lunes, 28 de noviembre de 2016

Y EN ESO LLEGO FIDEL


Para los jóvenes de mi generación que queríamos cambiar España, y el mundo, la revolución castrista fue el gran referente y la gran esperanza. Fidel y el Che no tenían punto de comparación con Kruschev, Brezhnev, o los dirigentes de los países del Este, incluido Tito; (Mao-Tse-Tung y Ho-Chi-Minh, a pesar de su heroica trayectoria, nos pillaban muy lejos).

El castrismo, además, nos mandaba un mensaje muy claro: la revolución era posible. Para tantos y tantos que nos decían que en el mundo de la guerra fría no se podía mover ficha y te tenias que aguantar si vivías en el “bloque occidental”, la revolución cubana a 90 millas de Estados Unidos, había demostrado que el tablero sí se podía mover y de qué manera.

Las intervenciones de Fidel y el Che en la ONU, en las reuniones de la Tricontinental, enardecían nuestro espíritu. De Cuba empezaron a llegar muestras de una renovación cultural profunda, desde la revista “Casa de las Américas” fundada por la inolvidable Haydee Santamaría (que conseguíamos de tapadillo en algunas librerías), hasta el nuevo cine y la nueva trova. Los intelectuales y artistas progresistas de todo el mundo pasaron por Cuba y hablaban y no paraban de lo que allí estaba pasando.

Pero la revolución muy pronto se granjeó poderosos enemigos y muy en especial Estados Unidos, donde el gobierno de Kennedy sucumbió a las presiones del exilio de Miami y de la extrema derecha norteamericana.

La ofensiva contrarrevolucionaria que se movió en varios ámbitos, tuvo rápidamente efectos nefastos en la evolución de la propia revolución. Amenazado por Norteamérica, Fidel se apoyó en la Unión Soviética y en los estados del Pacto de Varsovia. Junto a la considerable ayuda económica, material, militar, tecnológica, en la isla desembarcaron centenares de asesores y consejeros soviéticos, que traían en su cabeza sus propias recetas de cómo consolidar la revolución.

Fidel no pudo o no supo evitar esa impregnación de modelo político, económico y cultural procedente del Este de Europa. A ello se sumó la salida masiva camino de Miami de cuadros y profesionales cubanos, de pequeños y medianos empresarios;  buena parte de las clases medias empezaron a dar la espalda y mostrar su hostilidad a la revolución. Algunos grupos políticos y sociales de la burguesía, que en sus inicios se habían sumado a la guerrilla castrista, abandonaron el apoyo. A Fidel solo le quedó la alianza con el Partido Socialista Popular (comunistas), que aunque muy al final se había sumado a la guerrilla, tenía un perfil bastante anquilosado.

El no haber podido o sabido evitar la perdida del apoyo de la mayoría de la clase media, fue muy negativo para la revolución, como años después lo sería para el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende, que precipitó el golpe de Pinochet.

De esta manera la revolución cubana se vio emparedada entre dos bloqueos. El comercial, económico, turístico, financiero de los Estados Unidos y de otros países ferozmente anticomunistas y el bloqueo intelectual, cultural, político, ideológico del bloque soviético.

Miles de jóvenes cubanos fueron a estudiar a los países soviéticos y junto a los indudables conocimientos técnicos que recibieron, también se les adoctrinó en una visión burocrática y estalinista del socialismo.

Cada golpe contra la revolución, y fueron muchos en forma de ataques armados, acciones terroristas e intentos de asesinato del propio Fidel, tuvo como respuesta un cierre de filas. El socialismo que se quería construir en Cuba fue perdiendo su carácter innovador y adquiriendo tintes cada vez más cercanos a la burocratización de los países de la esfera soviética.

La nacionalización generalizada de la economía, iniciativas tan poco meditadas  como la “Zafra de los 10 millones” en 1970, dificultaron el crecimiento económico del país, que cada vez se encontraba mas subsidiado por sus aliados soviéticos y con mayor incapacidad para diversificar su economía.

Empezó el goteo de deserciones de antiguos dirigentes revolucionarios, de amigos y simpatizantes del mundo del arte y de la cultura. El propio Che se lanzó a llevar la revolución a otros países, incomodo con los derroteros que iban tomando las cosas en Cuba.

Fidel nos dio un fuerte disgusto a mucho de sus seguidores cuando en agosto de 1968 aceptó la intervención militar soviética que hundió la primavera de Praga. Ese remedo de socialismo impuesto a la fuerza en Checoslovaquia, no era el que al menos los jóvenes europeos queríamos.

A principios de los años 70 la izquierda nos dividimos en tres posiciones en relación a Cuba. Los incondicionales con la revolución, pasara lo que pasara; los que rompieron con ella, en algunos casos de manera aparatosa y como haciéndose perdonar su antiguo respaldo; y los que mantuvieron una solidaridad crítica. Fidel no llevó muy bien la actitud de esa izquierda solidaria pero crítica, como fue el caso de los propios comunistas españoles o italianos.

Cuba, a pesar de sus evidentes dificultades económicas, dio prioridad a la educación y a la sanidad y a la dignidad de la población mulata y negra, hasta entonces marginada. También, no lo olvidemos, a la solidaridad internacional con los países del Tercer Mundo. Médicos, profesores, enfermeras, ingenieros, militares, etc. pusieron sus conocimientos al servicio de los pueblos de África, Latinoamérica y Asia.

Pero el giro dado a la revolución cubana ya no se pudo corregir hasta muchos años después, con la caída del bloque soviético y la paulatina desaparición de su ayuda. Cambiar la dinámica de tres décadas no era tarea fácil y menos aun persistiendo el bloqueo y en el marco de una crisis económica internacional.

En los años 90, con los demócratas en la presidencia de Estados Unidos y los socialistas mayoritarios en casi todos los gobiernos de la Unión Europea, hubiera sido el momento de iniciar un profundo y sostenido cambio. Fidel no lo asumió, ni tampoco la dirección del Partido Comunista Cubano, aunque algunos lo propusieron más o menos abiertamente.

Fidel estuvo al frente del país casi 50 años, algo realmente difícil de aceptar desde una mentalidad de izquierdas y cuando enfermó, dejó el poder pero le pasó las riendas a su hermano, iniciativa también difícil de asumir.

El legado de Fidel esta repleto de claroscuros. No lo tuvo nada fácil. Estuvo en el ojo del huracán de la guerra fría. No se resignó a vivir como un acomodado abogado burgués; terminó con la corrupción institucionalizada de la dictadura de Batista y con la dominación de las mafias norteamericanas. Devolvió la esperanza a un continente de que era posible otro tipo de sociedad, incluso en el patio trasero de Norteamérica. Pero sus únicos e inevitables aliados le dieron el abrazo del oso y asfixiaron la revolución.


Es el pueblo cubano quien en definitiva tendrá que valorar todo lo que les aportó Fidel y todo lo que se frustró, por los condicionantes diversos,  a lo largo de sus casi seis décadas de presencia.  

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