Hemos estado unos días de
vacaciones en Lleida, Girona y el norte de la Costa Brava. Hemos vuelto
entusiasmados de las ciudades, de los pueblos medievales, de las playas (las
pocas que aún no han sido machacadas), de los paisajes, de las catedrales y museos,
de la esqueixada y otras ricas comidas, de la limpieza de las calles, de la absoluta
amabilidad de la gente…y hemos vivido seis días rodeados de las banderas
esteladas y de carteles con el “si” para el próximo referéndum.
Cuando abríamos la
ventana del apartamento en Girona todos los balcones de enfrente tenían la “estelada”
y frente al portal de la calle una inmensa bandera que ocupaba varios pisos de
alto. Las cientos de rotondas de las carreteras locales y comarcales la inmensa
mayoría tenían un mástil con la estelada. En los únicos sitios donde se mantenía
la senyera, acompañada de la bandera de España y de la Unión Europea, era en
los centros más o menos relacionados con la Administración General del Estado.
Es cierto que Lleida y
sobre todo Girona tienen un claro predominio electoral nacionalista e
independentista y que no era de la misma intensidad el despliegue
independentista en Lleida que en Girona, y en ambos casos entre los barrios del
casco antiguo y los barrios más recientes. En cualquier caso, una presencia
apabullante.
Esa es la realidad, o
al menos una parte considerable de la realidad. Seguramente en barrios de
Barcelona y Tarragona, en pueblos de los cinturones industriales, la presencia
independentista este más mitigada.
No sé en estos momentos
cómo puede estar la correlación de fuerzas entre los independentistas y los que
no lo son. Da lo mismo que estén un poco por debajo del 50%, que un poco por
encima. Lo cierto es que la población independentista esta movilizada y la no
independentista aparentemente retraída.
Por ello seguir
practicando la política del avestruz como ha venido haciendo el gobierno del PP
y anteriormente el de Rodríguez Zapatero, es una gravísima irresponsabilidad
que a nada bueno puede conducir.
Tenemos la desgracia
que al frente del gobierno de España y al frente del gobierno de la Generalitat
están gobernantes que no demuestran voluntad de dialogo e incluso a veces incurren
en provocaciones inaceptables.
La pasividad del
gobierno español está alimentando día a día el independentismo. Los órdagos del
gobierno de la Generalitat cada vez retuercen más la legalidad y lo que es
peor, ignoran que una parte importante de la ciudadanía catalana no está por la
independencia.
Resulta inconcebible
que todavía no se haya abierto ninguna forma de encuentro y negociación, ni a
nivel de gubernamental ni en el ámbito parlamentario. Así las cosas, cada día
que pasa de intransigencias mutuas, se hace más difícil encontrar una negociación
satisfactoria, al menos para la gran mayoría de la población catalana y
española.
Negociar, hay que
negociar, porque cuando hay intereses divergentes y fuerte respaldo ciudadano a
las posiciones contrarias, en democracia solo cabe un recurso, sentarse a
negociar. Y no queda mucho tiempo al respecto. ¿O es que alguien en su sano
juicio piensa que suspender el referéndum por las bravas es una solución admisible
para la mayoría de la ciudadanía catalana (sin contar los efectos que ello tendría
en el País Vasco, Navarra, Galicia, País Valenciano, Baleares…) y que ello no
iba a traer graves consecuencias para la sociedad española en su conjunto? Y, por
el contrario, ¿alguien piensa que empecinarse en celebrar un referéndum cuando
menos “alegal”, no iba a provocar una reacción en el gobierno de España y un
rechazo en importantes sectores de la población catalana, que, aunque hoy no esté
movilizada no comparte el horizonte de la independencia?
Por último, cómo se
puede estar tan ciego como para desconocer las consecuencias que un
enfrentamiento político y social tendría en el proceso de recuperación y
estabilidad económica que necesitamos para dejar atrás los efectos de diez años
de crisis económica y retroceso social.
Las izquierdas de
España y Cataluña deberían articular una propuesta de negociación, que tuviera
el apoyo (más o menos explícito) de los sectores sensatos del centro y la
derecha española y del nacionalismo moderado catalán. E impulsar en las próximas
semanas una amplia y sostenida campaña de movilización social que fuerce la negociación.
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