Si con dos palabras
quisiera resumir lo que he sentido ante los hechos ocurridos en Cataluña y en
el conjunto de España en los últimos días y el 1 de octubre sobre todo, estas
serían “vergüenza” y “miedo”.
Las batallas siempre
dejan un paisaje desolador y por mucho que unos u otros se empeñen, nunca hay
vencedores y vencidos. En este caso tampoco. Hemos perdido todos y muy en
especial las clases trabajadoras de España y Cataluña, las fuerzas progresistas
de España y Cataluña.
La derecha española y
la derecha nacionalista catalana no es que hayan ganado, pero esperan sacar
importantes beneficios electorales para mantenerse en el gobierno largo tiempo
y es posible que lo consigan.
Cuando estos días escuchaba
las entrevistas a jóvenes independentistas catalanes, todos decían lo mismo: “la
futura republica catalana, despojada del peso muerto de la derecha española, será
por fin un estado progresista, social, profundamente democrático, solidario y
sin corrupción”. Estas opiniones son sin duda un triunfo de la manipulación de
la derecha nacionalista, que ha conseguido convencer a importantes sectores de
la población que la Cataluña independiente será como Suecia o Canadá. Terrible será
su despertar cuando descubran que seguirá mandando en Cataluña una derecha
neoliberal y corrupta e incapaz de lograr la convivencia y cohesión social.
Y si vergüenza y miedo
me daba oír a los independentistas catalanes, no menor era mi vergüenza y miedo
al contemplar al renacido nacionalismo ultra español. Los discursos del
gobierno, las despedidas a las fuerzas de orden público camino de Cataluña, los
llamamientos a colgar la bandera constitucional, metiéndonos otra vez en una
guerra de banderas, los artículos y editoriales de los medios de comunicación aparentemente
más moderados…Todos echando leña al fuego. Y el colofón las cargas de las
fuerzas de orden público contra la gente, que, como muchos han dicho, han sido más
eficaces en crear nuevos independentistas que las arengas del Govern.
En este desastre hay
una culpabilidad evidente de la derecha, pero no todos son igual de
responsables. Y el que la derecha nacionalista se haya saltado la legalidad
constitucional y su propia legalidad autonómica sin el menor recato y hayan
hecho un referéndum, que si no hubiera sido dramático por la intervención de la
policía, hubiera parecido propio de una película de los Hermanos Marx, no puede
hacernos olvidar, que casi todo empezó por un PP en la oposición al gobierno de
Rodríguez Zapatero, montando un peligroso movimiento anti catalanista y
presentando un recurso de inconstitucionalidad frente al Estatut. Sin ese
recurso y la nefasta sentencia del Constitucional, el independentismo en
Cataluña seguiría estando por debajo del 20%.
Y ya en el gobierno, el
PP y Rajoy han estado 5 años con una suicida pasividad ante lo que la mayoría de
la ciudadanía estaba comprobando, el auge del independentismo y de su audacia y
claro al final, incapaces de hacer política, han dejado el papelón de combatir
el referéndum a jueces, fiscales, policía y guardia civil.
Pero me temo que la
factura mayor va a pagarla la izquierda. La izquierda o hemos estado silenciosos,
o ambiguos, o dando tumbos o haciendo demagogia.
El PSOE no ha sido
capaz de diseñar una estrategia propia, capaz de aunar el respeto a la
legalidad constitucional y la denuncia del gobierno de Puigdemont, sin dar un
cheque en blanco a Rajoy. Han aparecido demasiado arrastras del gobierno del PP.
Han tenido miedo de perder votos en la España profunda y a la rebelión de los
barones socialistas más intolerantes. Quizás esperaban que en esta pelea el que
se iba a quemar era Rajoy y que era conveniente ponerse de perfil. De hecho,
Pedro Sánchez ha estado desaparecido, hasta la noche del domingo, con una intervención
por cierto impecable y que comparto en lo esencial.
PODEMOS ha entendido
que era la oportunidad de desmarcarse otra vez del PSOE y aparecer como la auténtica
y más radical oposición a Rajoy. Se les ha ido la mano y han vuelto al discurso
tremendista de Vista Alegre II, cada vez con menos matices en relación al
independentismo. Ya veremos el coste electoral de esa nueva radicalización, en
la que ha incurrido sorprendentemente el propio Iñigo Errejón. Los Comunes y
Ada Colau han ido de la ceca a la meca para no ser devorados políticamente por
los independentistas, de lo que corren serios riesgos.
El único que ha
mantenido gran coherencia ha sido el lendakari vasco, demostrando una vez más
que Urkullu es un dirigente político de gran altura.
Y ahora hay que
intentar la reconstrucción.
Reconstrucción de
puentes entre las clases trabajadoras de España y de Cataluña, responsabilidad
esencial de CCOO y UGT (que dicho sea de paso tampoco están exentas de
responsabilidad en el crecimiento del independentismo en la clase obrera
catalana); reconstrucción de puentes entre la izquierda española y la catalana;
reconstrucción de puentes entre instituciones sociales, cívicas, culturales, ONGS,
incluso deportivas.
Reconstrucción de
puentes entre el empresariado español y catalán; reconstrucción de puentes
entre las Universidades y ámbitos científicos y educativos de España y
Cataluña; reconstrucción de puentes entre los defensores del estado de
bienestar social opuestos al neoliberalismo en España y Cataluña; e incluso reconstrucción
de puentes entre las fuerzas de orden público de ámbito estatal y autonómico.
Y quizás lo más
urgente, reconstrucción de puentes entre la izquierda y los sectores más
centristas y sensatos del PP y Ciudadanos e incluso de la antigua Convergencia
y Unió, con el imprescindible apoyo del PNV, para poder abrir un proceso de
reforma constitucional que tenga viabilidad.
No va a ser tarea fácil
ni rápida. Pero no hay que perder ni un día en diseñar propuestas concretas,
ofrecer cauces. Quienes queremos reconstruir la convivencia y cohesión social
de Cataluña en España, tenemos que ser conscientes que la ola independentista seguirá
impávida su camino e incluso puede apretar el acelerador con la proclamación de
la república, con falsas promesas de reconocimiento internacional como Puigdemont
ha soñado esta noche en su discurso institucional.
Esto no ha hecho más
que empezar, pero no es inevitable, si somos capaces de abrir rápidamente una vía
de dialogo, negociación y propuestas realistas.
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