domingo, 15 de noviembre de 2015

TERRORISMO ISLAMISTA, MENOS HABLAR DE GUERRA Y MAS DE SOLUCIONES POLITICAS


Hoy las portadas de los periódicos españoles son casi todas iguales: “Guerra al Estado Islámico”. ¿Ya nos hemos olvidado a donde condujeron las intervenciones militares en Irak y Afganistán, tras las masacres de las Torres gemelas de New York?

Para desgracia de las sociedades democráticas, la lucha contra el terrorismo islamista es un camino mucho más largo y complejo, que no se resuelve ni con una nueva intervención militar a sumar a las ya realizadas, ni con cierre de fronteras y menos aun atizando la xenofobia.  

El problema de la violencia islamista es que esta mucho más cerca de una guerra “liquida” o “difusa” que de un activismo terrorista clásico (de raíces ultranacionalistas o de extremismo político) y sobre todo que sus integrantes están distribuidos y camuflados por todo el mundo, gozan de amplios y variados apoyos, unos mas explícitos que otros, no tienen un ámbito territorial definido y responden a causas muy profundas y de largo recorrido.

Para empezar no podemos olvidar las hondas raíces que la violencia tiene en la lectura y aplicación  más fanática del Islam, en la carencia de una evolución democrática del mismo, que no ha tenido, o al menos no han prevalecido o no les han dejado, los procesos de modernización que tuvo la civilización europea con la Ilustración del  siglo XVIII, las revoluciones burguesas en el XIX o los cambios socioeconómicos propiciados por la   socialdemocracia en el siglo XX. Esas transformaciones han ido incidiendo en las raíces católicas y protestantes occidentales, que al igual que el Islam también arrastra una historia de oscurantismo, fanatismo y violencia, de forma que hoy el extremismo político y las prácticas violentas con fundamentos religiosos sean afortunadamente muy minoritarios en nuestras sociedades.

Esa carencia, salvo excepciones, de democratización del Islam, es solo una parte del problema, aunque en absoluto menor. Pero a ello se suman una larga acumulación de decisiones militares, políticas y económicas de los estados de Occidente, empezando por la arbitraria desmembración del imperio otomano después de la primera guerra mundial, creando estados artificiales, sosteniendo dictaduras que facilitaban la presencia y explotación de los recursos petrolíferos por parte de poderosas multinacionales y a la vez reprimían los movimientos de liberación de carácter progresista.  A ello se añadió el apoyo incondicional a la creación del Estado de Israel y la absoluta permisividad con su política agresiva,  en especial a partir de la Guerra de los Seis Días y la anexión violenta de territorios palestinos.

En paralelo se han sucedido todo tipo de actuaciones para barrer los intentos de modernización política protagonizados desde los años 50 del siglo XX por gobiernos de corte nacionalista, moderadamente neutralistas (en los años de guerra fría), con objetivos de progreso social  y de tintes laicos, en Egipto, Irán, Siria, Irak, Afganistán, Libia, Líbano, Argelia o Indonesia, que aunque no fueran un modelo de democracia, sí estaban a años luz del oscurantismo feudal de las dictaduras “aliadas” de Occidente, facilitadoras del negocio del petróleo.

Son más de 60 años generando caos político, miseria económica, humillación social, ausencia de futuro. Un perfecto caldo de cultivo para el terrorismo.

No se trata, de ninguna forma, de exculpar o “comprender” las dinámicas de organización del terrorismo islamista, pero sí de conocer donde hunden sus raíces, porque esa será la única forma de a medio plazo ir reduciendo su extensión y su fuerza de atracción.

Democracia política, progreso económico, cohesión social, fin de las practicas neocoloniales y de las intervenciones militares y reconocimiento del Estado Palestino con la vuelta a las fronteras de 1967, son las vías para ir poco a poco superando los odios acumulados, la falta de perspectivas de progreso y dignidad. Por supuesto en ese camino sería fundamental que el Islam conociera procesos de “aggiornamento” similares al que vivió el catolicismo con Juan XXIII y el Concilio Vaticano II.

No hay otra vía realista y esta llevara su tiempo, esperemos que pocas décadas.

Las perspectivas no son halagüeñas, porque la manipulación del terrible dolor causado por el terrorismo o en el mejor de los casos los argumentos simplistas, generan reacciones xenófobas, cierre de fronteras y de mentalidades, gobiernos más a la derecha, rechazo de la inmigración y desconfianza hacia las minorías étnicas o religiosas ya presentes en nuestros países. Es muy posible que ese giro a la derecha lo veamos entre nosotros el próximo 20 de diciembre.


Así que menos hablar de “guerras”, que llevamos desde hace 60 años comprobando que solo sirven para empeorar las cosas y más hablar de soluciones políticas, económicas y sociales, que desde luego no son incompatibles con una eficaz  persecución policial y una contundente aplicación de la ley.

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