Ha habido en nuestro país diversos
intentos de crear sindicatos. Desde los que protagonizaron sectores afines a la
derecha nacionalista catalana, hasta los que en diversos momentos propició la
derecha gobernante, primero la UCD y después el PP, incluso en fechas muy
recientes. Los resultados están a la vista.
Ahora se habla de la construcción de un
Sindicato, más o menos ligado a PODEMOS, como respuesta a lo que consideran
deterioro del sindicalismo de CCOO y UGT. Ellos sabrán. Pero les convendría
echar un vistazo a la historia del movimiento obrero.
Como es sabido, en España y en los países
de nuestro entorno, construir un sindicato nunca ha sido tarea fácil ni mucho
menos rápida. En la mayoría de los casos el soporte de opciones políticas ha
sido decisivo, tanto en los sindicatos de origen comunista, socialista o
democratacristiano; incluso en el caso de los sindicatos de orientación
anarquista, contaron con el impulso de organizaciones libertarias. Desarrollar
un sindicato ha requerido históricamente un tremendo esfuerzo militante, un lento
y sistemático trabajo organizativo y unas referencias ideológicas básicas, que
solo pudieron ser impulsadas desde una sólida
organización política. Por supuesto hay alguna peculiaridad, como es el caso de
las Trade Unions británicas que fueron las que crearon el Partido Laborista.
A diferencia de la decisión de crear un
partido político, que es una opción abierta dirigida al conjunto de la población,
la creación de un Sindicato pasa inevitablemente por la implantación y el
trabajo en las empresas durante largo tiempo.
Es verdad que la historia no tiene
por qué repetirse miméticamente y que las circunstancias cambian, pero aun y así
conviene recordar lo sucedido en nuestro propio país. Además de los dos grandes
sindicatos históricos, UGT y la CNT, la única experiencia más reciente de construcción
de un sindicato de masas, ha sido CCOO. Por supuesto existen tres sindicatos de
carácter nacionalista, ELA-STV, LAB y CIG,
muy vinculados a opciones políticas nacionalistas y con exclusiva
implantación territorial en el país Vasco y en Galicia respectivamente. Hay
otra opción sindical, USO, de implantación muy reducida y pequeños sindicatos
corporativos especialmente en las administraciones públicas.
Por mi edad y mi trabajo tuve ocasión de
asistir al difícil proceso de construcción de las CCOO. Eran tiempos de ilegalidad,
pero en sus orígenes la mayoría de los sindicatos se forjaron en la
clandestinidad o en una tolerancia restringida. Es conocido que Comisiones
Obreras fueron fruto del rechazo cada vez mayor a finales de los años 50 del
siglo XX de la administración sindical falangista por parte de muchos
trabajadores y de la lenta aparición o reaparición
de militantes comunistas en los grandes centros de trabajo. Las iniciales
Comisiones Obreras no fueron obra exclusiva de los comunistas, participaron también
cristianos con vocación social, falangistas desengañados o trabajadores sin adscripción
ideológica, pero dispuestos a defender sus derechos. Sin embargo lo que dio continuidad,
organización y coherencia a ese incipiente movimiento sindical fue el trabajo
de los comunistas.
Fueron casi 20 años de trabajo y lucha
en las empresas lo que permitió que en 1977 se pudiera dar el paso a la
creación formal del sindicato. En ese tiempo unos muy pocos miles de activistas
se dedicaron a defender sin tregua a l@s trabajadores. Recuerdo perfectamente
cómo venían a los despachos laboralistas trayendo a compañer@s, a menudo con
miedo y desconfianza, para reclamar unas horas extras, una sanción, un despido,
unos pluses no pagados o una invalidez no reconocida. Cómo esos militantes
obreros se empapaban y eran auténticos expertos en la legislación laboral para
sacar el máximo provecho en la defensa de los intereses de sus compañero@s. Cómo
estaban pendientes de cualquier problema para apoyarles, para plantearlos ante
el empresario. Cómo sufrían las represalias laborales y desde luego policiales,
por esa labor.
Y comprobamos que poco a poco los
empresarios más espabilados empezaron a
aceptar que tenían que entenderse y negociar con aquellos militantes de CCOO,
si querían que funcionara su empresa.
Sí, construir CCOO fue un camino muy
laborioso, con mucho sacrificio, mucha constancia, al principio con frecuentes
derrotas, pero que fue decisivo para lograr la democracia y el avance de los
derechos laborales y sociales en España. Y después, ya en democracia, el
trabajo sindical siguió siendo duro y complicado. El convenio colectivo se
convirtió, como no podía ser de otra forma, en la espina dorsal de la acción
sindical. Los Convenios son en definitiva la razón de ser del sindicalismo clase y la vara de medir la utilidad y el
papel del mismo.
Negociar un convenio colectivo y sobre
todo lograr un buen convenio, no es
llenarse la boca o los panfletos de magníficas reivindicaciones. Requiere
formación, información, experiencia, capacidad de saber hasta dónde se puede
llegar y dónde no se puede ceder y eso no se aprende en los libros ni en las
tesis doctorales. Conseguir un buen convenio requiere una arraigada presencia en
los centros de trabajo, para ir creando las condiciones que permitan que lo que
se reivindique esté asumido por el conjunto de la plantilla y que los
negociadores cuenten con el respaldo de
sus compañer@s.
Y también tiene todas las características
de un Convenio Colectivo la negociación con las Administraciones Públicas, con
los gobiernos, en materia de políticas sociales, económicas, laborales,
fiscales, etc.
Esa es la experiencia real del
sindicalismo hasta hoy.
Es cierto que hay un fuerte deterioro de
la imagen de los dos grandes sindicatos y que hemos cometido errores de bulto.
Es verdad que la acción sindical, tras siete años de crisis y seis millones de
parados, es dificilísima y con resultados a menudo muy insuficientes. Como también
es evidente que hay una fuerte, sostenida y relativamente exitosa campaña desde
múltiples frentes contra el sindicalismo de clase, para asegurar que la salida
neoliberal de la crisis se imponga sin cortapisas.
Es verdad. Los sindicatos de clase
tenemos que hacer un profundo cambio para superar nuestras limitaciones y
errores. Tenemos que adecuar nuestra acción sindical a las nuevas realidades de
la globalización, de los cambios tecnológicos, de las transformaciones en las
formas de producción y en las nuevas vías de comunicación y relación en la
sociedad. Efectivamente tenemos mucho que hacer, pero sin olvidar que el
sentido de nuestra función sigue estando de manera fundamental en nuestra labor
cotidiana en los centros de trabajo.
En ese proceso de cambio que ya estamos
empezando, sería muy bueno contar con el estímulo, las ideas y el trabajo de
compañer@s vinculados o simpatizantes de PODEMOS. Sería mucho más eficaz y efectivo que
intentar montar un sindicato por su cuenta.
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