En los primeros años de la democracia, viajé mucho trabajando para
CCOO por toda España. Dormí en muchas casas de dirigentes de CCOO a lo largo de
todo el país, en algunas de ellas repetidas veces. En la de Manel en Vigo, la
de Manolo Ruano en Logroño, la de Lorenzo Barón en Zaragoza, la de Teto en
Santander, la de Juan Pérez en Jerez, la de Laura en Oviedo, la de Ángel Cristóbal
en Valladolid, la de Cabezali en las afueras de Cáceres….y por supuesto en la
casa de Alberto Fina y Montserrat Aviles en Barcelona.
En aquellos tiempos de muy peores
condiciones de transporte, casi todas las actividades fuera de Madrid requerían
quedarse a dormir al menos una noche. Cada vez que se organizaba un viaje el
tema de donde dormir se resolvía siempre de la misma forma, “en casa de algún
camarada”. Nunca se iba a hoteles, siempre había camaradas que ofrecían su
casa.
Tengo que aclarar que en esa época casi
todos los cuadros sindicales de CCOO éramos del PCE, eso sí en sus diversas
facciones, mas o menos bien avenidas. Pero la raya era entre los que “éramos” y
los que “no eran”, aunque había algunos dirigentes, como Petri de Murcia que
sin ser camarada, todos sabíamos que votaba al PCE, así que casi como si lo
fuera; y estaban, claro, los compañeros que procedían de organizaciones
izquierdistas, que con todo cariño los considerábamos aparte.
La casa llevaba aparejada casi siempre
la cena y el desayuno a costa del camarada y sobre todo de su mujer que era la
que lo trabajaba. Con frecuencia nos tomábamos unas cañas o unas copas antes o después
de cenar y siempre nos llevaban a un bar o a un Pub o de un camarada o de un
simpatizante o donde trabajaban gente nuestra. Todo baratito.
El transporte ya era otra cosa. Lo
normal era ir en tu coche y el sindicato te pagaba más o menos una peseta por kilómetro
hecho. En los viajes muy largos, Cádiz, Barcelona, Vigo, Santiago…íbamos por la
noche en una litera. Lógicamente llegabas machacado al destino, pero siempre al
camarada que había ido a recogerte a la estación, te acogía sonriente y te invitaba a un estupendo desayuno con
churros, mientras te iba poniendo en antecedentes de cómo andaban por allí las
cosas.
Desde luego eran otros tiempos, en lo
que la militancia sindical en CCOO era una prolongación coherente de la
militancia política comunista.
Mas tarde entramos en la Unión Europea.
Y las cosas empezaron a cambiar algo. A Bruselas lógicamente ya íbamos en avión,
dormíamos en hoteles, normalitos de tres estrellas en el Adolphe Max Boulevard
y nos daban una dieta para comer, que venia justita para forrarse de
mejillones, una sopa, una cerveza de abadía y ya.
Pasaron los años. Yo estuve un tiempo
fuera del trabajo en el Sindicato y cuando volví en el año 2000 las cosas habían
cambiado bastante más. Cambió el país, cambió el sindicato, cambiamos nosotros
y encima se disolvió aquel PCE que todos habíamos conocido y querido.
Ya no había casas de camaradas a donde
ir a dormir. Ni noches en litera, ni
cenas ni desayunos en compañía del camarada y su mujer. Todo era más
confortable. España, en general, era más confortable y sonaba lógico que
nosotros no fuéramos de místicos sufridores por la vida.
Pero algunas cosas se han ido
complicando y oscureciendo en los últimos años.
Ahora he escuchado algunas opiniones que
me han sorprendido, sobre la necesidad de que los cuadros sindicales no pierdan
el status económico o las posibilidades de promoción profesional cuando se
liberan y pasan a trabajar íntegramente para el sindicato. O cuando se dice que esa garantía de status es
la mejor forma de atraer al sindicato a gente valiosa que necesitamos y que de
otra forma quizás no vendrían. Bueno, es una manera de ver las cosas. Pero,
p.e., si los abogados laboralistas que en 1977 decidimos trabajar en CCOO nos hubiéramos
planteado esa exigencia ¿que hubiera pasado?
Desde luego no soy quien para reprochar
a mis compañeros otras formas de lograr la presencia de cuadros valiosos, que
son distintas a la mera apelación al espíritu
militante. Pero uno a veces se pregunta ¿a dónde vamos a llegar por este
camino?
Es muy posible que nos falte ese “elan
vital” del que hablaba el filósofo francés Henri Bergson. Un impulso que solo se
puede dar si tienes una ideología alternativa al modelo social existente. Esa ideología
que nutrió desde finales del siglo XIX a los sindicatos, fueran anarquistas,
socialistas o después comunistas y que daba sentido al esfuerzo, el sacrificio
y las luchas de generaciones de activistas sindicales.
El mundo ha cambiado y mientras la
derecha sigue respirando con sus fundamentos ideológicos, más o menos renovados
o puestos al día, nosotros nos hemos quedado desnudos en medio de la calle: sin
comunismo, sin anarquismo y con una socialdemocracia casi en ruinas y eso
inevitablemente afecta y mucho a la militancia sindical, sin que nadie este
pidiendo la vuelta del sindicalismo al ordeno y mando desde el Comité Central.
Es verdad que CCOO en estos mismos días
ha aprobado un Código de conducta ético y de buenas practicas. Es un paso imprescindible
e importante, aunque no sé si será suficiente.
Es muy posible que yo ya haya entrado en
la categoría de dinosaurio, pero sigo pensando que el sistema de la casa del
camarada era mejor que el de ahora, aunque ya casi no queden camaradas, al
menos en activo.
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