Cuando mi padre cumplió 65 años yo tenía
29. Me parecía una persona muy mayor, a pesar de lo jovial, vitalista y
campechano que era y lo muy informal que vestía. Algo parecido me sucedió
cuando conocí a Carrillo, el tenia 61 años y yo 27; Santiago me parecía
mayorcisimo.
Cuando fui a decirle a mi futuro suegro
que quería casarme con su hija, él tenía cincuenta y pocos y yo 25, también me parecía
mayorcisimo, claro que influía su serio aspecto, su uniforme de general de Infantería
de Marina y su despacho en el Ministerio de Marina. Y el cuarto recuerdo, de otra
índole, lo tengo asociado al día en que estaba en el velatorio de mi padre y mi
tío Victoriano, cuñado suyo, me dijo “tu ya has pasado a la primera fila”. Me
hizo papilla.
Hoy soy yo él que cumple 65. Mi paso por el IMSERSO
me ha ayudado mucho a asumir la filosofía del envejecimiento activo y
saludable. En asumir la vejez evitando el patetismo de los que se niegan a
admitir que los años pasan y pasan.
Pero tengo que reconocer que esto no es fácil.
Me empezaron a chirriar las cosas cuando
hace ya algunos años iba comprobando que todos los que destacaban en nuestro país
eran ya mas jóvenes y en algunos casos mucho mas jóvenes que yo: los políticos,
los escritores, los músicos, los científicos, los directores de cine… Es
entonces cuando uno se da cuenta las generaciones que hay detrás de ti y que tú
estas saliendo del escenario.
Después ha llegado el desgraciado tiempo
de las esquelas y notas fúnebres en los periódicos. En las noticias que nos
damos cuando los compañeros del colegio comemos
el último martes de cada mes. Al principio cuando quedábamos, hace diez
o quince años, el parte de bajas era de los curas y profesores del colegio,
pero ahora se trata de compañeros de clase o de facultad.
Y sin embargo no me siento nada viejo.
Los días que como con Juan, con Tato,
con Antonio, con Rafa, con Luis, con Julio, con Pichi, los veo casi igual que
hace 55 años cuando jugábamos en el patio del Colegio de Martín de los Heros. Y
no solo los veo casi igual, sino que somos casi iguales y decimos casi casi las mismas cosas. Nos vemos jóvenes y nos
sentimos jóvenes, a pesar de las calvicies, las gafas y las tripas. Lo único
que ha cambiado es que unos son de derechas y otros somos de izquierda, aunque da
igual, porque nos queremos.
Algo parecido sucede cuando quedamos a
cenar la pandilla de la facultad. María Pía, Pilar Su, Pilar Co, Maite,
Anabela, Araceli, Jaime, Juan, Tato, Javier, Alberto, Ramón. Y somos y nos
comportamos casi como en aquellos guateques, un día sí y otro también, las
cañas en el “Quinto Toro”, los novillos en el césped de la Facultad, las
charlas en la biblioteca o los paseos por Rosales. Solo nos faltan Adamo, los
Brincos y desde luego “Honey” de Bobby Goldsboro. Nos enseñamos fotos de los
nietos, hablamos de nuestras pensiones, presentes o futuras, de nuestros hijos
desperdigados por todo el mundo por culpa de la crisis, de dolencias, medicinas y operaciones, pero
seguimos haciéndonos las mismas bromas y tonterías como cuando teníamos 18
años.
Y por encima de todo: seguimos
disfrutando con el rock and roll.
No sé si mi padre hacía lo mismo a esta
edad. Creo que no. A ellos les partió la juventud la guerra civil y después no
estaban los tiempos para mucha jarana. Pero es cierto que mi padre fue un viejo
divertido. Descubrió sus increíbles dotes de pintor impresionista con la
jubilación y se montó una pandilla de pintores en Xativa. Sí, fue un viejo
activo, como los que aconsejan y ponen de modelo los programas del IMSERSO;
hasta que ya no pudo salir de casa, empezó a perder la memoria y a asustarse
cuando oía las tertulias de la radio, pensando que de nuevo volvían los tiempos
de la guerra.
Así que no me siento viejo, pero si sé
que ya me queda mucho menos.
En estos días de cumpleaños, cuando miro
los muchísimos libros, discos, películas y series de televisión guardados en mi
casa, llego a la conclusión de que seguramente ya no me dará tiempo a volver a
leerlos, escucharlos o verlos. ¡Que lastima! Ahora que El País esta publicando
la obra de Julio Verne cuanto me gustaría volver a leer “Los hijos del Capitán
Grant”, “Viaje al Centro de la Tierra” o “20.000 leguas de viaje submarino”,
que tengo tan desgastadas por el uso.
Y me entran las prisas. Quiero leer,
escribir, ir al cine, a conciertos, a la opera, al campo, a la playa, conocer
Estocolmo, Egipto, Chicago, San Petersburgo, volver a Viena, a Budapest, a
Edimburgo, a Oporto. Hablar y pasear con
nuestros hijos Javier y Juan. Jugar con nuestra nieta Violeta, tan lejos en
Chile, oír cds de Sinatra, de Elvis, de los Beach Boys, de los Byrds, de Johnny
Cash o de Ray Charles, que tengo pendientes o varias operas de Haendel que ido
descubriendo en los últimos años. Y seguir viendo crecer a Violeta.
Y me vuelven a entrar las prisas. Tenemos
que arreglar la casa de Madrid. Cuidar mejor el huerto en Santa Cruz del Valle…
Envejeceré poco a poco con Elena, y me seguirán diciendo lo guapa que es mi hija, confundiéndome
como siempre con su padre.
Bueno. 65 años. La verdad es que ni
puedo ni quiero quejarme. Ni por lo mucho y estupendo ya vivido ni por lo que
me queda por delante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario