sin
genero de duda que luchaba como yo por un Sistema de Seguridad Social solidario
y sostenible. Adolfo, que era independiente, pero no apolítico, se afilió al
PSOE el mismo día en que este partido en el año 1996 perdió las elecciones
generales, algo que hoy parecería inconcebible.
Era una clase política
que en absoluto participaba de esa desgraciada frase que se atribuye a Felipe González
de que “gato blanco o gato negro, lo importante es que cace ratones”, ni
tampoco de lo que dijo Alfonso Guerra “el que se mueva no sale en la foto”. Dos
terribles opiniones que estoy seguro hicieron temblar a socialistas tan
valiosos y honrados como José María Maravall, Matilde Fernández o Gregorio
Peces Barba.
Insisto que ha habido y
hay muchos políticos dignos, pero la dignidad no viene del aire, se construye y
se garantiza día a día, año a año. Requiere formación cultural, sustento ideológico,
principios morales, talante dialogante y voluntad de negociación, trabajar en
su profesión antes y después de ser cargo público, salir y escuchar a la gente
normal y corriente, ir al cine, al mercado, al centro de salud, de tapas, a
pasear por un parque, poner la lavadora y el friegaplatos, hacer la cama,
llevar a los niños al cole, hacer los deberes y jugar con ellos…
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