A media tarde del sábado
9 de abril de 1977, estábamos sentados en la terraza de un entonces famoso café
de la Plaza de España de Ibiza. Elena embarazada de nuestro primer hijo Javier,
mis hermanas Elisa, que acababa de perder a su compañero Luis Javier Benavides,
asesinado en el despacho de Atocha, y Charo, Cristina Almeida, María Teresa, viuda
de Enrique Valdelvira, también muerto en el atentado de Atocha, Tomas Dupla
compañero del despacho de Españoleto 13, Rosa y Miguel Gonzalez Zamora.
Cristina con su proverbial generosidad nos había invitado a casi todos al chalet que tenía alquilado en la Cala San
Vicente.
Necesitábamos descansar
y cortar con la tensión que llevábamos viviendo en los últimos tiempos en
Madrid, antes y después del atentado del despacho de Atocha. Habían sido unos
meses muy intensos. La movilización contra el referéndum convocado por Adolfo
Suarez para la reforma política, la imparable “salida a la superficie” con la campaña
de afiliación al PCE y el reparto en
actos públicos de carnets, la detención de Carrillo, las constantes amenaza de
los ultras y de los militares golpistas, los cada día más frecuentes intentos
de la oposición democrática moderada de dejar en la cuneta al PCE ante la
posible convocatoria de elecciones, la intensificación de las huelgas y las
reclamaciones de los trabajadores en las Magistraturas de Trabajo y sobre todo
la muerte de nuestros amigos y camaradas y la visita a los hospitales para ver
a Lola González Ruiz o a Luis Ramos.
Los desayunos en la
cala de San Vicente, los atardeceres frente a Es Vedra, el pescadito en el
chiringuito en la playa donde trabajaba Juan, un amigo ibicenco de Cristina, los
paseos por el casco antiguo de Ibiza comprando artesanía y alguna ropa, las
largas charlas en la terraza de la casa de Cristina…fueron sin duda el bálsamo que
necesitábamos.
Aquella tarde tomando
unos helados, de pronto pasaron tres o cuatro coches tocando la bocina y
sacando por las ventanillas banderas rojas, con la hoz y el martillo y el
anagrama del PCE. La mucha gente que a esas horas paseaba por el centro de
Ibiza se quedaba mirando sorprendida. Creo recordar que Juan le preguntó a un
camarero si sabía algo y nos dijo que en la TVE acababan de anunciar la legalización
del PCE.
Nos abrazamos
entusiasmados y en nuestras caras se mezclaron la alegría y la tristeza,
incluso las lágrimas.
Por fin éramos legales,
podríamos compartir con nuestros familiares y amigos nuestra satisfacción y
orgullo de ser comunistas, de poder mostrar nuestro carnet que teníamos guardado
en la mesilla de noche. Por fin, los comunistas, que tanto habíamos luchado por
la libertad desde el 1 de abril de 1939, podríamos contribuir a la construcción
de la democracia como el resto de los partidos, que se habían incorporado a ese
camino mucho más tarde o casi al final.
Sin embargo, el precio había
sido terrible. Y hasta prácticamente el ultimo día. Todas aquellas mujeres y
hombres que tanto habían sufrido a lo largo de 38 años y de los que nosotros
nos sentíamos solidarios por formar parte del mismo partido y desde luego por
lo muchísimo que nos había afectado con la muerte de Javier, Luis Javier,
Enrique, Serafín y Ángel y por las graves heridas sufridas por Lola, Luis,
Alejandro y Miguel.
Los pocos días que aun
permanecimos en Ibiza ya no fueron iguales y esa agridulce sensación de alegría
y tristeza nos acompañó todo el tiempo. Solo por un poco más de dos meses
nuestros amigos y camaradas no habían podido vivir ese día de la legalización, disfrutar
con esas alegres y emocionantes imágenes que veíamos en la televisión de las y
los comunistas celebrando por las calles de Madrid y otras ciudades que ya éramos
legales.
Al volver a Madrid rápidamente
se nos volvió a acumular el trabajo. Aún quedaba pendiente la legalización de
CCOO (Nicolás Sartorius y Julián Ariza me pidieron urgentemente, como siempre,
que preparara un proyecto de estatutos para presentar en el Ministerio); teníamos
que diseñar nuestra participación en la inminente campaña electoral; a través de
nuestros despacho laboralistas era imprescindible recabar el voto comunista de
nuestros clientes, rentabilizando el prestigio ganado durante tantos años esforzándonos
en la defensa de los trabajadores y por supuesto pensar en cómo íbamos a
vincularnos a CCOO una vez que el sindicato fuera legal.
La legalización del PCE
fue una meta importantísima, sin la que no hubiera sido posible la transición democrática;
pero aun nos quedaban muchos días de lucha, de alegría y también de amargura y frustración.
hector en sentimientos estoy hoy abrazado a todos los que ese dia estabais en ibiza, yo en alicante y a los miles que lo hicimos posible con nuestras luchas
ResponderEliminarde corazon les quiero recordar a los compañeros del PSOE que si los TAMAMES Y COMPAÑIA terminaron con nosotros, tengan mucho cuidado no les pasen a ellos lo mismo con los felipistas y susanistas, tienen el mismo peligro que cualquier oportunista que se valen de nosotros