Siempre he tenido
respeto y simpatía por la persona de Felipe VI, tanto en su papel institucional
como Príncipe de Asturias como en el corto periodo que lleva desempeñando la Jefatura
del Estado.
Por ello, ya veo que
ingenuamente, esperaba que en algún momento asumiera un papel mediador en el gravísimo
conflicto de Cataluña. No ha sido así.
La intervención del Rey
posiblemente haya sido exigida o al menos fuertemente presionada por el
gobierno del PP. Es una intervención menos arisca formalmente que las de Rajoy
y sus ministros, pero políticamente alineada con el gobierno. Fue, por tanto,
un discurso de parte, no del conjunto de las fuerzas políticas y sociales de
nuestro país. Nunca el Rey, ni tampoco su padre el anterior monarca, se habían
alineado de manera tan ostentosa con la política del gobierno de turno.
No hubo ni un solo
llamamiento al dialogo, tan solo vagas alusiones a la esperanza, más dirigidas
a los catalanes no independentistas que al resto de los catalanes.
Cuando terminó su breve
intervención, lo primero que pensé fue que Rajoy estaba preparando la aplicación
del artículo 155 de la Constitución, suspendiendo total o parcialmente la autonomía
de Cataluña.
Seguramente Felipe VI habrá
ganado simpatías entre algunos sectores no independentistas de Cataluña y desde
luego entre muchos centralistas de la España profunda. Pero a la vez, y es políticamente
un desastre para el futuro, se ha alejado de amplios sectores moderados,
progresistas, de la sociedad española y no digamos de Cataluña. Después del
discurso del Rey, a la gente de izquierdas, que, siendo republicanos, no hacíamos
de ello una causa fundamental para la democracia española, nos va a ser aún más
difícil defender la continuidad de la monarquía.
No sé quién le ha
escrito el discurso al Rey. Si los asesores de la Moncloa o los del Palacio de
la Zarzuela. Pero quien lo haya hecho ha realizado un flaco servicio a la institución
y ha añadido aún más leña al fuego de la crisis de Cataluña.
Si muy preocupante es
el discurso del Rey, no lo son menos las imágenes que hemos visto en los medios
de comunicación de los enfrentamientos y hostigamiento entre fuerzas de la policía
y guardia civil y jóvenes radicales catalanes o, aunque sea una cuestión secundaria,
los insultos a Gerard Pique en los entrenamientos de la selección de futbol.
Nuestro país tiene una historia terrible, no hace tantos años, como para
permitirse caminar al borde del abismo.
La irresponsabilidad
del gobierno del PP desenterrando sentimientos ultras, agazapados, pero no
desaparecidos y la irresponsabilidad del Govern lanzando a los jóvenes a la
calle en una movilización insurreccional, puede tener consecuencias
insospechadas. Incluso, de rebote, puede impulsar una involución en la pacificación
del País Vasco.
La historia nunca se repite y las
circunstancias son muy distintas, pero no nos olvidemos de Yugoslavia y como
terminaron.
Es este contexto el que
tenía que haber tomado en cuenta Felipe VI y haber hecho una intervención para
abrir vías de dialogo. Su error mayúsculo ya veremos qué consecuencias tiene,
pero desde luego no serán positivas ni para él ni para España ni para Cataluña.
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