martes, 21 de octubre de 2014

65 AÑOS YA


Cuando mi padre cumplió 65 años yo tenía 29. Me parecía una persona muy mayor, a pesar de lo jovial, vitalista y campechano que era y lo muy informal que vestía. Algo parecido me sucedió cuando conocí a Carrillo, el tenia 61 años y yo 27; Santiago me parecía mayorcisimo.

Cuando fui a decirle a mi futuro suegro que quería casarme con su hija, él tenía cincuenta y pocos y yo 25, también me parecía mayorcisimo, claro que influía su serio aspecto, su uniforme de general de Infantería de Marina y su despacho en el Ministerio de Marina. Y el cuarto recuerdo, de otra índole, lo tengo asociado al día en que estaba en el velatorio de mi padre y mi tío Victoriano, cuñado suyo, me dijo “tu ya has pasado a la primera fila”. Me hizo papilla.

Hoy soy yo él que cumple 65. Mi paso por el IMSERSO me ha ayudado mucho a asumir la filosofía del envejecimiento activo y saludable. En asumir la vejez evitando el patetismo de los que se niegan a admitir que los años pasan y pasan.

Pero tengo que reconocer que esto no es fácil.

Me empezaron a chirriar las cosas cuando hace ya algunos años iba comprobando que todos los que destacaban en nuestro país eran ya mas jóvenes y en algunos casos mucho mas jóvenes que yo: los políticos, los escritores, los músicos, los científicos, los directores de cine… Es entonces cuando uno se da cuenta las generaciones que hay detrás de ti y que tú estas saliendo del escenario.

Después ha llegado el desgraciado tiempo de las esquelas y notas fúnebres en los periódicos. En las noticias que nos damos cuando los compañeros del colegio comemos  el último martes de cada mes. Al principio cuando quedábamos, hace diez o quince años, el parte de bajas era de los curas y profesores del colegio, pero ahora se trata de compañeros de clase o de facultad.

Y sin embargo no me siento nada viejo.

Los días que como con Juan, con Tato, con Antonio, con Rafa, con Luis, con Julio, con Pichi, los veo casi igual que hace 55 años cuando jugábamos en el patio del Colegio de Martín de los Heros. Y no solo los veo casi igual, sino que somos casi iguales y decimos casi casi  las mismas cosas. Nos vemos jóvenes y nos sentimos jóvenes, a pesar de las calvicies, las gafas y las tripas. Lo único que ha cambiado es que unos son de derechas y otros somos de izquierda, aunque da igual, porque  nos queremos.

Algo parecido sucede cuando quedamos a cenar la pandilla de la facultad. María Pía, Pilar Su, Pilar Co, Maite, Anabela, Araceli, Jaime, Juan, Tato, Javier, Alberto, Ramón. Y somos y nos comportamos casi como en aquellos guateques, un día sí y otro también, las cañas en el “Quinto Toro”, los novillos en el césped de la Facultad, las charlas en la biblioteca o los paseos por Rosales. Solo nos faltan Adamo, los Brincos y desde luego “Honey” de Bobby Goldsboro. Nos enseñamos fotos de los nietos, hablamos de nuestras pensiones, presentes o futuras, de nuestros hijos desperdigados por todo el mundo por culpa de la crisis,  de dolencias, medicinas y operaciones, pero seguimos haciéndonos las mismas bromas y tonterías como cuando teníamos 18 años.

Y por encima de todo: seguimos disfrutando con el rock and roll.

No sé si mi padre hacía lo mismo a esta edad. Creo que no. A ellos les partió la juventud la guerra civil y después no estaban los tiempos para mucha jarana. Pero es cierto que mi padre fue un viejo divertido. Descubrió sus increíbles dotes de pintor impresionista con la jubilación y se montó una pandilla de pintores en Xativa. Sí, fue un viejo activo, como los que aconsejan y ponen de modelo los programas del IMSERSO; hasta que ya no pudo salir de casa, empezó a perder la memoria y a asustarse cuando oía las tertulias de la radio, pensando que de nuevo volvían los tiempos de la guerra.

Así que no me siento viejo, pero si sé que ya me queda mucho menos.

En estos días de cumpleaños, cuando miro los muchísimos libros, discos, películas y series de televisión guardados en mi casa, llego a la conclusión de que seguramente ya no me dará tiempo a volver a leerlos, escucharlos o verlos. ¡Que lastima! Ahora que El País esta publicando la obra de Julio Verne cuanto me gustaría volver a leer “Los hijos del Capitán Grant”, “Viaje al Centro de la Tierra” o “20.000 leguas de viaje submarino”, que tengo tan desgastadas por el uso.

Y me entran las prisas. Quiero leer, escribir, ir al cine, a conciertos, a la opera, al campo, a la playa, conocer Estocolmo, Egipto, Chicago, San Petersburgo, volver a Viena, a Budapest, a Edimburgo, a  Oporto. Hablar y pasear con nuestros hijos Javier y Juan. Jugar con nuestra nieta Violeta, tan lejos en Chile, oír cds de Sinatra, de Elvis, de los Beach Boys, de los Byrds, de Johnny Cash o de Ray Charles, que tengo pendientes o varias operas de Haendel que ido descubriendo en los últimos años. Y seguir viendo crecer a Violeta.

Y me vuelven a entrar las prisas. Tenemos que arreglar la casa de Madrid. Cuidar mejor el huerto en Santa Cruz del Valle…

Envejeceré poco a poco con Elena, y me  seguirán diciendo lo guapa que es mi hija, confundiéndome como siempre con su padre.

Bueno. 65 años. La verdad es que ni puedo ni quiero quejarme. Ni por lo mucho y estupendo ya vivido ni por lo que me queda por delante.



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