En 1959 se estrenó la película Molokai
de Luis Lucia protagonizada por Javier Escrivá. Contaba la historia del
misionero belga Damian de Veuster, de la Orden de los Sagrados Corazones, y su
entrega al cuidado de los leprosos confinados en la Isla de Molokai (Hawai),
que le provocó el contagio y la muerte. Como era de esperar, mis compañeros y
yo asistimos al visionado de la película
varias veces, ya que el Padre Damian era la mayor personalidad de la Congregación
de mi colegio. A mis diez años esta película me impactó muchísimo y durante
tiempo estuve soñando con el drama de Molokai.
130 años después de aquellos hechos
siguen muriendo misioneros europeos, en este caso en África y contagiados en el
cuidado de enfermos de Ébola. Es evidente que las victimas blancas son un
porcentaje ínfimo en relación con la población nativa. Y no solo en el caso de
esta enfermedad, en estos momentos en el centro de la atención, que ni siquiera
es la más extendida ni la más mortal en el continente africano.
La conmoción del Ébola ha desencadenado
en Occidente, y en España en concreto, movimientos de solidaridad y el apoyo a
las ONGs e instituciones religiosas que desempeñan labores de prevención y
cuidados. Exactamente lo mismo que sucedió cuando en la última década del siglo
XIX se conoció en Europa y en Estados Unidos la gesta del Padre Damian.
Desde luego lejos de mi intención
criticar la ingente y solidaria labor de las Iglesias y de las ONGs que hacen
lo imposible para paliar el dolor de decenas de miles de personas. Pero debemos
admitir que sigue siendo una respuesta en la lógica “colonialista”, a la
situación de un continente victima de métodos de explotación “colonialista”,
hoy camuflado con nuevas maneras, teniendo en cuenta que formalmente los países
africanos son ya independientes.
Es inadmisible que a pesar de ser un
continente con enormes riquezas naturales y grandes posibilidades de
desarrollo, cientos de millones de personas sigan sin tener agua potable,
condiciones de vida higiénicas, redes adecuadas de atención sanitaria, políticas
de prevención, suficientes profesionales sanitarios, acceso asequible a las
vacunas y productos farmacéuticos, etc. Es intolerable que el gasto militar de
esos países, promovido y suministrado por empresas y países occidentales, impida
impulsar las políticas sociales. Es vergonzoso que se sucedan gobiernos corruptos
y ausencia de prácticas democráticas que facilitan el enriquecimiento
ilegal de sus gobernantes, frente a la
pobreza de la mayoría de la población.
África no necesita la caridad de los
occidentales. Necesita el desarrollo económico y social. Ir creando las bases
de sus estados de bienestar social y disponer de sistemas fiscales suficientes.
Lamentablemente en los diversos países
africanos en los que en los últimos años ha habido un notable crecimiento económico,
el modelo imperante ha sido el neoliberalismo más desmesurado y el capitalismo
salvaje del siglo XIX. Las recetas del FMI y no las de la vieja tradición de la
socialdemocracia o de la izquierda europea.
A diferencia de America del Sur, donde a
trancas y barrancas se han abierto camino opciones de gobierno progresistas,
socialmente mas avanzadas y se han ido poniendo en marcha programas de
bienestar social que están reduciendo las grandes brechas de desigualdad y la
ingente pobreza, en África, con una desarticulación política muchísimo mayor,
sin la existencia de partidos, sindicatos y movimientos sociales fuertes y
consolidados, el avance de las políticas sociales parece mucho mas difícil y
lejano.
La responsabilidad de los países desarrollados
es inmensa. Sus prácticas colonialistas han sido sustituidas por nuevas formas
de explotación neocolonial. Siguen exprimiendo sus riquezas naturales,
utilizando una mano de obra barata y exportándoles sus productos de consumo y sus armas de
segunda mano. No exportamos democracia, no exportamos políticas sociales, ni el fortalecimiento del tejido social.
Así hoy es el Ébola, ayer y también hoy
es el sida, la malaria, el tifus, la tuberculosis, la mortalidad perinatal…. Y
mañana será cualquier otra.
Seguiremos ensalzando a los misioneros y
a las ONGs, haciendo colectas telefónicas en el Programa del Gran Wyoming y blindándonos
para que no nos lleguen enfermos o para que podamos tratarlos con éxito. Pero
ese no es el camino.
Habrá quien piense que es cuestión de
tiempo, que África esta en la buena dirección
y que dentro de dos o tres décadas una nueva clase media africana presionara
para el desarrollo de políticas sociales. Pero la mayoría de la población
africana no pueden esperar 20, 30 o 40 años, a que les empiecen a llegar una
parte de los beneficios del crecimiento económico.
La Unión Europea, Estados Unidos y en
general los estados desarrollados, deben
cambiar radicalmente sus políticas neocoloniales
respecto a África y promover la
democracia, el desarrollo social y la protección medioambientales y exigir a
sus empresas multinacionales el fin de las prácticas de explotación abusiva.
Solo así las imágenes del Padre Damian en Molokai serán un mero recuerdo de un
distante pasado.
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